MODAS
Cayó como una sorpresa, pero en realidad era de lo más previsible. El diseñador Karl Lagerfeld anunció el lunes 26 de octubre que el próximo mayo organizará un desfile de Chanel, el de la colección crucero de 2017, en La Habana. La marca francesa desembarcará en Cuba con centenares de profesionales e invitados (muchos de ellos famosos, como es habitual en sus eventos), al igual que hizo los últimos años en Salzburgo, Dubái o Dallas. Este es el último brote de la fiebre cubana que le ha entrado a la industria de la moda desde que Estados Unidos empezó a normalizar relaciones con la isla en diciembre del año pasado.
El número de este mes de la revista Vanity Fair tiene en portada a Rihanna fotografiada en Cuba por la reconocida Annie Leibovitz. En las páginas interiores, posa vestida de Dior, Ralph Lauren, Valentino y calzada por Manolo Blahnik camina por los barrios del Cerro y La Habana Vieja, frente a un mural dedicado a un joven Fidel Castro o apoyada en un Lincoln Continental, el mismo coche que perteneció a Martha Fernández de Batista, la esposa del dictador.
La Marie Claire estadounidense también llevó a Cuba su editorial de septiembre, el más importante del año, y colocó a la modelo Giedre Dukauskaite, vestida con un Gucci rojo de volantes de más de 4.000 euros, junto a un puesto de plátanos y rodeada de jóvenes cubanos en camiseta imperio y pantalón de chándal. Algo muy parecido, casi indistinguible, hicieron las revistas W (con Joan Smalls y Adriana Lima) y Porter en su número de agosto. En sus fotos también había paredes desconchadas, coches desahuciados y niños y ancianos cubanos como figurantes.
Todas estas publicaciones norteamericanas se están resarciendo de los días en los que les estaba prohibido trabajar en el país. En 1998, Patrick Demarchelier fotografió a Kate Moss y Naomi Campbell para Harper’s Bazaar y el Tesoro estadounidense impuso a la revista una multa de más de 28.000 euros por el reportaje.
Es fácil ver qué hace de las calles de Cuba, más incluso que sus paisajes, un imán irresistible para esas cabeceras: está a tiro de piedra de Miami, conserva todavía la mística de lo prohibido y lo desconocido y, sobre todo, debido al bloqueo, el país ha permanecido anclado en el tiempo y con una estética que no se parece a la del mundo globalizado.
Se podría acusar, y ya hay quien lo está haciendo, a estos reportajes de abusar de los mismos tópicos de la imaginería cubana y caer en un tic demasiado frecuente en esa industria, el de fetichizar la pobreza como escenario exótico. Pero ninguna ha ido tan lejos como la diseñadora Stella McCartney, que en junio presentó su propia colección de crucero en Nueva York con una fiesta de temática cubana en la que no faltaron dos actores disfrazados de Castro y el Che Guevara. (Tomado de El País, por Begoña Gómez Urzaiz)