ALGO MÁS QUE PALABRAS
“Lo que el mundo realmente necesita es más poética de brazos abiertos, que política de persecución sistemática”.
Reconozco que andamos hambrientos de una movilidad libre en el pensamiento y de un rotundo ¡no! a las colonizaciones ideológicas; puesto que, suscitan persecuciones y un acoso permanente, impidiéndonos divisar ese espacio auténtico del verso y la palabra, en su estado más níveo. Déjennos soñar, aunque nos angustiemos, porque esto también nos une al sentir de la vida. Está visto que, las corrientes interesadas, nos están dejando sin criterio propio.
La arbitrariedad juzga y domina a su antojo, aunque para ello se tenga que triturar la sensatez y anular las diferencias. Tampoco nos debemos acostumbrar a este afán destructor, con la idea de ser modernos y navegar al compás de un necio poder, que ve normal que se maten a criaturas inocentes en contiendas o se mueran mayores desatendidos. Todo esto se produce, porque sus credos nos deshumanizan, hasta el extremo de dejarnos bajo su dominación de esclavos.
Sabemos que la guerra en Ucrania, ha causado tensiones geopolíticas, menor crecimiento económico global, menor disponibilidad de alimentos y aumentos del precio de la energía que, a su vez, han impulsado la inflación que se vivía a causa del impacto de la pandemia de COVID-19.
Por si fuera poco, también ha dejado casi mil niños muertos o heridos; y estas son únicamente las cifras que la ONU ha podido verificar, por lo que la cifra real puede ser mucho mayor. Por cierto, el uso de armas explosivas ha causado la mayoría de las víctimas infantiles. Debemos desarmarnos.
He aquí la raíz perversa, el absurdo afán de demolernos unos a otros. Este es el fruto de las hostilidades, la muerte en cada esquina y corazones que no sueltan ni una lágrima en medio de este universo en llagas.
Hoy más que nunca, por consiguiente, necesitamos sentirnos libres y armónicos; pero el mundo de las ideologías nos ha hecho rígidos, crueles y sin clemencia alguna. Por eso, mi postura por una movilidad libre, conlleva los legítimos pasos de esa ciudadanía, que ha de estar tutelada en los derechos humanos y en la dignidad de la persona humana, celebrando la diversidad y evitando cualquier discriminación.
En cualquier caso, lo importante es no desfallecer jamás, para adentrarnos en nuestro propio mar interior, lejos de las aguas pantanosas de las ideologías que todo lo corrompen. Retorne a las calles esa brisa de aire místico, que nos invita a revivir y a echar nuevos andares, ya no sólo al servicio de uno mismo, también de los demás.
Unidos es como se avanza humanamente. Quitemos las cadenas, esas que nos disuaden de ser nosotros mismos, agitemos el cuerpo y elevemos la mirada hacia horizontes más celestes que mundanos, para poder salir al encuentro del análogo y respetar su libertad. Lo que el mundo realmente necesita es más poética de brazos abiertos, que política de persecución sistemática.
Y en este sentido, también la libre movilidad en nuestro interconectado planeta, requiere de una buena dosis de empatía, para contrarrestar las grandes desigualdades, que son las que generan problemas de justicia.
Indudablemente, siempre habrá resistencias a ese espíritu abierto de la novedad, pero tenemos que salir de este mundo cerrado, prisionero de las ideas de los dominadores, que no entienden de otro vocablo que el ideológico, cuando en realidad nada permanece, todo se transforma en una renovada conciencia que traerá nuevas recreaciones vivenciales.
Vuelva a nosotros, pues, esa innovadora creatividad para sustentar la excelencia en la educación, promover oportunidades para todos, favoreciendo más que el bienestar, el ser interior de la persona, que es lo que nos hace una sociedad sana.
Por otra parte, a través de la defensa de la movilidad libre, las acciones se fraternizan en un espíritu Machadiano, de “caminante no hay camino, se hace camino al andar”. Nada de tirar la toalla, ¡hagámoslo! Claro está, nuestro deber es reconstruir y marchar siempre hacia adelante. La providencia hará lo demás.