“En seis tribulaciones te librará, y en la séptima no te tocará el mal.”

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Job: 5:19

Por: José Rigoberto De Orellana Eduardo

“.. Aquella misma noche salió el Ángel de Jehová, y mató en el campamento de los asirios a ciento ochenta y cinco mil; y cuando se levantaron por la mañana, he aquí todos eran cuerpos de muertos.”  2 Reyes 19: 35

CAPITULO PRIMERO

“……… bien has visto, porque yo apresuro mi palabra para ponerla por obra”

  ¿Quién no ha imaginado a su paladín?, a su héroe, que en el momento más difícil de nuestras vidas, llega a rescatarle, de las mismas manos del enemigo, justo, cuando todos creían que no hay para el salvación, justo cuando todos le daban por perdido, por derrotado, por acabado, había alguien superior a aquel, que está enfermo y a su enfermedad, superior a aquel que está desalentado y al problema que lo desalienta, superior a aquel que está siendo perseguido, calumniado, y a los que le persiguen y le calumnian.

  ¿Quién no ha anhelado en su momento de peor angustia?, que alguien con toda autoridad se levante, quizás no antes, ni después, sino a tiempo, justo en el momento que marca el límite de nuestras fuerzas, de nuestras capacidades humanas de soportar la presión, la desesperación, el abatimiento, se levante de la nada, y no por que no sea nadie, sino porque lo es todo, todo lo puede, todo lo sabe, y está en todo lugar, por ello.

  Aparece de donde menos pensamos, hasta tal vez cuando menos le esperamos, con tanta autoridad, que manda, no pide, ¡que ordena calmar las aguas!, tranquilizar la marea, y entonces, solo entonces, aquellos ojos que hasta hace unos instantes veían todo nublado por la angustia, ven entonces toda el resplandor celestial de una gloria que no es de este mundo, se mira al sol que brilla siete veces más, y por la noche, hay tanta sensibilidad, tanto quebrantamiento en el corazón, y tanto agradecimiento, por la maravilla manifestada, que se ha presenciado, de un amor que supera cualquier entendimiento.

  Y se ve a la luna en perfecta albura, tan blanca, tan pura, que hasta lastima mirarle, que ilumina en el centro del terciopelo nocturno, allá en el cielo, tanto como el sol, cuando las campanas sonaron y marcaron el final de la batalla, y solo uno está de pie: el mismo ganador de siempre, el mismo vencedor por toda la eternidad, el único héroe verdadero.

LAS MANOS DEL ALFARERO

  Yo de niño, no fui la excepción, tenía, al igual que hoy en día, una gran imaginación, labrada e inspirada por las mismas manos del “alfarero”, quien en su ilimitada misericordia, sabía perfectamente, que a través de ella, era una de las formas más fácil de impactarme, de llamar mi atención, por medio de la sensibilidad de una melodía, que bastaba con oírla, sin entender el idioma inglés, yo mismo le ponía letra al sonido, conforme a lo que me hacía sentir, con tanta fuerza, que provocaba lágrimas en mis ojos, o un vuelco total de mi corazón, ante una escena que miraba por la televisión.

  Y fue así, como a mediados de los ochenta, mi Dios supo cómo llegar a mi corazón, me cautivaba, ver un programa que se transmitía por el canal cuatro de televisión, de contenido cristiano y de formato informativo, como a eso de las cuatro de la tarde, por los testimonios, por las historias y anécdotas, donde se ponía de manifiesto su poder y fidelidad, para con nosotros los seres humanos.

  Recuerdo muy bien, que me encantaba ver las historias que se narraban, que era sobre eventos fascinantes, que sucedieron por ejemplo, en los constantes combates contra el ejército israelita, antes de constituirse, en la escena mundial de la comunidad de naciones, como Estado, y los combatientes, decían, en varias ocasiones, que literalmente, veían al lado de los soldados israelitas, ángeles peleando.

