“Diáspora Azul” es un espacio desde donde se comparten historias, en primera persona, de mujeres inmigrantes y sus duelos frente al proceso migratorio. Su autora es Claudia Zavala, periodista y comunicadora salvadoreña, radicada en España.
“Me llamo Ana Martha Helena. Vivo en Islandia, una isla ubicada a casi 8 mil kilómetros de distancia de mi país, El Salvador. Soy profesora y te preguntarás, cómo es que he llegado hasta este lugar tan lejano Voy a contarte mi historia…
En abril de 2008 viví una fuerte ruptura sentimental. Comencé a chatear con gente extranjera, sólo con la intención de distraerme y pasar el tiempo. En el chat vi que habían nórdicos, uno que era de Reikiavik (Reykjavík), la capital de Islandia. Le mandé el emoticono del guiño y él me contestó en inglés, preguntándome no sólo por mí, sino por cómo era la cultura de mi país. Eso me llamó la atención.
Comenzó así una relación que llegó a consolidarse, al punto que pasábamos hasta seis horas diarias chateando. Por las seis horas de diferencia entre ambos países, a veces él no dormía, pues mi tarde-noche era la madrugada de él. Era algo muy intenso… Tres meses después, él me dijo que se estaba enamorando y que necesitaba conocerme en persona. Yo le dije que me visitara, si quería, pero que yo no le prometía nada, pues estas cosas nunca se saben cómo van a salir…
En semanas previas a su viaje, estalló la crisis económica en Islandia, era 2008, ¿se acuerdan cómo fue aquello?… y él no pudo comprar su boleto aéreo, porque los bancos habían cerrado y nadie tenía acceso a su dinero. Yo pensé que todo lo que me decía era mentira, que me estaba engañando. Pero, luego me informé y vi que era cierto.
Él se esforzó mucho, de verdad, para conseguir su boleto. Compró primero el vuelo Islandia-Nueva York y luego la otra escala para El Salvador. Ahora recuerdo todo ese proceso con mucha ternura, porque fueron tiempos difíciles, en todos los sentidos, y los dos luchamos por superar todos los obstáculos para poder conocernos.
El encuentro ocurrió en noviembre de 2008. Hasta ese momento, yo le había contado de él sólo a una amiga. Pero como iba a llegar al país, tuve que contárselo a mi familia. Lógicamente, tenían miedo. Mi hermano me dijo que a saber qué loco era y mi mamá me dijo, literalmente: ‘A saber qué pata puso ese huevo. Mejor quédate sola’, jaja!”.
Con semejante apoyo familiar, ya se imaginarán… yo decidí seguir adelante. Fui al aeropuerto a recibirlo: “Recuerdo que lo vi tan blanco, tan rubio, con esos ojos tan azules… destacaba mucho del resto de la gente. Yo le digo que lo vi hasta iluminado! Jaja! Lo impresionante de todo, es que cuando nos vimos, nuestra sensación fue como de un reencuentro.
Habíamos invertido tantas horas conociéndonos emocional y espiritualmente, sin nada físico de por medio, que de verdad nos sentíamos compenetrados como pareja. Fue muy extraño, pero esas cosas de verdad pasan cuando te enamoras.
Mi mamá que, inicialmente, estaba reacia con él, cambió radicalmente su opinión, cuando lo conoció. Ella estaba en silla de ruedas, porque era amputada de una pierna, por la diabetes. Entonces, cuando él entró a mi casa, se arrodilló junto a ella y le besó la mano. Se quedó un momento así y eso a ella la conmovió mucho. Por primera vez, vi el tipo de amor que él sentía por mí, reflejado en la forma en que trató a mi madre.
Después de ese encuentro, yo también fui a Islandia para conocer a su familia y, sobre todo, al hijo que él tuvo en un matrimonio anterior. Siguieron dos viajes más de visitas, hasta que, en octubre de 2009, decidimos casarnos. Y ahí empezó el cambio radical en mi vida…
Me fui de El Salvador, en diciembre de 2009. En pleno invierno islandés. Cuando llegué, me impactó mucho la oscuridad. En esa isla, durante el día, sólo hay tres horas de luz solar. En verano es al revés, las noches son claras, y el sol no se oculta.
Una de sus primeras experiencias ‘de choque’ que viví fueron las tradicionales piscinas islandesas. En pleno invierno, con un frío que puede llegar a -20ºC, la gente estaba ahí desnuda. Son bastante desinhibidos. Yo salí con mi maletita, ahí tapándome… Él me decía que saliera a meterme al agua, que estaba caliente y me iba a sentir mejor.
Cuando entramos a la piscina, ¡me di el quemón de mi vida! Es agua muy caliente que suele estar a unos 30-40ºC. Así que, del frío horrible, pasé a esa gran quemazón. ¡Fue espantoso! Hoy ya me acostumbré y hasta le encuentro la gracia. Pero, en ese momento, me pareció una locura.
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