Señor, si quieres, puedes limpiarme

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(LUCAS 5:12-16)

POR: REV. JULIO RUIZ*

INTRODUCCIÓN               

 En una pequeña aldea había un hombre que sufría de una enfermedad de la piel que lo hacía sentirse aislado y rechazado por la comunidad. Un día, mientras caminaba por la calle, se encontró con un sabio anciano que le preguntó: “¿Qué es lo que más te duele?” El hombre respondió: “No es la enfermedad en sí, sino el sentirme solo y rechazado por los demás”. El hombre en cuestión había sido diagnosticado con lepra, y esta sería su condición a partir de ahora. Esto es exactamente la nueva historia ofrecida por Lucas respecto a este leproso. La ley no tenía una cura para esa enfermedad, sino la exclusión y condenación de esa persona a vivir en un estado de postración para siempre (Levítico 13). A parte de ser una terrible enfermedad, la lepra condenaba a quien la tuviera a un estado de ostracismo de la demás gente. Entre las cinco enfermedades que causaban la expulsión de la sociedad en Israel, la lepra aparece como una de las primeras. La enfermedad de Hansen, conocida hoy como la lepra, dista mucho de la condición de aquellos tiempos donde no había una cura para eso, y por tal razón las personas deberían vivir fuera del seno de la familia. Quienes podían acercarse un poco a ellos, hablaban de un cuerpo terriblemente afectado, dejando una impresión horrible a primera vista. Las deformaciones de esa enfermedad dejaban rostros hundidos y la piel cayéndose a pedazos. El leproso de esta historia debió tener esas características, pero ese hombre decidió ir a quien podía ayudarlo, y finalmente sanarlo. El título para este mensaje, tomado directamente del texto (v. 12b), nos revela un estado desesperado y de angustia, una actitud de profunda humildad, y también nos revela un poder sanador. Veamos cómo la compasión de Dios se extiende a aquellos que son marginados y excluidos, pero que están dispuestos a ser sanados y restaurados al acercarse a Él en fe y postrados en humildad.

I.               UNA ANGUSTIA INSOPORTABLE SIN ESPERANZA

1. Por ser una enfermedad angustiante v. 12ª. De acuerdo con lo establecido por la ley en Levítico 13:45-46, la condición de todo leproso era terriblemente angustiante e insoportable. Además de rasgar sus vestidos, cubrir su cabeza, el leproso debería ir anunciando su estado, diciendo: ¡Inmundo! ¡Inmundo! Esta persona será inmunda todo el tiempo que tenga la llaga. Así vivirá, y habitará solo; su morada estará fuera de la sociedad. No es una imagen muy bonita, ¿verdad? Los leprosos estaban aislados de la sociedad, porque además se consideraba que la lepra era muy contagiosa. Así que, si un leproso iba caminando por la calle y alguien doblaba la esquina en su dirección, el leproso estaba obligado a advertirle, cubriéndose la cara y gritar su inmundicia. Lo más severo de esta enfermedad era el daño provocado en sus nervios, hasta una pérdida peligrosa de su sensibilidad. Es posible que una persona con tales daños en sus nervios causados por la lepra no sintiera dolor cuando se cortara, quemara o se lesionara sus manos, piernas o los pies. La lepra técnicamente no mataba, pero la persona, además de no sentir nada, su carne se iba desprendiendo. Simplemente aquello era una angustia insoportable, porque aunque estaba vivo,  se sentía muerto.

Aplicación: He aquí una de las figuras más reales de lo que hace el pecado, y la lepra es su mejor comparación.  El pecado nos insensibiliza mientras sigue haciendo un trabajo de deterioro total.

2. Por ser una soledad temerosa. Los leprosos tenían que vivir fuera del campamento, fuera de la comunidad, fuera del templo, y fuera del pueblo. Imaginémonos la historia con un hombre de unos treinta años, lleno de vida y con un gran futuro por delante.  Tiene una bella esposa y dos adorables hijos pequeños, y un tercero en camino. Su matrimonio ha tenido sus altibajos, pero él y su esposa siempre parecen solucionar las cosas. Tiene un buen trabajo y un terreno propio donde ahora deciden construir una bonita casa en ese lugar, y calculan que terminarán con ella en poco tiempo. Un día vuelve a casa del trabajo y le muestra a su esposa una pequeña llaga que le ha salido en la mano, a lo mejor por usar demasiado cierta herramienta. No es muy doloroso, pero le impide trabajar en la casa. Él se toma las cosas con calma, pero después descubre con su esposa que esa mancha es lepra, y pronto todo su cuerpo se llenará de lepra. ¿Qué va a pasar ahora?  Va al sacerdote y este le dice que tiene que dejar a su esposa, a sus hijos, y a su trabajo. Al oír esto, el hombre se aterroriza. Es una sentencia de muerte. Ahora ese hombre sabe que debe salir de su hogar, vivir con otros como él, y la inmundicia será su compañera. Esto debió ser angustiante.

