La exaltación suprema

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EL EVANGELIO EN MARCHA

MENSAJES PARA ENALTECER A CRISTO

La exaltación suprema

(FILIPENSES 2:9-11;  ISAÍAS 53:11, 12)

Por: Rev. Julio Ruiz, Pastor de Iglesia Bautista Hispana de Columbia, Falls Church, Virginia

 

INTRODUCCIÓN: La muerte de Cristo no fue el fin de sus días. Aun cuando se sabe que entregó su vida a los 33 años, pasando por los más inenarrables dolores de la vergonzosa muerte de cruz, la profecía de Isaías 53 muestra un triunfo glorioso. A partir del versículo 9 comienza a verse el camino hacia la cumbre de la gloria. Es cierto que su muerte tuvo que ver con gente impía, pero Dios no permitió que su cuerpo fuera expuesto a una burla peor y tampoco permitió que fuera enterrado con el desprecio de un cuerpo crucificado. Contrario a esto, el profeta dice que “con los ricos fue en su sepultura”. Dios no permitió tal  infamia porque “nunca hizo maldad ni hubo engaño en su boca”. Nos llama la atención que después que los líderes religiosos lograron su objetivo de la crucifixión, y donde los soldados hicieron el trabajo acostumbrado, a partir de ese momento comenzó otra historia. Dios tenía preparado a un José de Arimatea, hombre rico entre los judíos para que se encargara del funeral de su Hijo. Note los detalles: Fue con valentía y audacia a solicitarle a Pilato el cuerpo. Tenía preparada una sábana limpia, especial para ese momento. Pero no solo esto sino que él mismo había preparado una tumba. No sabemos los detalles acerca de la adquisición, pero él la compró para el Señor. El que fuera un rico que se ocupara del cuerpo del Señor nos revela ese mismo camino a la exaltación que Dios tenía preparado para su Hijo. De modo, pues, que el fruto de su aflicción comenzó con la siembra de su cuerpo (Jn. 12:24). Esa siembra fue conocida como el camino a la gloria según lo mencionara el mismo Señor en  Juan 17. Con esto dio a entender que su muerte abriría las puertas a la más excelsa gloria. Su aflicción se convirtió en su gloria. Contemplemos en esta hora esa exaltación suprema.

 

POR MEDIO DE SU MUERTE JESUCRISTO GLORIFICÓ A SU PADRE

1. Una muerte premiada. Con la muerte de Cristo no terminó todo. La  profecía de Isaías nos dice que Jesús después que tuvo sus padecimientos, Dios tenía preparado para él su regalo eterno visto de esta manera: “… verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada”. Además de esto, el mismo Cristo vería el fruto de la aflicción de su alma” que no es sino la salvación del pecador. Y  por si faltara algo, Dios le dio “parte con los grandes y con los fuertes repartirá despojo”, como si se tratara de un guerrero que regresa de la batalla con los bienes conquistados. Esta profecía de la exaltación, Pablo la resumiría de la siguiente manera: “Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre del Señor se doble toda rodilla…” (Fil. 2:9) Así que como el Padre permitió su muerte, también preparó su gloria. La gloria le perteneció a su Hijo por siempre.

 

2. El Hijo glorificó al Padre. Una de las palabras más hermosas pronunciadas por Jesús antes de morir fueron registradas por Juan: “Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese”. (Jn. 17:4). Las mismas fueron como un reporte final. Todo lo que se le encomendó hacer lo hizo, pero había algo que faltaba para completar la obra del Padre: su propia muerte. Un estudio concienzudo de la vida de Jesús nos revela que no hubo nada con lo que él no haya glorificado al Padre, y que la glorificación mayor se hizo con su propia entrega por la humanidad. ¿Cómo entender que el Hijo glorificó al Padre con tan menospreciada muerte? Bueno, una manera de hacerlo es ver que ninguno de los sacrificios anteriores pudo satisfacer las demandas por el pecado ni cumplir con la justicia divina como el que Cristo hizo: “Pero Cristo habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios” (Hebreos 10:12). La muerte de Cristo constituyó la semilla de la glorificación.

POR MEDIO DE LA RESURRECCIÓN JESUCRISTO SE GLORIFICÓ ENTRE SUS ENEMIGOS

1.Dios no dejó que su cuerpo se corrompiera. Interesante que fue a David a quien se le reveló la profecía que el Señor no vería corrupción en su muerte (Sal. 16:10). Los demás cuerpos crucificados se corrompían, pero el cuerpo de nuestro Señor Jesucristo no pasó el  proceso de la descomposición porque Dios no lo permitió. Es cierto que Dios “abandonó” a su Hijo por algún momento en la cruz, pero después de allí seguiría muy activo en lo que pasó durante los tres días de entierro del cuerpo. Y en esto es bueno acotar que mientras el cuerpo reposaba arriba en el sepulcro, el espíritu de Cristo descendió hasta las partes más bajas de la tierra para testificarle a los espíritus desobedientes durante el tiempo de Noé de su victoria total. Y cuando esto hubo sucedido, entonces Dios se encargó de levantarle de ese estado: “Al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella” (Hch. 2:24).