  Y esto alimentaba mi imaginación sin control, pues no podía concebir, no alcanzaba humanamente a entender, cómo un ejército inferior en número, pudo hacerle frente y vencer, a un ejército, en esos mismos términos, grande, compuesto por soldados de diferentes países, enemigos de Israel; yo tenía, quizás catorce o quince años, y ese tipo de relatos alimentaban enormemente mi imaginación y expectación de una forma apasionada, por la grandeza, en todos los sentidos, del Dios de Israel; algo que pocas semanas después, lo experimentaría en carne propia.

CRISIS BRONQUIAL

  En aquel entonces, yo pasaba por una constante crisis bronquial, que me afectaba casi a diario, la que se agudizaba, por el desconocimiento total que había de ese padecimiento, no solo en mi país, sino más bien, en mi casa, por lo que en un momento, de una forma errada, llegué a sentirme en el único que sufría de esta terrible enfermedad, según yo, en el colegio, sino cuanto menos, en el mundo entero.

  Una noche, recuerdo, que llovía muy fuerte, mi mamá alquilaba habitaciones en la casa donde vivíamos, esa fue la manera que Dios, le regaló para ganarse la vida, con su bendición, y cuando mi respiración estaba siendo seriamente obstruida, ya no podía respirar, y es que, lo que sucede con los problemas de salud, de tipo bronquial, con el enfermo, no es que no pueda respirar, lo que sucede, es que sus bronquios se llenan de oxígeno, y está físicamente imposibilitado de expulsar el aire que respira, y por eso la persona siente que se asfixia, poco a poco.

  Pues esa noche las cosas, se pusieron muy serias, llegaron al límite, eran posiblemente las diez de la noche, la lluvia y los truenos no cesaban, es de lo poco que recuerdo, además de la desesperación que le vi en el rostro a mi mamá, que es una persona, que no se da por vencida fácilmente, lucha y lucha, intenta e intenta.

  Y en esa ocasión, al verme que estaba perdiendo mi color en el rostro, en mis labios, despertó a un inquilino, que vivía en un cuartito, junto a su esposa y su hijita, era un señor muy alto, de piel morena y cabello rizado, parecía extranjero, recuerdo, que manejaba una moto tipo “vespa”, y era muy curioso ver a una persona tan grande, montado en una moto tan pequeña, de modelo antiguo, pero eso sí, recién pintada de color verde obscuro.

  Pues ese mismo hombre, llevó a mi mamá bajo una fuerte tormenta, a la farmacia, mentiría si diría, que se a cual fueron, lo único que sé, es que en cuestión de treinta minutos aproximadamente, mi mamá vino empapada, pues la lluvia no cesó, y en su mano traía un “inhalador” con el que mis bronquios fueron poco, y podría decir divinamente “descongestionados”, y comencé a respirar mejor y vi en el rostro de mi mamá la tranquilidad que se le dibujó, pues estaba saliendo de la crisis.

  Ahora bien, después de un ataque bronquial, que podía durar semanas, o en el peor de los casos meses, el cuerpo quedaba resentido, con un dolor fuerte en la espalda, como si le hubiesen dado una senda golpiza, y esa sensación, también podía durar semanas, y era muy incómodo; pero en una de esas tardes, que yo estaba metido literalmente en la televisión blanco y negro, viendo el programa cristiano que mencioné.

SANIDAD DIVINA

  El presentador oraba, ministrando la fe del televidente, cuando dijo, todavía recuerdo, a un poco más de veinte años, las palabras con las que Dios me sanó esa tarde: “hay un jovencito en este momento, que acaba de superar un ataque de bronquios, y le ha quedado un fuerte dolor en su espalda, en este momento Dios está quitando ese dolor, y sanando tu espalda”, a mí eso me impactó de sobremanera.

  ¡Dios me habló!, a mí, ¡directamente a mí!, según yo, a nadie más, y todo esto, en un escenario generado a miles de kilómetros de distancia, pues era un programa norteamericano, y habló en un lenguaje sencillo, con el que yo no tenía ningún problema de entenderlo, pues solo yo llevaba días cargando en mi espalda ese fuerte dolor, e inmediatamente, de una forma sobrenatural, haciendo mía esa oración, recibí mi sanidad, esa tarde, y fue quizás, la primera vez, que conscientemente, yo, me dejé consentir por Dios.