DEPORTES
El delantero del Atlético madura para convertirse en el alma de la selección francesa, desquitarse de pasados fiascos y situarse casi a la altura de las glorias del fútbol de su país
“No hay excusas”, dijo desolado tras aquel partido en Maracaná. Antoine Griezmann se fue desolado del último Mundial, derrotado tras caer ante Alemania en cuartos de final, frustrado porque había sido titular en tres partidos y participado en los otros dos sin poder anotar un gol. Lloró sobre el campo y recibió el consuelo de todos sus compañeros, también la incomprensión de bastantes aficionados galos, que no acababan de entender como aquel semidesconocido gozaba de tantas oportunidades en la delantera de la selección.
Pocos días después de aquel fiasco, Griezmann firmó un contrato con el Atlético de Madrid. Desde entonces no ha parado de crecer, de confirmar todo lo bueno que había mostrado en San Sebastián, un escenario que no llegaba al gran público francés. Algunos de esos seguidores le descubrieron en agosto de 2013 cuando una monumental chilena abrió el camino de la Liga de Campeones para la Real Sociedad en el viejo estadio Gerland de Lyon.
Hoy Griezmann es Le Roi y Francia explora la biografía del chico que con 13 años dejó su casa para irse a crecer como futbolista en el extranjero. Se apunta que un chico de sus características no hubiera podido emerger en un entorno que privilegia el físico. “No sólo es un gran jugador capaz de marcar diferencias, sino que además es generoso en defensa y eso nos permite jugar compactos. Consigue que los que juegan a su alrededor sean mejores”, resuelve Didier Deschamps, que siempre creyó en su aportación. Griezmann está ahora a la derecha de Platini y Zidane, los grandes arquitectos de las glorias de la selección francesa. Si el domingo se corona en París brotará la tentación de situarle a esa altura.
“Siempre soñé con ser como los campeones del 98”, relata Griezmann cuando le preguntan porque no consideró los guiños que recibió cuando era un mozalbete para que se integrase en las categorías inferiores de la selección española. La impactante imagen de aquel triunfal verano francés se grabó en un niño de siete años.
También siete son los años que separan su nacimiento en Macon, no lejos de Lyon, del primer título galo de la mano de Platini. Nueve goles anotó en la Eurocopa de 1984 el mediapunta que luego llegó a dirigir la UEFA, seis lleva por ahora Griezmann. Tras sus dos tantos a Alemania le trazaron una comparación. “Todavía estoy muy lejos de Platini”, despejó.
El reto está ahí, pero Griezmann tiene bien interiorizada la importancia de ir partido a partido.Antes de la final, Alemania y la semifinal de Marsella eran una revancha. Brasil y su recuerdo, las lágrimas de Maracaná. Por el camino encontró otro desquite en el punto de penalti.
Quería volver a verse ahí. “Deseaba tener la oportunidad de volver a lanzar uno en un momento importante y estoy muy contento de haber podido hacerlo”, explicó en la celebración del pase a la final. En la memoria, su error en idéntica suerte en la pasada final de la Liga de Campeones, por más que luego marcase en la tanda que volvió a dejar al Atlético con la miel en los labios.
“Este penalti fue más difícil de tirar que el del partido de Milán”, explicó antes de dejar Marsella en la ruta hacia la concentración francesa. En una situación de tanta presión había escogido su espacio de seguridad, golpear con la zurda hacia su izquierda. En San Siro había anotado ahí en el desempate final, pero marró cuando buscó el golpeo fuerte al centro de la portería.
Siempre con tendencia a fomentar la grandeur, Francia ha encontrado un nuevo referente futbolístico. No se trata de un musculado centrocampista de estruendosa zancada sino de un tirillas que hace dos años no tenía garantizado un sitio en el equipo y que acababa de cumplir un castigo de dos años lejos de la camiseta azul por una salida nocturna durante una concentración con la selección sub-21. Ahora se refiere avergonzado a aquel episodio. “Ha crecido mucho y silenciado a los críticos. Y luego en el área es letal”, resume su compañero Giroud.
Con 25 años, Griezmann semeja un futbolista y una persona madura, un crisol que muestra todo lo que ha sido y lo que es, el joven padre que resolvió cortarse una cresta albina porque no quería dar ese ejemplo a su hija. Ahora parece que los 30 millones de euros que pagó el Atlético por él son una ganga.
Se han movido bien los colchoneros para gestionar su relación con el jugador, del que anunciaron su renovación hasta el 2021 hace dos semanas, con una cláusula de rescisión de 100 millones. No conviene descartar que alguien valore ejecutarla. (Tomado de El País, por Juan L. Cudeiro)