2. Los que se creían vencedores. Los enemigos creyeron que con la muerte de Cristo todo se había acabado. Pero en la cruz, Jesús venció a Satanás despojando a sus principados y potestades, exhibiéndoles públicamente (Col. 2:14). Podemos decir también que con la resurrección el otro enemigo vencido fue la muerte. Es un hecho indiscutible que con la resurrección de Cristo, Dios se glorificó en todos sus enemigos. La tumba vacía es el más contundente testimonio de victoria contra los enemigos. Pablo presentó la otra gran derrota de uno de esos grandes enemigos cuando dijo: “…Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?…” (1 Cor. 15:54, 55). Con la resurrección de Cristo se quitó el señorío del pecado y de la muerte.

POR MEDIO DE SU ASCENSIÓN JESUCRISTO FUE GLORIFICADO ENTRE SUS SEGUIDORES

1.Ellos le vieron ascender. Nos llama la atención que cuando Cristo terminó sus apariciones, vista por más de quinientos fieles (1 Cor. 15:6), no escogió ascender en medio de esa gran multitud sino con los once apóstoles. ¿Iba a transformar la vida de los discípulos este acontecimiento? Mateo, quien era uno de ellos, nos dice que Jesús les había ordenado ir a Galilea, el lugar que había escogido para tal ascenso. Y allí, entre los que le adoraban y los que dudaban, Jesús subió al cielo envuelto en una nube. ¿Qué nos muestra este cuadro? Nos indica que esa imagen del ascenso quedaría grabada en la mente de sus discípulos, pues como bien dijo el ángel: “Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo” (Hch. 1:11).

 

2. Ellos contarían la historia. ¿Quién pudo detener a los apóstoles después de la ascensión? ¿Por qué fueron tan audaces en ofrendar sus vidas en sacrificio hasta la muerte con la cual también glorificaron a su Señor (Jn. 21:19)?  ¿Cuál fue la historia que contaron? ¿Qué entendieron ellos que se había logrado con el ascenso de Cristo al cielo? Que ese sacrificio había sido hecho para Dios y ahora Cristo regresaba al santuario celestial donde el Padre le otorgaría el grado de Mediador eterno. Con esto ellos también  testificarían que el reinado de Cristo no fue solo para los judíos sino un reino universal.

POR MEDIO DE SU CORONACIÓN JESUCRISTO FUE  GLORIFICADO POR EL CIELO

1.El Padre lo ha hecho sentar a su derecha. Cuando Pablo dice que Dios “le exaltó hasta lo sumo”, el trono divino sería la cúspide de esa exaltación. Satanás quiso sentarse en el trono de Dios cuando era aquel “querubín protector”, pero fue arrojado a tierra porque ese lugar estaba reservado solo para el Hijo eterno. Y ¿cómo se dio eso? La Biblia nos dice que por cuanto el Señor se “despojó así mismo”, ahora el Padre celestial lo levantó, sentándolo en el trono eterno, desde donde gobierna el universo y un día gobernará desde allí por toda la eternidad.

 

2. Los habitantes del cielo lo alaban. Cuando Cristo fue levantado hacia el trono reservado por el Padre se oyeron los más grandes reconocimientos  así como las más grandes canciones que coro alguno haya cantado jamás. A Juan se le reveló toda esa escena donde contempló los habitantes del cielo, compuestos por la más variada representación, aclamando al Cordero por haber sido inmolado y haber vencido, diciendo: “Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir” (Apc. 4). Y, ¿quién es ese que ha de venir? ¡Por supuesto, nuestro Señor Jesucristo! Todos ahora le alaban. Mire cómo lo hacen los veinticuatro ancianos: “Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas” (vv.9-11). Observe cómo lo hacen los redimidos: “La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero”. Esa misma adoración es acompaña por la creación.

POR MEDIO DE SU SEGUNDA VENIDA JESUCRISTO TENDRÁ UNA GLORIFICACIÓN UNIVERSAL

La exaltación final del Padre para con su Hijo culminará con la  segunda venida. A esto lo llamamos la glorificación universal. Será aquel día donde toda la creación se postrará a sus pies y lo adorará junto con todos los redimidos. Será el día cuando los que le rechazaron tendrán también que reconocerle como Señor. Jesús la describió así: “E inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo, y las potencias del cielo serán conmovidas. Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo… ”. (Mt. 24: 29, 30). El tranquilo universo entrará en un movimiento sideral jamás visto ni oído.  La gloria de su venida convulsionará a las estrellas. Juan  oyó a toda la creación entonar esta alabanza al Cordero inmolado: “Y a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos” (Apc. 5:13). No tenemos que esforzamos mucho para imaginarnos cómo será la alabanza que el universo dará para cuando el Cordero inmolado, que ahora es Rey de reyes y Señor de señores, venga en su gloria. Aquello será la exaltación más sublime que jamás será ejecutada. Solo uno es digno de recibirlo, y su nombre es el que es “sobre todo nombre”, nuestro Señor Jesucristo.

CONCLUSIÓN:Por tanto, al Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén” (1 Tim. 1:17). Levantemos a Cristo en nuestras vidas. Exaltemos su nombre en medio de la iglesia y del mundo. Pero sobre todo, exaltemos su nombre en nuestros corazones, rindiéndoselos a él.

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