EL VATICANO
La entrevista que el Papa Francisco concedió a su “compañero” jesuita Antonio Spadaro ha dado la vuelta al mundo. Fundamentalmente, porque está llena de “perlas” y, sobre todo, de claves profundas sobre el cariz que el obispo de Roma quiere imprimir a su pontificado. Las dos principales: el cambio en la moral sexual y la vuelta a lo social. Ahí reside la auténtica revolución del nuevo Papa.
Durante los últimos 34 años, que abarcan los pontificados de Juan Pablo II y de Benedictino XVI, la Iglesia ha girado en torno a dos grandes ejes: espiritualismo y moralismo. Se insistía tanto en la vertiente espiritual del cristianismo que se olvidaba el otro palo de la cruz, el símbolo de la fe, que es el temporalismo o el compromiso con los pobres. Se subrayaba tanto la defensa a ultranza de la moral sexual, que se convirtió en una obsesión, como reconoce el propio Papa, desvirtuándola hasta caer en el moralismo.
Porque, como muy bien dicen los teólogos, el catolicismo no es una ética o un compendio de normas morales, sino una experiencia vital: enamorarse de Jesús y seguirlo, tratando de vivir como Él vivió. Es decir primero hay que amarlo, después seguirlo y, sólo en tercer, lugar aplicar en la vida sus principios ético-morales.
Fue tal la deriva hacia el moralismo que, durante el pontificado de los dos predecesores de Francisco, los teólogos más perseguidos y más condenados fueron los moralistas, los que se dedican a investigar y poner al día la moral católica. Para muestra tres botones. Dos casos paradigmáticos en España, el de los moralistas Benjamín Forcano y Marciano Vidal, y uno fuera, el de Bernard Häring.
Forcano es un claretiano que sufrió un proceso extraordinario por parte de las autoridades romanas a raíz de la publicación de su libro “Nueva Ética Sexual” en 1981. En esta obra Forcano analiza el punto de vista de la Iglesia Católica sobre la crisis moral y hace hincapié en el peso determinante de una cultura despreciativa del cuerpo y del sexo, exaltadora a su vez del “espíritu” y de la continencia, y añade que tal análisis, mediatizado por la posición hegemónica de un clero celibatario, ha rehuido con demasiada frecuencia las aportaciones de la nueva cultura.
El redentorista Marciano Vidal también fue llamado al orden por Roma por sus enseñanzas morales en 2001.
El padre de todos los moralistas, el alemán Bernard Häring, corrió una suerte parecida: Sufrió mucho, le calumniaron si piedad y le sometieron a un duro proceso ante e ex Santo Oficio. Aún así, sigue siendo reconocido como uno de los mayores moralistas de la Iglesia católica de todos los tiempos. El profesor sostenía que, en cuestiones de moral, la conciencia siempre prevalece sobre la ley. Se enfrentó con la vieja moral que prohibía la inseminación artificial y los anticonceptivos.
Francisco recupera a los moralistas “malditos”. Quiere que la Iglesia vuelva a la moral de actitudes y a la primacía de la conciencia. “Si una persona es homosexual, ¿quién soy yo para juzgarla?”, sentenció en la rueda de prensa en el avión que lo traía de vuelta a Roma procedente de la JMJ de Río.
Francisco revisará, pues, el edificio moral, para que no se venga abajo. Desde el preservativo, a las relaciones prematrimoniales, pasando por las parejas gays o los divorciados vueltos a casar. E irá tomando decisiones, también en este campo, que en la etapa anterior se quiso blindar como casi dogmático. Eso sí, poco a poco, para no provocar el escándalo de los sencillos ni poner a los talibanes católicos (que también os hay) un cisma en bandeja.
La ‘inserción social’
La otra vuelta de tuerca está en el regreso a lo social, a una Iglesia samaritana, pobre y comprometida con los pobres. Es el principio de la “encarnación” o de la inserción social de la que habla el Papa. No teorizar sobre la pobreza, sino vivirla, experimentarla, compartirla con los crucificados de la tierra.
“Cuando se habla de problemas sociales, una cosa es reunirse a estudiar el problema de la droga de una villa miseria, y otra cosa es ir allí, vivir allí y captar el problema desde dentro y estudiarlo”, advierte Francisco. (Fuente: El Mundo)