Nuestra Vulnerabilidad

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SALVADOREÑOS

Por: José Manuel Ortiz Benítez*
“There is no avoiding nature” (no hay forma de esquivar la naturaleza) dijo un columnista del New York Times el 12 de marzo de 2011, después del desastre de Japón. Lo mismo dijo un filósofo griego hace más de 2,000 años.

Nuestro país es pequeño, pobre y extremadamente vulnerable. Buena parte de nuestra población sobrevive como puede, sin ninguna planificación. Los pobres no planifican, no saben hacerlo, usan sus instintos para subsistir cerca de los suyos, junto a sus miserias.

En una emergencia como la que hemos vivido, la gente pobre no se organiza, no se informa, no sigue instrucciones precisas, no actúa en función de los riesgos reales a su alrededor, al contrario, saca los reflejos más elementales de su genética particular e intenta salvar el pellejo, de cualquier forma.

Improvisación del instinto, subdesarrollo humano, falta de visión, políticas sociales fallidas, se le puede llamar de varias formas.

La gente pobre asume riesgos sin tener conciencia de ello. Muchos salvadoreños siguen en el nivel básico de la subsistencia, donde el razonamiento, la seguridad, el reconocimiento y la autorrealización no existen.

Mi estimable tocayo Don Manuel dice que “el salvadoreño, por regla general, es un animal testarudo de orejas cortas que aprende únicamente a base de golpes.”

Sin embargo, pese a lo que dice mi estimable amigo, en El Salvador únicamente se reportaron 34 muertos. Vamos aprendiendo. Otros países con menos lluvias, como Guatemala y Honduras, se reportaron, respectivamente, 38 y 29 muertos.

En todo Centro América, hubieron por lo menos 110 muertos y más de 1.2 millones de damnificados. La gran mayoría de esos afectados son salvadoreños en áreas de alta vulnerabilidad.
No cabe duda, entre los expertos, que el cambio climático está detrás de buena parte de estos aguaceros negros que destruyen familias enteras, hipotecan nuestro desarrollo y por ende nuestro futuro.
Centro América no puede luchar sola ante la fuerza de la naturaleza. Consciente de ello, el Presidente Mauricio Funes está haciendo un esfuerzo de dimensionar el desastre como catástrofe regional, con la esperanza de obtener ayuda rápida de los países más industrializados.

“El mayor desastre de nuestra historia reciente” dijo Funes ante sus colegas centroamericanos, después de soltar una ráfaga de datos estadísticos, la mañana del martes 25 de octubre de 2011, en la Sala VIP del Aeropuerto Internacional de Comalapa.

La frase de Funes se reduce a un grito de “socorro” a toda la comunidad internacional. A la cabeza de la llamada de Funes están España, Estados Unidos, Japón, Venezuela, Guatemala, México, Nicaragua, entre otros.

El cambio climático somos todos, pero no todos tenemos el mismo nivel de responsabilidad. El grueso de la responsabilidad, por lo menos la financiera, está en manos de los países más avanzados. Eso no significa, por supuesto, que nuestros problemas de vulnerabilidad vayan a ser resueltos por los demás. Significa que Centro América necesita, a la fuerza, pedir ayuda financiera externa para la prevención y la recuperación de desastres naturales.

Las pérdidas de esta catástrofe todavía no se han cuantificado. La cifra preliminar que se maneja es de $1,500 millones, de los cuales $650 millones corresponden a El Salvador, es decir un 3% de nuestra riqueza nacional. En un país pobre y chiquito, eso es demasiado.

Centro América puede morir arrastrada por el agua o demolida por un terremoto, al menos que se tomen medidas regionales serias de prevención y reconstrucción ante desastres naturales. No hay forma de esquivar la naturaleza.

*José Manuel Ortiz Benítez es columnista salvadoreño