Por: Julio Rodríguez (periodistacristiano@gmail.com)
Una historia que sigue tan vigente, pues el Señor Jesucristo sigue rescatando hombres y mujeres que dan testimonio de su obra en sus vidas
Allí estaba un hombre de 37 años, que naufragó durante aproximadamente 395 días en el Océano Pacífico. En la soledad del bravo. inmenso y a veces apacible mar, vio muy cerca la estrella de Belén en dos navidades y recibió la llegada de dos años nuevos. Lo vi tan humilde y, a pesar de su condición física y agotamiento mental, estaba lleno de ganas de vivir.
“¿Hablaste con Dios alguna vez?” fue la pegunta que le hice a Salvador Alvarenga. “Todos los días” – me respondió – con una voz susurrante y tímida.
“Siempre tuve fe que saldría de allí” me dijo con una sana envidiable fe. Revelo “Que su amigo pidió perdón y oró mucho antes de morir para ir al cielo” y cuando falleció se quedó solo.
Salvador, aun ordena todas sus ideas, se recupera de una odisea que ni en películas he visto y se dispone a continuar viviendo. “Quiero estar bien” dijo como pidiendo a Dios que complete la obra. Me levante extendí mi mano y se la estreché, no a un hombre ordinario, sino a un extraordinario que vivió por fe, una prueba de amor de que Dios, tiene propósitos que no logramos entender, pero debemos aceptar con humildad y ganas de seguir.
¿Cuántos días más voy esperar? Fue quizá una pregunta de Salvador en su lancha, el silencio del océano era ensordecedor, pero lleno de paz y esperanza, de que todos los días era una oportunidad de ser rescatado.
Lo único cierto es que en la lancha no era uno, eran dos: el pescador de peces y el pescador de hombres, Jesucristo, que había hecho una gran pesca, la vida de Salvador, para fortaleza de muchos que aun buscamos salir del Océano y a veces nos ahogamos en menos agua de la que este hombre vio durante 13 meses.