INMIGRACION
Fuente: EL PAIS, por: Natalia Quiroga
En los últimos meses, los albergues de la frontera sur de México han registrado una afluencia masiva de mujeres con sus hijos. Un “éxodo masivo de madres y niños”, puntualiza Rubén Figueroa, voluntario del refugio La 72 y miembro del Movimiento Mesoamericano en Defensa de los Migrantes. “Apenas se habla de las mujeres que viajan con sus hijos y se entregan a la autoridad migratoria estadounidense buscando asilo, y que son quienes más presencias tienen en los albergues de la ruta migratoria en México. Tan solo en la ruta del tren en el tramo entre Arriaga (Chiapas) e Ixtepec (Oaxaca), la cantidad de mujeres que observábamos el año pasado hacer cada trayecto, unas 50, ha aumentado mucho y ahora se pueden ver grupos de hasta de 250, casi todas con hijos pequeños”, añade Figueroa.
La mayoría de esas mujeres huye de la violencia en sus países, Guatemala, El Salvador, y especialmente Honduras, el país más violento del mundo, donde en 2013 cada mes 53 mujeres fueron asesinadas (636 en todo el año). Más del 90% de los casos permanecen impunes, según datos de la Campaña Nacional contra los Feminicidios. El informe Narrativas de la Transmigración Centroamericana señalaba que el 81% de los inmigrantes centroamericanos que abandonó su país el año pasado, lo hizo para huir de la violencia y crimen.
Llegan con sus hijos, con sus bebés en los brazos y con un gesto que transita entre la valentía y el miedo. A La 72 llegan cada día una media de 15 niños y niñas con sus madres. Entre ellas, Evelyn, de 23 años. Acompañada de su hija de tres años y su bebé de ocho meses. Allá en Honduras se quedó la mayor, de seis años. El padre del pequeño empezó a pegarle cuando estaba embarazada de cuatro meses. Le abandonó y se fue de casa con su hija. Pero a su puesto de verduras en el mercado cada vez le llegaban más amenazas de las maras exigiendo dinero, el “impuesto de guerra”, como comúnmente llaman todos a este tipo de extorsiones. “Estoy segura de que fue él quien les mandó venir”, explica.
EN BUSCA DEL NORTE
Evelyn se fue buscando el norte y al llegar al albergue en Tenosique le aconsejaron solicitar la visa humanitaria para permanecer en México y no exponerse al riesgo del camino hacia EE UU. “Nuestra labor es ofrecer ayuda a los migrantes que pasan pero también, y sobre todo, apoyarles en materia de derechos humanos, ayudándoles a solicitar una visa y tratando de lograr un cambio estructural en las políticas migratorias y en el sistema”, explica Fray Tomás, quien está al frente de La 72, justo antes de iniciar su comida.
Es en estos albergues, gestionados en su mayoría por una iglesia de base a la que poco acostumbran las posturas oficiales, el único lugar donde los migrantes reciben apoyo. Son ellos y otros movimientos de la sociedad civil los que contribuyen a visibilizar una realidad que otros tratan de ocultar. Sus armas: la desobediencia civil, la denuncia a las autoridades y al crimen organizado y la protesta pacífica.
Tras unos días en el albergue, Marlen ha coincidido a otra mujer de su misma colonia y que también huye de la violencia de género. Gracias a ella ha conseguido el teléfono de una vecina común y logra hablar con un familiar que le ha enviado los 5.000 lempiras ($350 dólares) que había ahorrado. Con eso, al menos, podrá iniciar el recorrido cogiendo las combis (pequeños autobuses privados) que unen las ciudades, tratando de esquivar los controles de migración. Mientras cuenta sus planes, Marlen sonríe y se libera de la tensión de los días previos.
ENTRE $1,500 Y $3000
Por fin, ella y sus tres hijos podrán seguir adelante, aunque con ese dinero no podrán llegar lejos: las fronteras sur y norte de México distan más de 3.200 kilómetros y el coste del transporte, la comida y lo que seguramente tenga que pagar en extorsiones, es muy superior a la cantidad que Marlen ha conseguido recaudar. Y en el caso de que lograse cruzar el país, el paso a EE UU le costaría a la familia entre 1.500 y 3.000 dólares, dependiendo del coyote (guía).
Pero, ¿por qué llegan ahora tantas mujeres con niños y bebés? Los trabajadores y voluntarios de los albergues explican que se debe, en parte, al repunte de la violencia en países como El Salvador y Honduras. Allí, el pago del “impuesto de guerra” a las maras y sus asfixiantes métodos de extorsión, hacen imposible vislumbrar un futuro o sobrevivir a cualquier presente.
RUMOR QUE LAS DEJAN PASAR
Muchas mujeres aseguran que además existe el rumor de que en Estados Unidos dejan pasar a las madres que llegan con niños. Eso fue lo que escuchó Micaela por la radio de su pueblo, Arenales, y lo que le empujó a tomar la decisión de huir con sus tres hijos.
Así, muchas cruzarán de la mano de sus hijos la frontera por puentes como el que une Reynosa, en México, e Hidalgo, en Estados Unidos, para entregarse a la Patrulla Fronteriza. “Son detenidas en tanto se revisa su caso y se determina el otorgamiento o no de un permiso de residencia.
La estrategia utilizada por el Servicio de Inmigración y Aduanas de los Estados Unidos, cuyas instalaciones de detención están saturadas y sus cortes de migración con enormes listas de espera, es liberarlas para que esperen su cita con familiares o amigos residentes. Les entregan un documento migratorio para que puedan quedarse hasta que sean llamadas a corte”, explican fuentes del Movimiento Migratorio Mesoamericano.
Una tras otra, las madres que se encuentran en los albergues del camino, la mayoría hondureñas, hablan de la imposibilidad de dar de comer a sus hijos. El hambre y la pobreza son otro tipo de violencia que afecta especialmente a los 622.910 hogares de Honduras (un tercio del total) de madres solteras sobre las que recae la responsabilidad de los hijos, según denunciaba el Comisionado Nacional de los Derechos Humanos de Honduras (Conadeh).
Sin el apoyo de los padres de las criaturas, muchas dependen de la ayuda de hermanos o familiares en el norte que, una vez comenzado el camino, acaban no respondiendo. María viaja desde Honduras con sus dos hijos y esperaba que sus padres le enviasen dinero para seguir su ruta. “Hace unos días secuestraron a mi hermano en el camino y ahora tienen que pagar su rescate. Sin su ayuda, no nos queda más remedio que volvernos a Honduras”, lamenta.