“En Nueva Zelanda, he percibido que valoran mi identidad”

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Por: Claudia Zavala

  “Me llamo Mercedes Calderón. Emigré a Nueva Zelanda, en el año 2018. Antes de eso, en general, teníamos una vida estable en nuestro país, El Salvador. Mi esposo es ingeniero electromecánico con una maestría en Geotermia.

Yo soy médico y no nos iba mal económicamente. Pero, en 2015, con el nacimiento de nuestra hija, Catalina, tomamos conciencia real del nivel de violencia que existía en ese momento en nuestro país.

  El aumento de las pandillas, la incertidumbre, el estrés, el nivel de agresividad e inseguridad en las calles…

Ser mamá ya con 35 años te hace ver las cosas de manera distinta… Cuando volví al trabajo, llevaba a la bebé a mi clínica. Una niñera me ayudaba, mientras trabajaba. Tres meses después de viajar con ellas todos los días a mi trabajo, en la carretera de Los Chorros, tuvimos un accidente terrible, con siniestro total en mi camioneta.

Mercedes con su esposo e hijos

  Gracias a Dios, a nosotras no nos pasó nada. Pero ahí se activó la decisión de emigrar y de buscar un entorno distinto, donde poder tener mejor calidad de vida… más tranquilidad.

  Mi esposo estudió su maestría en Islandia y ya tenía esa mentalidad de vivir fuera. En junio de 2017, comenzamos a buscar una oferta de trabajo para él en el extranjero. Al mes, le llegó una oportunidad desde Japón. Después de varias entrevistas, lo aceptaron. Él tenía que ir en noviembre de ese mismo año a firmar el contrato. Pero, algo dentro de nosotros no terminaba de cuadrar.

  El jefe que tendría mi esposo era mexicano. Tuvimos una videollamada donde nos dio el panorama completo de lo que encontraríamos y a mí me dijo: ‘aunque seas doctora, en Japón no vas a poder ejercer. Aquí son bien delicados y no aceptan que un profesional de la salud sea extranjero, menos de América y mucho menos que sea mujer. Vas a vivir en un apartamento pequeño. Tu hija irá a parques tranquilos, preciosos, pero tu vida será bastante restringida’.

  Nosotros teníamos claro que no emigrábamos para llegar a un lugar a acumular dinero, a tener casas y carros lujosos. Lo que buscábamos era calidad de vida, tranquilidad.

  Como somos cristianos evangélicos, pusimos en oración el tema. Le pedíamos a Dios un lugar donde fuésemos aceptados y poder crecer como familia. De repente, un día, mi esposo recibió una oferta de Nueva Zelanda. Es una vergüenza, pero yo lo único que sabía de ese país era que tenían muchas vacas, ¡no sabía nada! Mi esposo fue aceptado, luego de varias entrevistas y un viaje para conocer el pueblo donde trabajaría.

  La oferta nos pareció muy buena y optamos por ese país. A diferencia de Japón, me informaron que en Nueva Zelanda sí podría ejercer mi carrera, porque necesitaban médicos. Para tramitar los visados, nos pidieron mil papeles, porque el país es bastante estricto con los procesos migratorios. Nos pidieron información incluso de nuestra etapa de novios, nuestro matrimonio, partidas de nacimiento, exámenes, todo…

  El 20 de diciembre de 2017, después de un montón de trámites, recibimos las visas de trabajo, que en ese entonces se llamaban ‘visas de talento’, que se dan a profesionales que se consideran necesarios en el país. Tuvimos poco menos de un mes para despedirnos de nuestras familias y amigos y armar el viaje.

  Fue muy intenso todo. Me entró un gran miedo y muchas dudas. Sí, queríamos algo distinto, pero a la vez, no sabes si estás haciendo bien dejando todo atrás y empezando de cero.. meter todo tu mundo en una maleta, cuando ya no eres tan joven, no es fácil. Te llena de mucha incertidumbre.

  El 6 de enero de 2018, a las 6 am nos despedimos de El Salvador. Casi 20 horas de vuelo después, mi esposo, mi hija y yo, llegamos a Nueva Zelanda un 8 de enero. Nuestro nuevo país y El Salvador tienen 19 horas de diferencia, así que imagínense… Aterrizamos en Rotorua, una pequeña ciudad neozelandesa de unos 60 mil habitantes, conocida por su actividad geotérmica, sus géiseres y piscinas de lodo caliente.

  Está a la orilla de un lago que lleva su mismo nombre. Es el pueblo maorí más importante de Nueva Zelanda. Yo soy de Ahuachapán y me recordó mucho a mi tierra, por los ausoles. A pesar de esa coincidencia tan familiar, estaba a punto de experimentar la etapa más oscura de mi vida, emocionalmente hablando.

  Yo me sentía muy culpable, por haberme separado de mis padres. Los papás de mi esposo lo llevaban diferente, porque él ya había vivido lejos de ellos, por sus estudios y estaban acostumbrados. Pero, en mi caso, de los 4 hermanos, yo era la más apegada a mis papás, yo me encargaba de sus citas médicas, sus necesidades en el día a día, era su mano derecha.

  Ellos ya son personas mayores y sentía que les estaba fallando, que me había ido cuando más me necesitaban y más dependían de mí. No saben cómo ese sentimiento me hundió en una frustración muy grande”.

Escucha la historia completa de Mercedes aquí: https://www.youtube.com/embed/oWPLkZVx1p4