“Vivir únicamente para sí es la mayor amargura”
Una sociedad es tanto más humana cuanto más se donan entre si sus gentes, protegiendo a sus miembros frágiles y a los que más sufren, procurando siempre que nadie se quede solo, se sienta excluido o abandonado. Hay que favorecer la concurrencia, lo que nos exige el lazo de una colectividad más justa, caracterizada por una mayor fidelidad, basada en la permanente entrega generosa. Los sentimientos de odio y venganza no tienen sentido. Hay que derribarlos de la mente. Lo importante es sentirse parte de ese todo, con el que ha de reconciliarse y aglutinarse, para que la vida pueda continuar tejiendo sus abecedarios naturales. Está visto que, con el uso innecesario y excesivo de la fuerza nada se consigue, lo fundamental es socializar el hecho de pertenecer a la misma familia humana. Por consiguiente, si el prójimo debe sentirse próximo en todo instante y en cualquier lugar, también nuestra capacidad de servicio no debe servirse de nadie y menos a ninguna idea, únicamente a las personas, por lo que son y representan. De ahí, que dicha asistencia deba de mirar siempre el rostro del análogo, aquel que camina a nuestro lado, que nos acompaña incondicionalmente, ya no solo de manera personal, sino también de forma comunitaria, lo que nos requiere de una realidad en la que nadie se sienta ignorado, víctima de injusticias sociales que niegan sus cabales.
En consecuencia, el estímulo social del ser humano es algo inherente a toda existencia viva. Hagamos autocrítica. Valoremos ese espíritu donde vivimos, donde nos hallamos, para dejarnos de engañar unos a otros. Indudablemente, el impulso general debe fomentar un mayor bienestar, siempre que no perdamos el horizonte del sentido de la responsabilidad en el campo familiar, profesional y cívico, la iniciativa de cada cual y la libertad misma en el ejercicio de las obligaciones y derechos fundamentales de la vida. Lo importante es no dejarse arrastrar por nuestras miserias humanas, por ese impulso ciego dominador, que no reconoce ni respeta la riqueza vital que todos llevamos consigo. En 2021, la prioridad debiera ser la integración de todos, con el mejoramiento en el nivel de vida, no solo para la generación presente, también para las futuras, que han de vincularse más en ese desvelo de trabajo por el bien colectivo, por la casa común de todos, sobre la base de una ética de justicia, de consideración hacia toda vida y de solidaridad entre análogos. Precisamente, hoy más que nunca, se requiere aunar esfuerzos para mejorar las condiciones de trabajo y combatir la desigualdad creciente en todas las sociedades. Lo nefasto del momento es que caminamos hacia contextos sociales confusos, sin demasiados referentes ejemplarizantes, lo que favorece un gran victimismo, con la única mentalidad del derroche y el consumo.
Todo este llanto, se agrava cuando las reglas económicas reemplazan a las pautas morales, puesto que cualquier valor social pierde identidad. Por desgracia, la dictadura del dinero todo lo corrompe y contamina de lenguajes egoístas a más no poder, alterando el sentido del vínculo social, de la duda de uno mismo con respecto al otro y del sentido de transparencia y compromiso. El ser humano, como unidad de alma y cuerpo, está llamado a socializarse más allá de las meras palabras. La dimensión corporativa de toda existencia es la que nos permite avanzar como constructores de un nuevo vínculo social, pues vivir únicamente para sí es la mayor amargura, lo que en verdad nos revive es el reencuentro compartido, vivido con su tejido sensato de relaciones, de proyecto humano en suma. Para ello es importante esa corpulencia poética que nos hermana, la convicción sobre la inalienable dignidad de cada ciudadano y las motivaciones para ponernos en movimiento a la hora de acoger y recogernos para vivir como familia. Los grupos cerrados suelen ser formas idealizadas de egocentrismo que lo único que hacen es retrocedernos y transformarnos en fuente de conflictos y de violencias. Ojalá, aprendamos a aplicar el concepto de ciudadanía, sustentado en la igualdad de obligaciones y derechos. Será el modo de construir pueblos y ciudades en concordia, que es lo que en verdad nos hace crecer, para compartir horizontes y sentirnos corresponsables de esta nueva gestación de mundo, concebido bajo el fundamento de los consensos.
Pensemos que nuestra especie es esencialmente un tronco de raíces, un ser propicio para enhebrar sueños; inicialmente fue el desarrollo de la industria y la producción de bienes de consumo, hoy se singulariza por el desarrollo tecnológico y la inteligencia artificial, pero a este progreso le falta corazón, o si quieren responsabilidad ética y social, para movilizar socialmente las conciencias, poniendo en valor esa energía copartícipe como primera actitud, que contrarreste hábitos individualistas y procedimientos interesados que solo benefician a unos pocos privilegiados. Desde luego, nos falta luz y verdad, para avivar otras historias que no sean de menosprecio, y sobre todo arrope a los últimos con lenguajes más auténticos, más de la esencia interna que es el verdadero asistente de todos nosotros. Sea como fuere, ese innato estimulo social, tiene que partir de cada ser humano, uniendo y no dividiendo, extinguiendo la represalia de nuestros pasos, abriendo las sendas de la voluntad al encuentro, no al encontronazo, para poblar la tierra de parentescos y repoblarla de principios, como los del bien y la bondad, los del verso y la palabra, los del amor y de la vida. Inspiración que se requiere para ser un ser familiar.