Purificar el pasado para hermanarse

0
127

ALGO MÁS QUE PALABRAS

Purificar el pasado para hermanarse

Por: Víctor Corcoba Herrero/ Escritor (corcoba@telefonica.net)

 

A veces nos desvela el mañana, y apenas hacemos nada por vivir el presente, o por aprender del pasado.  Quizás deberíamos hacer memoria, al menos para entusiasmarnos y rescatar sabiduría, pues son las vivencias las que nos hacen recobrar los referentes y las referencias. En efecto, no se puede caminar sin reconocerse cada día, con los gozos y las cruces, haciendo historia tanto de los buenos momentos como de aquellos más difíciles, con los que hemos crecido interiormente. Ojalá lleguemos a reencontrarnos todos con todos, a no discriminarnos, y a mirar el futuro con la esperanza del deber cumplido, el de un mundo más hermanado.

Por desgracia, somos una sociedad de contrastes, por una parte todo se universaliza y se fusiona, mientras cada vez más los actos de barbarie se incrementan. A propósito, el Comité para la Eliminación de la Discriminación Racial de Naciones Unidas (CERD), órgano de expertos independientes cuya misión es la de examinar el uso de la Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Racial por los Estados partes, comienza sus sesiones en estos días en Ginebra. Estaremos atentos a sus comunicaciones. Ecuador será el único país de América Latina examinado durante este periodo, los días 8 y 9 de agosto. Canadá, Rusia, Kuwait, Djibouti, Nueva Zelanda, Tayikistán y los Emiratos Árabes Unidos serán los otros países evaluados.

Me da la sensación que los moradores de muchos pueblos autóctonos aún sufren mucho a causa de las segregaciones. Ahora bien, mientras la solidaridad no se teja entre los Estados, pero también entre las familias, la deshumanización, los rechazos, las conductas racistas y xenófobas, tampoco van a cesar, puesto que en lugar de mirar al pasado con retentiva purificadora para afrontar serenamente otro porvenir más armónico, solemos hacerlo con lenguaje interesado y poco reparador, más bien con rencor y revancha. Una sociedad como la nuestra, tan globalizada por una parte y por otra tan cerrada, requiere reeducarse en la serenidad, pero con otra visión más auténtica y tolerante.

La falsedad en todo y hacia todo, la proliferación de pedestales corruptos que se creen vencedores, la manipulación ideológica o política llevada a extremos que nos dejan sin alma, la deslealtad para con uno mismo, hacen imposible que germinen relaciones sociales reposadas. De ahí, lo necesario que es hoy en día hablar claro y profundo, de verdad y con la verdad por delante, aunque nos cueste la misma existencia. Al fin y al cabo, únicamente el espíritu libre, que se somete a esta atmósfera verdadera, es capaz de conducirnos y de reconducirnos hacia el horizonte de bien y de la bondad que anhelamos, cuando menos para sentirnos en paz con nosotros mismos.

En consecuencia, hemos de mirar hacia atrás siempre, no para volvernos, sino para tomar ese impulso que todos nos merecemos, el de la luz, o si quieren el de la ilusión. Si la voz de los líderes religiosos es vital para prevenir los genocidios, también la voz de esa ciudadanía generosa, implicada en temas sociales, es fundamental, ya que con su acción reconciliadora, mengua cualquier forma de resentimiento que la herencia del pasado nos hubiese dejado. Es público y notorio, por tanto, que la lucha contra la discriminación demanda de una transformación personal interna; sí, del corazón. Urge prevenir la curación de los recuerdos, ese perdón por el que el Papa Juan Pablo II llamó en su último Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, cuando dijo: “No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón: no me cansaré de repetir esta advertencia a aquellos que, por una razón u otra, nutren sentimientos de odio, deseo de venganza o voluntad de destruir”.

Dicho lo anterior, pienso que no debemos perder de vista la necesidad de retomar el camino del diálogo, y así poder restaurar otros ambientes más propicios para las negociaciones de acuerdos, ante la multitud de conflictos que nos acorralan. Tenemos que evitar provocaciones, actuar con mesura; y, sobre todo, con tesón y paciencia intentar aminorar confrontaciones. Sé que no es fácil en un mundo tan convulso como el presente, con una sociedad tan polarizada y presionada por liderazgos que no entienden de comprensión, sólo de armas, pero hemos de recordar, haciendo memoria de nuestra existencia, que estamos en el mundo para vivir, no para matarnos unos a otros. Pensemos que si la justicia se defiende con la gnosis, también la paz llega abrazándonos, sabiendo que son los sentimientos los que nos hacen dejar de ser piedras. ¡Apostamos por esta expectativa de cambio!