CINE
Con Eastwood llegó el escándalo. Su última película, El francotirador, se ha convertido en el test de Rorschach de una industria que no se acaba de decidir si el filme es un panfleto patriótico o un alegato sobre las consecuencias de la guerra. Un reflejo de la supremacía blanca y machista en Hollywood o el retrato de la vida de los soldados estadounidenses. En concreto de uno, Chris Kyle, condecorado con cinco medallas al valor y otros honores por ser el francotirador más mortífero del ejército de los EE UU con 160 muertes confirmadas a sus espaldas. ¿Un héroe o un asesino? “Yo ni tan siquiera la enmarcaría como una película de guerra”, afirma a este diario Bradley Cooper, su protagonista. “Queda para el espectador tener su propia opinión tras verla. El arte es subjetivo y puede ser interpretado de muchas formas. Pero el mundo es muy pequeño para que, a estas alturas, la gente no sepa diferenciar lo que es propaganda de lo que no”.
Mientras las salas se llenaron con un éxito inesperado para esta producción, de 57 millones de dólares de presupuesto, que en su primer fin de semana recaudó 101 millones de dólares, una de las grandes vallas publicitarias del filme en el corazón de Los Ángeles apareció con la palabra “Asesino” pintada encima del rostro de Cooper. Y su sorprendente presencia en la lista de candidatos al Oscar, con seis inesperadas selecciones, incluida mejor película y mejor actor para Cooper, llega rodeada de críticas que aseguran que el conservadurismo blanco de esta obra echa aún más sal a la herida abierta por la ausencia casi total de contendientes negros en esta edición de los galardones.
Una polémica que ha llegado a las redes sociales con sendos mensajes de Michael Moore y de Seth Rogen: el primero llamando “cobardes” a los francotiradores y el segundo comparando la película a esa otra de propaganda nazi que muestra el final de Malditos bastardos. Ambos se tuvieron que retractar (sus palabras fueron sacadas de contexto, dijeron) mientras que la excandidata republicana a la vicepresidencia, Sarah Palin, apoyó el filme con un “Dios defienda a las tropas”.
Eastwood, de quien aún se recuerdan sus ataques contra Obama en la última convención republicana, prefiere calmar el debate recordando que un héroe es alguien que está “ahí cuando se le necesita”. En el caso de Kyle, el realizador recuerda que el soldado sirvió a su país “aunque alguna vez dudó si estaría haciendo lo correcto”. “Pero quisimos hacer una película sobre un hombre y no sobre una guerra”, añadió Eastwood sobre un conflicto, el de Irak, con el que nunca estuvo de acuerdo. La película se basa en la autobiografía de Kyle, editada en España por Editorial Crítica. Cooper no se posiciona: “Cualquier veterano, de cualquier guerra, de cualquier país puede sentir una vinculación con el filme”. Kyle fue asesinado en Estados Unidos en 2013 por un exmarine.
A juzgar por el éxito, sus palabras han sido proféticas. Sorprende más, dado el fracaso de otros intentos de llevar la misma guerra a las pantallas. El francotirador se quedó con candidaturas que se esperaban para Selma, filme centrado en una de las mayores protestas por las libertades civiles de Martin Luther King y dirigido por la afroamericana Ava DuVernay. Se habla de racismo en una Academia donde el 93% de sus miembros son blancos; el 76%, hombres, y la edad media supera los 63 años.
Como dijo Ellen DeGeneres, hace un año, los Oscar sólo podían acabar o con la victoria de Doce años de esclavitud o “todos siendo unos racistas”. Tan sólo 12 meses más tarde la polémica nace porque los 20 candidatos de las categorías interpretativas son blancos, algo que no ocurría desde 1998. En Internet empezaron a circular fotografías de oscarizados negros con carteles que describían los papeles por los que ganaron el premio, en su mayoría “esclavos” o “criadas”. Como asegura la revista Variety, ya que el 14% de la población estadounidense es negra, si el cine reflejara la sociedad de los 323 filmes a competición, 45 tendrían que haber sido negros. A su vez, un 13% deberían de ser películas sobre hispanos. Como recuerda la misma publicación exigir su lugar entre los candidatos en función de su raza es un insulto para los que están seleccionados aunque sirve como punto para la reflexión y para soñar con una industria que diera más oportunidades a la diversidad. (Fuente: El País, por Rocío Ayuso)