Por: Manuel Cañadas
Después de deambular por equipos de Estados Unidos, intentando superar la debacle ante Hungría en el Mundial del 82 sin tener culpa alguna, Ricardo Mora decidió regresar a su querido país, El Salvador.
Entonces fue objeto del escarnio de antisociales que se ensañaron con él. Tuvo serios altercados, pero fueron muchos al punto que hasta dudó de sus capacidades.
Una tarde llegó donde su padre futbolístico Raúl Magaña quien lo apoyaba hasta la saciedad: “¡Papá, ya no doy más, no puedo seguir afrontando tanto ataque, tanta burla!”
Raúl, quien sufría la situación tanto como él, puso cara de gravedad y viéndolo fijamente le expresó de sopetón: “¡Mira “hijoetantas”, yo te he enseñando a enfrentar la adversidad sin que te descompongás, al menos delante de la gente.
Vos naciste para ser el mejor y lo serás porque tenés más, mucho más que los otros! ¿Dónde quedamos los que creemos en vos, los aficionados que te admiran, los niños que siguen tus pasos? Somos demasiados ante unos cuantos incomprensivos”.
Ricardo siguió su carrera de brillante manera y además militó en el Aurora de Guatemala donde fue considerado el mejor desde la época del gran Nixon García y de su padre deportivo.
Dejó el fútbol hace mucho tiempo, pero sigue su camino guiando y formando niños mediante las normas que preconizaba San Juan Bosco y en las nobles armas del deporte. Un ser humano maravilloso.