Por: Julio Rodríguez
“Mi nombre es Luci Luna” dice mientras extiende su mano como un acto de cortesía y amabilidad. Su tez blanca, cabello rubio, trae puesto un vestido medio luto y en su rostro una leve sonrisa que transmite paz, aún cuando la embarga un dolor indescriptible y una tristeza en el alma.
Es la hija mayor de Dagoberto Gutiérrez, el legendario “Comandante Logan”, cuya última trinchera no es en medio del monte, cerros o una exclusiva colonia de la zona alta de la capital, sino un jardín de flores multicolores donde ya no huye de la muerte se ha encontrado con ella y parece estar a gusto, como parafraseando el poema de Roque Dalton “Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre porque se detendría la muerte y el reposo”.
Son las 11:00 p.m. del 9 de julio de 2024 y Luci trata de descansar, se acomoda en un sillón de la sala de velación, donde Dagoberto recibe en silencio mortal, la despedida de familiares, amigos y camaradas de lucha, que hacen fila, cual columna guerrillera del movimiento revolucionario del que, Dago dijo alguna vez que “nadie quedaría en el olvido”, no del partido que surgió de ese movimiento que olvidó a muchos y dejó de ser revolucionario.
Saludo a Luci y quiero resolver una interrogante que me ha tenido inquieto desde que me la presentaron. “¿Por qué Luna y no Gutiérrez?” pregunto para romper el hielo que se derretiría tras una larga conversación que me revela el rostro más clandestino del histórico insurgente intelectual, que explicaba los temas de nación con la simpleza de un profesor de primer grado.
“Es una historia que comienza a mediados de los setenta…” me aclara e inicia un tierno, peligroso, contradictorio y hasta amoroso relato, que parece un guion cinematográfico.
Una enfermera promovió un encuentro entre una elegante y bien posicionada medico de Santa Ana, directora de un hospital y un joven abogado, cabello largo, barbado, calzado con caites, conocido insurrecto político y buscado por subversivo. La presentación para conocerse fue aprobada por ambos.
La médico se enamoró a primera vista, no le importó la apariencia, pero si su hablar, su conocimiento del mundo y su nivel cultural. En adelante se volvió un amor clandestino, “que nació en circunstancias extraordinarias” escribirá Dalton en El tercer poema de amor.
En contra de muchas voces adversas y la agudización de una situación revolucionaria que anunciaba la llegada de tiempos de guerra, el amor entre ambos se había consumado y la prueba tangible era el nacimiento de Luci en 1976.
Ese año Dagoberto se interna en la clandestinidad; y la doctora es detenida varias veces, bajo sospecha de tener una relación con el joven abogado miembro del Partido Comunista. La niña no vuele a ver a su padre hasta que tiene 6 años, cuando su madre se une a otra persona y en una reunión mediada por un reconocido jesuita aparece el “Comandante Logan” y acuerdan que la hija del guerrillero llevará el apellido Luna, de su padre adoptivo. Luci no volvería a ver a su papá hasta los quince años. Cuando la paz toca las puertas del país.
Luci recuerda que antes de ese encuentro en una ciudad de México, Dagoberto Gutiérrez no parecía el guerrillero barbado que vio alguna vez por la televisión o el “fantasma” al que ella le escribía cartas, poemas y dibujos de manera clandestina y en correspondencia oculta recibía largas notas en las que, desde la clandestinidad “Logan” le escribía sobre el amor a la patria, la paz y la revolución que soñaba con las armas en la mano, cartas que atesora como la mejor herencia de su padre. Al que amó tanto y nunca dejó de ver hasta esta noche, en la que descansa como un guerrero satisfecho de la misión cumplida.
Luci fue la primera de cuatro hijos que procreó Dagoberto, estuvo unido a tres mujeres en distintos momentos de su vida. Daysi fue la mujer que lo acompañó durante los últimos 38 años y estuvo con él hasta final de sus días, esta noche ha velado al hombre que amó.
Ya son pasadas las doce de la noche, la sala de velación ha quedado sola, Luci se dispone a marcharse, mañana 10 de julio el “Comandante Logan” será sepultado.
Dagoberto Gutiérrez era teólogo y por tanto, creo sinceramente que Dios lo conoce perfectamente y no rechaza a “los hombres que luchan toda la vida, porque esos son los imprescindibles” como escribió el poeta Bertold Bretch. Y no dudo que, Jesús un revolucionario de la vida, le habrá dicho “buen siervo fiel entra en el gozo de tu Señor”.