Aplicación: El pecado es como una lepra que nos conduce a una soledad para convivir con nuestros pensamientos, donde la conciencia también nos grita ¡inmundo! ¡inmundo! Esto revela un estado de culpabilidad también, porque la lepra se consideraba como un castigo de Dios. 

II.             UNA SÚPLICA REVERENTE LLENA DE HUMILDAD 

Las palabras para acercarse a Jesús v. 12 c. Esas cuatro pequeñas palabras revelan el corazón humilde de un hombre que entiende que no merece nada. No dice: “Señor, debes hacer esto. O, Señor, no es justo. ¡O, simplemente tienes que hacerlo!”.  Sus palabras son: “Señor, si tú quieres”. Esto puso en evidencia algo donde el leproso entendió que a lo mejor no era la voluntad del Señor sanarlo, porque todo dependía de Él. Entendió la verdad que leímos en el capítulo 4:27, donde solo Naamán el leproso fue sanado. No era la voluntad del Señor sanar a todos los leprosos. No siempre es la voluntad del Señor sanarnos de todas las enfermedades. Vea la humildad que hay en todo esto. Debemos acercarnos a nuestro Señor de la misma manera. Debemos estar dispuestos a aceptar su plan y su propósito sin importar si su plan es lo que pensamos que debería ser. Debemos creer que Dios sabe más y siempre hace lo correcto. Dios sabe más. Él sabe mejor que nadie cómo impedir que obtengas ese ascenso. Él sabe mejor que nadie cómo protegerte de esa mala relación. Él sabe mejor que nadie cómo proporcionar el salario que estás recibiendo ahora. Él sabe mejor que nadie porqué permite que sufras ese revés, esa dificultad y aún esa enfermedad que no quieres.  No es que se haga mi voluntad, sino la suya. ¿No es su voluntad perfecta, aunque no me parezca?

Aplicación: La oración “si tú quieres” le deja a Dios la libertad siempre de decir su respuesta.

III.           UNA CONFESIÓN ACERCA DEL SEÑORÍO DIVINO 

Estas fueron las primeras palabras del leproso “Señor, si quieres…”. He aquí la más grande confesión. Pablo dijo: “Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor… serás salvo”. Como el leproso no está en posición de exigir nada, dice: “Señor, si quieres, puedes limpiarme”.  Este hombre es consciente de su miseria, y se siente sin ningún derecho.  No viene haciendo ninguna afirmación sobre el poder sanador de Jesús.  No hay presunción en este hombre.  No viene confesando o declarando en el nombre de Jesús. En todo caso, este hombre es bienaventurado, porque tiene hambre y sed de algo que no tiene, a Jesús como Señor.  Pero también es manso, está quebrantado y es pobre de espíritu.  Entiende su bancarrota.  Sabe que Jesús no tiene por qué sanarlo.  No tiene ningún derecho.  Tiene necesidades profundas, pero no tiene derechos. Esa es su humildad. Sin embargo, él dice: “Señor, si quieres, puedes limpiarme”.  Vea que no le llamó Jesús hijo de David, como hicieron otros. Lo llamó “Señor”, y con eso lo reconoció como Dios, aunque no lo merecía. ¡Por supuesto que Él puede! No hay límites para Cristo “Tú puedes”.

Aplicación: ¿Crees que Él puede? ¿Crees que Él puede responder esa oración? ¿Crees que Él puede cuidar de ti esta semana? ¿Crees que Él puede satisfacer tus necesidades? ¿Crees que Él puede sanar tus heridas? ¿En quién crees? A lo mejor estás pensando: “¡Gobierno, Tú puedes! ¡Inversiones, Tú puedes! ¡Nuevo trabajo, Tú puedes! ¡Nuevo auto, Tú puedes!”. Que distinta seria nuestra vida si viniéramos a Cristo como vino este leproso, reconociéndose como “Señor”.

