El contagio de los bostezos

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CIENCIA

El 60% de los humanos es sensible a la repetición de este acto cuando lo realiza alguien cercano. Fascinantes teorías explican el motivo

 

PAG 30La frase es de 1986, del psicólogo Robert Provine: “El bostezo puede tener el dudoso honor de ser, de entre todos los comportamientos humanos más comunes, el menos comprendido”. Casi 30 años después, con muchos más datos encima de la mesa, la explicación última de por qué bostezamos sigue mostrándose resbaladiza, en cierto modo, misteriosa.

Cosas que sí sabemos sobre los bostezos: que no solo los humanos los practicamos, que muchos otros animales lo hacen (incluyendo a los monos y a los perros, pero también, a pájaros y peces); que suelen ocurrir antes de acostarse o justo al despertar, con el hambre o el aburrimiento; que bostezamos incluso antes de nacer (a las escasas 20 semanas de gestación); que aproximadamente el 60% de las personas es sensible a su contagio (tienden a bostezar al ver, o incluso al oír, a otra hacerlo); que, sin embargo, en enfermos de esquizofrenia o el autismo apenas se propaga; que el mero hecho de leer repetidamente la palabra “bostezo” induce a ello; y que posiblemente le esté sucediendo a usted ahora mismo, al finalizar el párrafo.

La mera intuición lleva a pensar que el bostezo ha de tener alguna utilidad. Si la evolución lo ha conservado durante miles de años, por algo será. Estas son algunas teorías que explican su existencia:

 

LA TEORÍA DE LA OXIGENACIÓN. Viene de muy lejos. Ya la aventuraba Hipócrates, quien pensaba que bostezar servía para ayudar a eliminar el aire nocivo que acumulamos. De una forma más moderna, no le falta sentido: cuando disminuyen los niveles de oxígeno (lo que tiende además a provocar somnolencia), el bostezo serviría para inyectar una dosis rápida que permitiría contrarrestarlo. Pero una buena parte de los científicos rechazan esta idea: entre otras cosas, porque empezar a respirar con más rapidez se alza como un mecanismo mucho más eficaz y, por lo tanto, tendería a ser “el elegido”. Sin embargo, como afirma Matthew Campbell, profesor de psicología en la Universidad de California, “no se han hecho experimentos adecuados que midan directamente el cambio en el oxígeno provocado por los bostezos”. Por lo tanto, la hipótesis aún no debe descartarse.

 

LA TEORÍA DE LA ACTIVACIÓN. La mayor parte de los bostezos ocurren antes y después del sueño, o cuando nos sentimos adormilados. Al bostezar, mejoraría nuestro nivel de alerta (el cerebro le intenta decir al cuerpo: “no duermas, mantén la vigilancia”). Y, además podría ser la base del contagio, como más adelante veremos. Sin embargo, aunque hay algunos indicios que apuntan a ello, cuando se intentó comprobar directamente, no se vieron diferencias en la “alerta” de antes y después de bostezar, al menos con las herramientas empleadas. Como en el caso anterior, es una probabilidad sin descartar, con pruebas a favor, pero aún por demostrar.

 

LA TEORÍA DE LA TEMPERATURA. Esta es una de las teorías que más fuerza ha ganado últimamente, como demuestra este estudio de la Universidad de Princeton. Se basa, fundamentalmente, en que bostezar permitiría disminuir la temperatura, “refrigerar el cerebro”. La lógica: que la temperatura antes de dormir es justamente la más alta del día y que al bostezar conseguiríamos que el cerebro funcione mejor, como afirma Gallup en Bostezo y termoregulación. Algunas pruebas a favor: que antes de bostezar hay un aumento de temperatura que baja después de cada boqueada y que lo hacemos más cuando la temperatura ambiente es templada y menos cuando es fría. Se ha demostrado que los bostezos desaparecen, prácticamente, con un paño de agua gélida en la frente. Para Andrew Gallup, profesor de psicología en la Universidad del Estado de Nueva York y uno de los principales investigadores en esta teoría, “la termorregulación ofrecida por los bostezos ha sido confirmada y replicada en varios experimentos”. De hecho, “hasta la fecha ningún estudio ha podido demostrar lo contrario”, incide. Y va más allá: “Personalmente, creo que esta teoría es la que explica que el bostezo pueda aumentar el estado de alerta”. Campbell es de una opinión parecida: “Ambas hipótesis, incluso las tres, son compatibles”. Pero advierte de que incluso las evidencias de esta última también tienen limitaciones.

 

¿Y POR QUÉ SE CONTAGIAN?

Aunque tantos tipos de animales bostecen, parece que su contagio solo se da en humanos, chimpancé, perros y lobos, según PLOS One. Y el 60% de las personas es sensible a esta incontrolable “infección”. Estas dos teorías se disputan la razón.

Una de ellas versa sobre la comunicación y la sincronización. Como afirma Matthew Campbell, “una posibilidad es que en las especies sociales que coordinan sus niveles de actividad, copiar los bostezos puede ayudar a sincronizar el grupo”. Como una mera imitación. “Así, cuando es hora de comer, todo el mundo come (comer es contagioso), cuando es hora de moverse, todo el mundo se mueve (las posturas corporales son contagiosas). De esta forma, la copia del bostezo también pone al grupo en sincronía”, prosigue. Otra conjetura es que el contagio de los bostezos sea simplemente un subproducto de la importancia que tiene copiar esas otras cosas, según el profesor de psicología. Es decir, una secuela inevitable, algo que aparece simplemente como consecuencia y acompañando a otras funciones que son las realmente importantes (comer, postura corporal, etc.).

La otra teoría, que cuenta con numerosos adeptos, es la de la empatía. En este caso, no sería una mera imitación: se trataría de nuestra capacidad para interpretar cómo se sienten otras personas la que nos llevaría a ponernos en su lugar, a sentir o intuir lo que ellas sienten y, una vez allí, ceder inconscientemente a la tentación. Hay numerosos estudios a favor. Unos muestran cómo al contagiarse el bostezo se activan circuitos cerebrales propios de la empatía (incluidas las famosas neuronas espejo, que actúan como un reflejo interno de los movimientos que se observan en los demás). Otros han estudiado cómo el 60% de personas susceptibles al contagio suelen puntuar más alto en las escalas de empatía, y que los niños son inmunes hasta los cinco años, justo cuando los circuitos responsables de ella maduran; incluso han visto que el contagio se produce más fácilmente si el que bosteza es un familiar que si es un amigo, y mucho más que si es un desconocido. Pero incluso esta teoría no es segura, y hay estudios que minimizan la hipótesis. Hace poco, uno de los mayores trabajos realizados hasta la fecha concluyó que lo único que se relaciona con la transmisión es la edad. “Cuanto mayores nos hacemos, menos nos contagiamos”, concluyeron los investigadores. Aunque para Campbell, esa conclusión tampoco está clara, e incluso para Gallup esta conexión es consistente con la teoría de la empatía (la capacidad de ponernos en el lugar del otro disminuye cuando envejecemos, según Journal of Nonverbal Behavior). El propio Gallup sostiene que de ahí proviene el beneficio de los bostezos: “Son una forma primitiva de empatía. Y su contagio evolucionó para mejorar la vigilancia”. En cualquier caso, como con tantos otros temas, todavía seguimos discutiendo por las cosas más comunes. (Fuente: EL PAIS, por Jesús Méndez)