ALGO MÁS QUE PALABRAS
“Promover y apoyar iniciativas de diálogo, trabajando de forma conjunta y de manera creativa, redescubriéndonos unos a otros de manera cooperante, será un modo sabio de recuperar otro soplo más benigno y menos cruel”.
Estamos inundados de noticias e imágenes aterradoras que nos narran el sufrimiento humano y, al mismo tiempo, sentimos en nuestros interiores un enorme decaimiento de no poder intervenir. Quizás tengamos que fortalecer el corazón, darnos entre sí para superar la indiferencia y nuestras pretensiones mundanas dominadoras, que lo único que hacen es encerrarnos en nosotros mismos, con espíritu egoísta y soplo impasible, llevándonos a un horror inimaginable.
Sin duda, la falta de actuación colectiva, nos recuerda que ninguna sociedad es inmune al odio, lo que requiere de todos nosotros un compromiso que frene este huracán desconcertante, que aviva la división continuamente, en lugar de forjar humanidad y transmitir calor de hogar.
Bajo esta situación tenebrosa que sufrimos, todo se desvanece, hasta la misma esperanza existencial. Hoy más que nunca, urge actuar, al menos para cultivar la relación y la corporación social, con el vocablo sensato de un hacer y de un obrar solidario, volcado en entenderse y atenderse mutuamente, previniendo las continuas violaciones de los derechos humanos, exigiendo responsabilidades a los que las incumplen.
Seamos justos y claros, para empezar, debe garantizarse el acceso humanitario sin trabas, máxime cuando falla lo esencial, los alimentos y hasta la cobertura sanitaria universal, que se ha estancado en todas las regiones del mundo, mientras crece el ciclo de las desigualdades en materia de salud, así como el ciclón de la tristeza y la soledad.
Tener un hombro en el que llorar aminora el llanto de muchos. Injertemos amor, no odio, que cualquier fobia aparte de ser un desatino es una atrocidad. Utilicemos todos los medios diplomáticos, para lograr un alto el fuego y una concordia verdadera.
En todo caso, resulta preocupante el cambio de prioridades; y así, en lugar de utilizar los fondos para hacer frente a los urgentes desafíos mundiales como la pobreza y el hambre, se están redirigiendo cada vez más recursos hacia el armamento y el cerrojazo de fronteras.
Sea como fuere, nos hemos globalizado y no podemos permitir que las generaciones actuales y las nuevas pierdan la memoria de lo ocurrido con las hostilidades, retentiva que ha de ser garantía y estímulo para construir un porvenir más armónico y fraterno.
Por desgracia, a poco que nos adentremos en los desgarrados testimonios de supervivencia actuales, nos daremos cuenta que el recorrido hacia la reconciliación y la justicia está distante; al mismo tiempo, que las tecnologías digitales están siendo utilizadas como armas para enardecer el rencor, avivar la fragmentación y difundir patrañas.
En este sentido, recientemente el secretario general de la ONU, llamaba a la comunidad internacional a trabajar para frenar esta marea de enemistades, antes de que el descontento mute en un sinfín de brutalidades. Promover y apoyar iniciativas de diálogo, trabajando de forma conjunta y de manera creativa, redescubriéndonos unos a otros de manera cooperante, será un modo sabio de recuperar otro soplo más benigno y menos cruel.
Es necesario, por consiguiente, renacer para ponerse de nuevo en camino, distanciándonos de las ordinarieces y de las vanidades. Indudablemente, la senda es cuesta arriba, más mística que mundana, lo que requiere esfuerzo, sacrificio y concentración, si en verdad queremos extirpar el mal de nuestro entorno.
Este tiempo meditativo por el que ahora transitamos, debe movernos a interrogarnos para buscar, y no evitar, a quien es un desfavorecido del sistema; para llamar, y no ignorar, a quién desea ser oído y recibir un sincero abrazo de aliento; para acoger, y no abandonar, a quien sufre el aislamiento y el suplicio.
Al fin y al cabo, no hay mayor recogimiento que acoger corazones heridos, latidos despreciados, actuando de modo que nadie quede atrás.