OPINION
Preámbulo violento de una elección candente
Por: Maribel Hastings*
La salida del primer presidente afroamericano en la historia de Estados Unidos, Barack Obama, se aproxima veloz, y la campaña por su sucesor o sucesora entra, a partir de la semana que viene, en una de las etapas decisivas al iniciarse las convenciones que nominan oficialmente a los contendientes a la Casa Blanca.
Todo se produce en medio de una convulsa atmósfera marcada por la división en varios frentes: entre las élites partidistas y las bases de los partidos políticos; entre aquellos cuyos millones les compran conexiones y favores políticos, y quienes tienen que rascar la tierra para sobrevivir; entre afroamericanos, hispanos y otras minorías, y las autoridades que hacen de ellos su objetivo favorito para la práctica de perfiles raciales; entre autoridades que, a su vez, se convirtieron en víctimas de un francotirador afroamericano en Dallas, Texas que segó la vida de cinco uniformados.
De división por el control de armas; de división entre dos aspirantes presidenciales con marcadas diferencias de visión sobre el futuro de Estados Unidos: uno, Donald Trump, que apela al pesimismo y la xenofobia; y otra, Hillary Clinton, que espera que ese pesimismo y esa xenobofia no prevalezcan en las urnas el próximo 8 de noviembre. Dos candidatos que incluso generan división dentro de sus propios partidos y no generan amplia confianza entre los electores.
Este verano ha visto una masacre en Orlando, Florida; malas noticias para los inmigrantes al no poder destrabarse las acciones ejecutivas migratorias que habrían amparado de la deportación a unos cinco millones de indocumentados; dos afroamericanos murieron a manos de policías en Minnesota y Louisiana. El odio ha sido doméstico e internacional.
Ha visto también el ascenso de un candidato presidencial republicano que ha basado su campaña en explotar tensiones raciales. Tras el ataque en Dallas reaccionó en un video diciendo que esas tensiones raciales “han empeorado” y pidió “oraciones, amor, unidad y liderazgo” a pesar de que sólo ha apelado a la división, al racismo, la xenofobia y lo menos que ha evidenciado es liderazgo.
Todos estos desarrollos son manifestaciones de una clara realidad que se reconoce pero que es difícil encarar o solucionar. Tras la elección de Obama en 2008 muchos cantaron victoria pensando erróneamente que habíamos entrado en una era post racial. Nada más apartado de la realidad.
Por el contrario. Hay sectores de este país que todavía no se recuperan de que un afroamericano haya ganado la presidencia, no una sino dos veces. Hay sectores que ven en la creciente diversidad de esta nación no una oportunidad sino una amenaza. Hay sectores que culpan a las minorías de todos los males que los aquejan; y los males que aquejan a las minorías parecen invisibles. La indiferencia, se ha visto, puede tener resultados explosivos.
Pero aunque Trump y su séquito nos quieran vender el pesimismo como motor de votación, Estados Unidos, con todo y sus problemas, sigue siendo un líder mundial al que aspiran a llegar millones alrededor del mundo.
En 2008 Obama ganó la presidencia apelando al cambio y la esperanza. No todo ha sido posible porque la solución no radica en un solo individuo sino en la sociedad y en cada uno de nosotros. La solución no se consigue en dos periodos presidenciales. Es un proceso largo y constante.
El cambio y la esperanza deben seguir siendo nuestro norte para evitar que el pesimismo nos paralice al grado de que prevalezca. En palabras del poeta nicaragüense Rubén Darío: “Aborreced las bocas que predicen desgracias eternas”. (Maribel Hastings es asesora ejecutiva de America’s Voice.)