OPINION
Si la Casa Blanca decide postergar su anuncio de acción ejecutiva para amparar a millones de indocumentados de la deportación, no puedo decir que me sorprendería.
Van seis años desde que Barack Obama prometió reforma migratoria cuando era candidato presidencial. Cinco años desde que asumió su cargo con mayorías demócratas en ambas cámaras del Congreso que antepusieron otros asuntos a dicha reforma. Durante esos cinco años ha habido una acérrima oposición republicana que vocifera que el sistema está quebrantado, pero es como el perro del hortelano: ni come ni deja comer; ni lo soluciona a nivel legislativo y se encrespa cuando se habla de acciones ejecutivas porque es más conveniente seguir explotando el tema políticamente, así sea en su propio perjuicio con los votantes latinos y otras minorías. Y el extremismo republicano es, a su vez, música para los oídos demócratas permitiéndoles seguir señalando culpables por la inacción.
El punto es que la reforma migratoria, por décadas, ha tenido que cederle el turno a otros asuntos y cuando finalmente se debate en el Congreso no pasa del intento. O cuando se anticipan medidas ejecutivas para aliviar la crisis migratoria interna, hay tanto cálculo político de por medio que la parálisis prevalece.
La realidad es y será que las decisiones, en inmigración y en cualquier asunto, son determinadas por lo que es o no es políticamente conveniente.
Y en este caso hay sectores demócratas que consideran que acciones ejecutivas migratorias de gran alcance pueden afectar a senadores demócratas vulnerables que enfrentan la reelección este 4 de noviembre en estados conservadores, particularmente tras la emergencia humanitaria de la frontera que, según esos sectores, ha reducido el “apetito” de los estadounidenses por beneficios migratorios.
Su argumento es que las acciones ejecutivas enardecerán a los ultraconservadores que se movilizarán a las urnas con el potencial de costarle la estrecha mayoría a los demócratas en el Senado. Aparentemente, a pesar de la emergencia fronteriza y al Obamacare (sí, todavía hay un referéndum al Obamacare), a estos demócratas vulnerables no les está yendo tan mal como se pensaba, por lo que existe el potencial de que sobrevivan noviembre y el Senado permanezca en manos demócratas. Remecer el barco, piensan, no es conveniente.
El patrón de estas consideraciones político-partidistas es que la Casa Blanca y algunos demócratas siempre tienen más miedo de enfrentar a la oposición que de atender los reclamos de los sectores de votantes que elección tras elección los apoyan y los colocan en los puestos que ahora ocupan, como es el caso de un amplio sector de votantes latinos y la inmigración.
Unos dirán que mejor es prevenir que lamentar y que habría que evitar que el Senado también quede en manos republicanas, porque controlando el Congreso bloquearán no sólo cualquier salida legislativa en los próximos dos años, sino que entorpecerán las medidas ejecutivas que Obama anuncie.
Como siempre, los cálculos políticos ignoran a los protagonistas centrales de este drama: madres, padres, hijos, hermanos cónyuges, familias enteras que llevan décadas aguardando por reformas al sistema de inmigración legal y por reformas que permitan a millones vivir sin el espectro de la deportación. Ignoran además las necesidades de nuestra economía y de nuestra seguridad.
Si han esperado décadas, pensarán algunos, esperar un par de meses no debería ser problemático. Pero lo es. Lamentablemente tampoco sería la primera vez que nos dejen como novias de rancho: vestidas y alborotadas.
A estas alturas, si se hace el anuncio antes o después de las elecciones intermedias, lo importante es que se haga, que su alcance sea significativo y que ampare a la mayor cantidad posible de inmigrantes.
Ya han sido demasiadas excusas y dilaciones. Los republicanos estén o no en mayoría en el Congreso no colaborarán a nivel legislativo por una reforma migratoria y atacarán las acciones ejecutivas, se anuncien antes o después de las elecciones de noviembre.
La credibilidad de Obama en materia migratoria es casi nula y lo mejor sería, por su legado y por su partido, que anuncie medidas de amplio alcance que nos hagan concluir que tanto sube y baja en esta montaña rusa ha valido la pena. Sólo espero que en este último tramo a Obama y a los demócratas no les tiemblen las piernas -otra vez- a la hora de mostrar liderazgo. (Maribel Hastings es asesora ejecutiva de America’s Voice)