Por: Manuel Cañadas
Solo conozco un personaje salvadoreño que puede ser reconocido con la simple enunciación de su sobrenombre: “Mágico”.
La historia de su increíble carrera ha sido narrada tantas veces, pero no se ha podido llegar a su verdadera interioridad tan llena de extraños y profundos contrastes.
No tuvo estudios superiores, sin embargo, es uno de los más distinguidos personajes de nuestro país, un ser cuyas pintorescas opiniones dibujan una sonrisa entre los aficionados, más allá que sean acertadas o no.
Es el menor de siete hermanos: Mauricio, Arturo, Chepe, Efraín, Miguel y Chus. Doña Toyita y don Oscar solo concibieron una hembra, Lety, psicóloga clínica, quien para hacer su tésis no tuvo que andar buscando sujetos extraños fuera de la casa. Jorge destacó internacionalmente y desde niño dio muestras de su talento y con su fútbol se volvió casi universal.
En reiteradas veces intentaron involucrarlo en cuestiones políticas y gambeteó a unos y a otros. Pero más de alguno se le ha colgado, por no decir, varios.
Y lo he visto alternar con jefes de estado y dignatarios de diversa clase y me ha parecido imperturbable, sin esa reverencia y jerarquía que sus títulos y elevados puestos podrían sugerir o merecer.
No así cuando encuentra un viejo amigo o es requerido para tomarse una foto con alguien. Entonces acude a una frase de su particular léxico: “¡A cora!”
Y siempre sigue activo, a una edad en que sus compañeros de generación ya están jubilados y ya no quieren saber de la pelota, él sigue jugando con sus amigos sin acusar lesiones y achaques, pese a que no ha tenido precisamente una vida monacal.
He oído hablar de diversas formas de autismo, de “la bella indiferencia”, de los problemas para la interacción social. Pero a mi juicio, Jorge es un superdotado del fútbol con alma de hedonista empedernido, para quien las cosas materiales y sociales solo tienen relativa importancia, ¿o ninguna?
Un ser privilegiado que sabe hacer arte con su cuerpo, inspirado por un talento que parece ir más allá de lo natural. Y ello le bastó y sobró para convertirse en ídolo en Cádiz y en el futbolista más grandioso que ha tenido El Salvador; más cerca del artista que del futbolista.
¿Qué habría sido de él si hubiera querido estar entre los mejores del mundo? ¿o acaso no lo fue?
Era tan especial queriendo disfrutar y lo lograba en Cádiz, donde no había tanta presión, una ciudad que tanto ha querido, donde le admiraban y aplaudían sus goles, sus fantasías y sus descaros; sus famosas andanzas por la ciudad donde se le podía ver cualquier día, a cualquier hora en algún bar, donde su nombre tiene matices de leyenda, basada en anécdotas, rememorando sus regates, goles de fantasía, su impuntualidad, su simpatía.
Y por ello fue tan especial, tan diferente pues solo quería jugar y lo lograba en un equipo y en una ciudad que adoraba.
Ojalá hubiera podido mantener su talento en el tiempo, que su magia la hubiera demostrado militando en un equipo cimero.
Pero su mayor logro es haber sido dichoso a su manera, haciendo lo que quería hacer.
Por eso nunca sabremos qué hubiera pasado si le hubiera puesto esa solemne seriedad a su accionar.