UN PASAJE HACIA SÍ MISMO
(Para agarrarse a la vida hay que desgarrarse de mundo; al igual que para volver al Padre, hay que dirigir la mirada al Hijo, a golpe de corazón. Esta es la penitencia a nuestro fuero interno. Él fue quien nos enseñó, desde la pobreza del pesebre hasta el total desprendimiento en la Cruz, el apego a los brazos abiertos y el desapego a los tesoros mundanos)
I.- RECOGERSE PARA ACOGER Y VIVIR LA VERDAD
Nunca es tarde para recogerse y rehacerse en la verdad,
que no es otra que la virtud de verse y de saber mirarse,
para no confundirse de horizonte y abrazar lo auténtico,
aquello que objetivamente nos mueve y nos conmueve,
hasta llevarnos consigo una vez acrisolado el corazón.
Esta luz es Cristo mismo que, tomando completamente
nuestra débil humanidad, se hizo caminante en la tierra,
y forjó el camino que nos lleva a la plenitud de la vida,
sabiendo que cada cual marca sus pisadas aquí abajo,
al compás del aire divino y al ritmo de la lluvia celeste.
Dejémonos calar por quien entregó su vida por nosotros,
no hay amor más grande que su concesión por liberarnos.
Recibamos al Redentor en nuestro clarear de cada día,
permitámosle poner su morada y guiarnos cada instante,
recojamos y acojamos el testigo de un ciclo sin mancha.
II.- LOS CAUCES DEL AMOR Y LA ESPERANZA
Vuelvan al mundo los cauces del amor y la esperanza,
retornen a nosotros la cuencas de los abecedarios claros,
reanúdense los espíritus para meditar sobre los andares;
pues nadie porta mayor amor que el que da sus latidos,
por aquellos que los tienen interrumpidos o agonizados.
El árbol de la vida no se sostiene, ni tampoco se sustenta,
sin abrirnos a los cursos de una existencia en gratuidad,
cediéndonos a los demás sin miramiento y como para sí,
recibiéndonos como constructores de adhesión viviente,
haciéndonos cargo de esa carga que nos deshumaniza.
La inhumanidad nos ha dejado sin esencia ni conciencia,
hay que vivificar con la caridad de Dios las iniciativas
que las exigencias de la rectitud hacia el similar nos piden,
dejándonos ser más poesía que poder, renunciando al yo,
pues nutrir los espíritus es satisfacer el alma de todos.
III.- VENIMOS DE DIOS Y A DIOS HEMOS DE VOLVER
Somos retoños del cariño de Dios y a Dios hemos de volver,
tomando nuestras debilidades y arrancando las penurias,
haciendo reparación de nuestro mal vertido por las aristas,
para que nazca y renazca un lenguaje mucho más certero,
con la mano tendida para socorrer o plegada para abrazar.
Lo significativo es conocerse y reconocerse arrepentidos,
tomar conciencia de lo que uno es y ha de ser al final,
al final de todas las pruebas sufridas y aguijones recibidos.
El secreto de la victoria radica en captar lo que embellece:
el bien que nos fraterniza y la donación para reverenciarse.
La bondad de Cristo nos permite descubrir a los hermanos,
nos revela el vínculo de filiación con el Padre compasivo,
siempre dispuesto a absolvernos de las miserias humanas,
mientras la vida brota por doquier, obedeciendo al verbo
divino, a la palabra convertida en espiración de eternidad.