“Activar la paz es un deber de todos para todos, lo que requiere la mera convicción, de que se trata de algo esencialmente natural, totalmente viable”.
Nuestro paso por aquí abajo, se sustenta en allanar los caminos vivientes y en facilitar pulsaciones existenciales. Todo hay que hacerlo con amor, reconociendo, respetando y apreciando a los demás. Por desgracia, aún no hemos aprendido a convivir en paz, porque nos falta cultivar los remos interiores, con la capacidad de escucha, mediante un soplo de entendimiento y de cooperación mutua.
Indudablemente, no hay manera de transformar nada, si antes no nos volteamos para reconocernos, con la quietud necesaria y el empeño solidario de entenderse. Activando el culto a la cultura del abrazo sincero, haremos un buen ejercicio, al menos para propiciar sociedades pacíficas, justas e inclusivas, que estén libres del temor y la violencia.
Desde luego, no puede haber avance sin armonía, ni concordia sin desarrollo sostenible. Pensemos en las zonas de alto conflicto, donde siempre hay incógnitas por resolver; puesto que tenemos que ser conscientes de las amenazas en todo momento, lo que nos exige una implicación responsable continua.
Teniendo presente los buenos propósitos y los sanos principios de la Cartas de las Naciones Unidas y especialmente el empeño en preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra, tomaremos la ruta conciliadora, alentando a la comprensión y a la compasión entre los individuos.
Activar la paz es un deber de todos para todos, lo que requiere la mera convicción, de que se trata de algo esencialmente natural, totalmente viable. Únicamente hemos de querer avanzar en función de la quietud, de la concordia que nos demos entre sí, que es lo que verdaderamente hace florecer el entusiasmo vivencial.
RESPIRAR DESDE LA UNIÓN Y LA UNIDAD
Defender la vida, cuidarla y promoverla, tiene que ser una constante en cada aurora; máxime en este tiempo de inútiles contiendas y necedades absurdas, que nos impide algo tan esencial como respirar desde la unión y la unidad. Sin vigor generoso, el sueño de una fraternidad universal, no tiene posibilidad de realizarse.
De ahí, lo trascendente que es un buen ordenamiento de la sociedad basado en valores éticos y que, además, esos principios estén incrustados tanto en los cuerpos sociales como en las gentes.
Hoy la cotidianidad de la jornada es un infierno para muchas personas, afectando negativamente a la salud mental y al bienestar de los niños. Como vemos permanentemente en todas las contiendas, aparte de desencadenar una carrera armamentística mundial, las decisiones y acciones imprudentes de los adultos están costando, sobre todo en los seres más indefensos, su seguridad y también su futuro.