“Me llamo Nancy Guillén, soy salvadoreña y llegué a España, en 1995. En ese momento, no era consciente de que estaba iniciando, sin querer, un proceso migratorio y de verdadero cambio en mi vida. Yo he sido deportista profesional. Entrenaba atletismo y lanzamiento de martillo en mi país.
Fue en 1993, mientras se realizaron los Juegos Centroamericanos en El Salvador cuando estuve de voluntaria en el estadio “Flor Blanca”, que hoy es el “Mágico González”, que se despertó esa espinita por el deporte de alto rendimiento.
Yo veía a tantos atletas comprometidos y esforzados que quise formar parte de eso. Así que, poco a poco, empecé a entrenar. Al poco tiempo, tuve la dicha de que mi entrenador fuese Jorge Hernández, un cubano que era todo un referente en la época, en lanzamiento de martillo.
Era bien exigente, pero yo tenía todas las ganas y toda la motivación del mundo para salir adelante. Entrenaba a las 5:00 de la mañana, cuando no había nadie en el estadio. Empecé a despuntar en mi país y en toda Centroamérica. En menos de un año, fui mejorando mis marcas y obtuve récord junior.
Un día, llegaron a mi casa personas del Comité Olímpico de El Salvador a hablar con mis papás, a decirles que me otorgaban una beca de “Jóvenes Promesas”, por mi buen rendimiento deportivo. Yo tenía 18 años y estaba estudiando el primer semestre de Economía en la universidad. Mis papás me animaron a aceptar la beca y, sin pensarlo mucho, dije que sí. Y así fue como, en agosto de 1995, llegué a Barcelona a un Centro de Alto Rendimiento Deportivo.
El primer año, fue durísimo. Estábamos toda la semana entrenando, de lunes a viernes y, como muchos de mis compañeros eran catalanes, se iban el fin de semana a sus casas y nos quedábamos bien poquitos ahi en el centro. Mi beca cubría todo: viajes, estancia y comida, pero de gastos sólo me asignaban unos 60 euros para todo el mes. Así que no era dinero suficiente para salir a comer o hacer alguna pequeña compra.
Fue una experiencia bastante austera y muy exigente, a nivel físico y mental. Era 1995, en esa época, no había internet, teléfonos móviles, ni facebook, ni whatsapp, no podíamos estar tan en contacto con nuestra familia como hoy. Yo hablaba con mi familia una vez cada quince días, más o menos. Pero mi esfuerzo y el apoyo recibidos por mis entrenadores rindieron frutos.
En 1997, obtuve el récord en El Salvador y superé a Eva María Dimas, que era la gran campeona imbatible en ese tiempo. De 47 metros pasé a 55 metros de longitud en mi lanzamiento, mejoré muchísimo. Y así seguí, entrenando fuerte, de cara a los Juegos Centroamericanos de San Pedro Sula, que serían en 1998. Pero, justo unas dos semanas antes del evento, tuve un accidente entrenando: un compañero lanzó el martillo y me cayó justo en el brazo y me hizo una fuerte fractura y me rompió el brazo.
Me quedó una enorme cicatriz después de aquello. No pude ir a los Juegos, teniendo mi mejor récord, y tuve que empezar nuevamente con mi recuperación y entrenar duro, para alcanzar, nuevamente, el nivel de fuerza y coordinación que había adquirido. No fue fácil. Pero pienso que pudo haber sido peor, si el martillo hubiese impactado en mi cabeza o en el cuello. Eso hubiese sido grave o hasta letal.
Mi beca terminó y regresé a El Salvador, en abril de 1998. Yo, entonces, tenía un novio judoca español que había conocido en el centro de alto rendimiento. Él quiso continuar con la relación y visitó El Salvador en esos meses, para vernos. Era una relación bonita, pero yo, ya antes de volver a El Salvador, estando en España, ya había sido fichada por la Oklahoma State University.
Me dieron una beca deportiva, que incluía el 50% de mis gastos. Un 25% lo asumía el Comité Olímpico de El Salvador y el otro 25% mis papás. Eran costos muy altos y fue un gran sacrificio para ellos. Fui siempre muy consciente de que era una gran oportunidad en mi vida y tenía que aprovecharla al máximo.
Escucha la historia completa de Nancy aquí: https://www.youtube.com/embed/CfQsUAyDYNo