OPINION ALGO MÁS QUE PALABRAS
Por: Víctor Corcoba Herrero/ Escritor (corcoba@telefonica.net)
Tenemos que cerrar la puerta del rencor, antes de que tome la delantera a la justicia. La gente tiene que aprender a quererse, y tiene que saber amar y amarse. Lo fundamental es saber vivir y dejar vivir. Los sembradores del terror, que todo lo deshumanizan, a pesar de sus apariencias por el orden, lo real es que todo lo atormentan. No olvidemos que, el terrorismo, es destructor por naturaleza, germina de la venganza y del odio. Indudablemente, la ciudadanía en su vínculo de familia humana, ha de repensar sobre su manera de cohabitar, en un mundo saturado de contrariedades, viciado por la sinrazón y corrompido por los desgobiernos. Tantas veces esta estampa de pavor nos deja sin lenguaje y hasta sin esperanza, que habría que ir pensando en activar otras simientes menos vengativas. Está visto, que no podemos tolerar más el estado actual de estos sembradores del resentimiento. Ha llegado el momento de guiarnos por los valores e intereses comunes, puesto que basta con que un ciudadano desprecie a otro, para que esta burla vaya corriendo hasta la humanidad entera. De ahí, la importancia de unir esfuerzos y de crear una coalición internacional contra esta lacra demoledora del espíritu humano.
Sí en verdad queremos construir otro futuro más habitable para todos, hemos de cultivar otras enseñanzas más respetuosas con el ser humano. No enseñemos a matar, enseñemos a vivir. Confiemos que Naciones Unidas, en ese plan de acción contra el terrorismo que va a presentar próximamente, ahonde en cuidarnos como familia, en protegernos lejos de los sentimientos negativos que devoran nuestra propia paz interior. Desde luego, para custodiar, desde nuestro ser hasta nuestro distintivo hábitat, lo que precisamos es más consideración que inquina. Todos debemos cuidarnos más, querernos más, amarnos más. Es la gran asignatura pendiente. El rencor nos ha envenenado el alma y ya no sabemos ni preservarnos del mal. Por eso, estamos llamados a abandonar los comportamientos deshumanizadores y a fijar la mirada en lo verdaderamente auténtico que es lo que, al fin, nos armoniza. No podemos seguir deformando nuestra propia existencia, la tenemos como prenda de aliento para compartirla, por lo que hemos de revestirnos de un corazón que saber mirar el lado positivo de cada uno.
Indudablemente, el amor no puede soportar el hecho de permanecer encerrado en el rencor. Una mente rencorosa, vengativa, por sí misma es un veneno, genera siempre horror. En consecuencia, por muy grande que sea el espanto, ante los últimos atentados perpetrados en París, como bien dice la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados, tampoco se puede demonizar a estas personas como grupo, pues los problemas de seguridad en Europa podrán ser muy complejos, pero estas gentes que huyen de la persecución y el conflicto, tampoco deben ser convertidos en chivos expiatorios ni en unas víctimas más de este diluvio terrorífico que nos invade, puesto que hay que preservar la integridad del sistema de asilo. Sería de una injusticia tremenda, puesto que es absolutamente vital que este continente europeo siga siendo un continente de acogida, y eso sólo podrá ser posible si practicamos la reconciliación, mediante proyectos conjuntos de solidaridad. Por consiguiente, por muy fuerte que pueda ser el terror sembrado; por muy marcada que sea la heterogeneidad de la civilización contemporánea; tanto más grande debe ser la proximidad de unos y de otros. Seamos, pues, promotores del sosiego, cuando menos para disuadir a las personas de recurrir al terror o apoyarlo, denegándoles los medios de llevar a cabo cualquier ataque; pero tampoco releguemos de nuestro diario existencial, la de seguir defendiendo los derechos humanos. Somos corazón, seamos también latido permanente en este poético desvivirse por vivir.