IV.          UNA COMPASIÓN JAMÁS ANTES PENSADA

“Entonces, extendiendo él la mano, le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio” v. 13ª.  Este cuadro es maravilloso de Jesús. Jesús extendió su mano, lo tocó, y al instante la lepra desapareció. A un maestro de la ley se le había prohibido tocar a un leproso, pero Cristo lo tocó. ¿Cuántos años había pasado desde que alguien no había abrazado a este hombre? Jesús podría haber sanado al hombre sin tocarlo. Pero Jesús sabe que este leproso necesita amor, tanto, o más de lo que necesita curación. Ciertamente la curación será maravillosa, pero lo que realmente necesitaba ese hombre era amor. ¿Por qué hizo esto Jesús?  Según la ley judía, si una persona tocaba a alguien que estaba impuro, también se volvía impuro. Entonces, ¿por qué hizo esto Jesús? En primer lugar, lo hizo por el leproso. Cristo no tenía miedo de sus llagas, ni de su carne podrida. Simplemente lo tocó, porque lo amó primero. Pero más allá de esto, Jesús mostró su amor al leproso para decirles a sus discípulos, a quienes recién había llamado, cómo deberían convertirse en pescadores de hombres. Esta es su primera lección de pesca. Jesús les está diciendo que, si quieren pescar hombres, primero deben amarlos: extender la mano y tocarlos. Si quieres que tu vecino se convierta, muéstrales amor. Ve a cortarle el césped, a limpiar su patio. Invítalos a cenar, satisface sus necesidades.

V.            UNA SANIDAD TOTAL PARA REGRESAR A CASA

“… sino ve, le dijo, muéstrate al sacerdote…” v. 14b. El sacerdote era quien lo declaraba limpio, aunque fue Jesús quien lo sanó. ¿Sería el mismo sacerdote que lo había declarado inmundo? Vea que Jesús le prohibió al leproso hablar de lo sucedido, contrario lo que le dijo al hombre de quien había salido una legión. ¿Por qué esta prohibición?  Porque era muy temprano para que la gente lo reconociera como el Mesías por las expectativas que había acerca de su aparición, pero también porque Jesús conocía a la gente quienes le buscarían más para sanar su cuerpo, en lugar de buscarle para sanar su alma.  Hemos señalado antes que Jesús no quiere que la gente acuda a Él simplemente en busca de sanidad física, sin darse cuenta de que su mayor necesidad es la sanidad espiritual. Su mayor necesidad no es convertirse en un empresario exitoso. Su mayor necesidad no es encontrar una carrera que le haga feliz. Su mayor necesidad no es disfrutar de la vida y del ocio. Su mayor necesidad no es sentirse bien y estar físicamente en forma, o incluso estar sano. Su mayor necesidad es espiritual. Su mayor necesidad es acudir a Jesucristo y ser limpiado del pecado. ¿Se había preguntado por qué el leproso le pidió a Jesús ser limpiado en lugar de ser sanado? Porque el leproso necesita que lo declarara ritualmente puro, es decir, que lo restaurara a su condición de persona “limpia” y apta para participar en la vida comunitaria, incluyendo su casa y la iglesia.

Aplicación: Más adelante, Lucas nos hablará de otra historia de leprosos, esta vez serán diez, y todos fueron sanados también (Lucas 17:11-19), pero solo uno vino, al igual que este leproso, y se postró delante de Cristo, dándole la gloria Él. He aquí la misma historia. Muchos buscan a Jesús para ser sanados de su cuerpo, o de sus emociones, pero no para ser sanados de su alma.

CONCLUSIÓN:  El versículo 12 nos dice que este leproso cuando vio a Jesús “se postró sobre su rostro …”.  ¿Tienes esa imagen en tu mente? Seguramente Jesús acababa de terminar de enseñar y estaría caminando por la calle de cierta ciudad, pero ahí viene este hombre lleno de lepra. El relato de Marcos nos dice que el hombre se acercó a Jesús y cayó rostro en tierra ante Él. Esta es una actitud reveladora de profunda humildad. ¿Se da cuenta cómo mucha gente se acerca a Jesús hoy o cómo se alejan de Jesús? En esta historia hay algo extraño, porque mientras los otros hombres se alejan del leproso, Jesús sigue acercándose, escuchando su grito de inmundicia.  “¿A caso Jesús no conoce la ley?”, pensaría el hombre para sí mismo. Pero Jesús se acerca, y ve a este hombre, y el leproso ve los ojos de un ser humano no visto durante muchos años. Ese hombre no lo odió.  No le tuvo miedo. Le tuvo compasión. No lo rechazó. Lo vio con amor. Lo tocó y después lo abrazó. Ahora su cuerpo quedó sano, y su piel es como la un bebé, sin llagas, sin mal olor. Ahora él va al sacerdote para recibir la “carta de sanidad”. Cristo lo ha limpiado. ¡Aleluya!

  Julio Ruiz es pastor de la Iglesia Bautista, Ambiente de Gracia, ubicada en la 5424 Ox Rd. Fairfax Station, VA 22039 Tel. 571-251-6590 (pastorjulioruiz55@gmail.com)