Intipucá City, el pueblo más estadounidense de El Salvador

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EL SALVADOR

Intipucá City, el pueblo más estadounidense de El Salvador

 Tomado de BBC Mundo

 

PAG 12 El agua cae desde lo alto del monumento pero no toca a Sifredo Chávez. Y hay un motivo. Óscar Romeo Chávez explica qué hace su tío inmortalizado con morral al hombro y la mirada como quien se despide de su tierra.

Cuenta que Sifredo fue el primer emigrante de Intipucá en viajar a Estados Unidos.

El primero de muchos, de esta ciudad ubicada 180 kilómetros al sureste de San Salvador.

“Él no es mojado”

Esta apacible localidad de 12.000 habitantes, conocida como la ciudad más “gringa” de El Salvador, tiene a la mitad de su población en Estados Unidos. La gran mayoría en la costa este del país.

“Él no es mojado, entonces la fuente no le cae directamente en la cabeza”, le explica a BBC Mundo un orgulloso Óscar. Y repite: “porque él no es mojado, no se fue a pie, se fue legal. Entonces el monumento tiene ese significado”.

Lo remarca porque a los que cruzan ilegalmente la frontera a través del río Bravo se les llama despectivamente “espaldas mojadas” o “mojados”.

En el parque “Las/los emigrantes” se lo reconoce por su osadía de 1967. Hace más de diez años el gobierno salvadoreño decidió instalar su estatua y declarar a Intipucá “municipio ícono de la emigración”, asegura el alcalde Enrique Méndez.

En Intipucá, uno de esos lugares del interior de un país donde el tiempo corre a otro ritmo, todos parecen tener un vínculo con Estados Unidos. Y, en general, lo agradecen.

 

REMESAS SALVADORAS

Intipuca, the place to be…” Un despintado cartel en la entrada de la ciudad sirve de recuerdo de que “es el lugar para estar”. Eso es lo que dicen. Las remesas de los emigrantes que han salido de aquí, por la pobreza, la falta de oportunidades o la violencia, se ven en la calle en forma de obras y vías.

El estadio de fútbol, la Casa de la Cultura, escuelas, calles. Los dólares y la ayuda del norte revivieron a la ciudad. Sostienen a la ciudad. Hay un pasaje llamado “Washington” y la vía principal lleva el nombre de William Walker, embajador de EE.UU. en El Salvador entre 1988 y 1992, porque donó fondos para que esa calle fuera empedrada.

“Todos los hermanos que se fueron para el exterior han estado aportando recursos económicos a sus familiares acá y es como se ha llevado adelante el desarrollo de la ciudad”, le dice a BBC Mundo el alcalde. Pero la sangría constante tiene su contracara.

“Una de las cosas buenas es que la mayoría de personas que se ha ido es que tienen mejores condiciones en sus casas acá, una estabilidad económica, la parte mala quizá es que se desintegra la familia, se pierde el cuidado de los padres sobre los hijos y eso a veces ocasiona problemas”, asegura Méndez.

La alcaldía ha puesto en marcha programas para evitar que sigan dejando esta ciudad de sol aplastante. “La idea es tratar de que la gente desista de irse”, aclara, “pero que al mismo tiempo tenga oportunidades de trabajo aquí en El Salvador”.

 

“DA MÁS MIEDO EL HAMBRE”

“Todos quieren ir a Estados Unidos”, se ríe Óscar casi que resignado. Habla de sus tres hijos de 18, 12 y 9 años. Considera una traición querer emigrar y lamenta la fuga de cerebros. “Para mí es malo que se vayan, porque nuestro país es un país pobre que invierte en la educación de nosotros y cuando ya estamos en una edad productiva nos vamos a producir a otro que no ha invertido nada en nosotros”.PAG 12A

Pero si le salen los papeles para entrar a Estados Unidos, se iría. “Uno no es egoísta”, remata este empleado de la alcaldía, “lo haría por ellos, para que se superen”. A unas pocas cuadras de allí dos empleados de la ferretería Libby hablan sobre el sueño de emigrar.

Uno cuenta que se quiere ir, su hermana está próxima a dejar El Salvador, hay más oportunidades allí, se trata de un cambio de vida. “Le cambia la vida a uno. Iría como ilegal, pero da miedo”, dice. “Da más miedo el hambre”, lo interrumpe Alexi.

Alexi Hernández, de 22 años, atiende en la ferretería y también trabaja de mesero pero sobrevive gracias a los US$100 o US$150 que su madre le envía una o dos veces al mes.

Ella lleva diez años en Estados Unidos y Alexi apenas la ha visto tres veces desde entonces.

Estudia turismo y computación en el municipio de La Unión, a 35 kilómetros de allí, porque quiere viajar a EE.UU. y reunirse con su madre en Baltimore, donde trabaja en un McDonald’s. Recibe ayuda de amigos y de sus jefes para financiarse los estudios. Los patrones, como casi todos en Intipucá, también tienen su historia gringa.

 

EMPRENDIMIENTO EN EL PACÍFICO

Debajo de una palapa (casita con techo de paja), Blanca Neris Chávez de Hernández, otea el horizonte, la playa El Icacal casi desierta, el cálido Pacífico salvadoreño. En 1990, viviendo en Estados Unidos, le dijo a su marido: “Ni así me regalen un cuarto de la Casa Blanca, yo no me quedo aquí”.

Llevaba 15 años trabajando en EE.UU., y echaba de menos a su Intipucá, sufriendo por la distancia, el maltrato, la falta de integración. Con el dinero que juntaron compraron cuatro propiedades en la ciudad y el terreno frente al mar, donde este año piensan construir cinco habitaciones, una piscina, una glorieta y un salón de eventos.

Los envíos de dinero de los emigrantes son esenciales para la economía del país. Representan el 16% del Producto Interno Bruto. Sin embargo, Chávez cuestiona que esos recursos no se aprovechen de otra manera.

“Falta espíritu emprendedor en Intipucá”, se lamenta y critica a los que se estancan por depender de las remesas: “Ese es un grave error. La gente tiene que trabajar”. Habla animadamente pero baja el tono cuando se acercan sus hijos, residentes en Washington DC, que la visitan por su reciente cumpleaños. Quiere que en el futuro se ocupen de sus negocios aquí: “Sueño con que se vuelvan de Estados Unidos”.