EL EVANGELIO EN MARCHA
Lo que debemos quemar
“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 CORINTIOS 5:17)
Parece que fue ayer, dice parte de una canción del mexicano Armando Manzanero; estribillo repetido cada vez que nos sorprende la culminación del año. Parece que fue ayer que despedíamos al 2010; hoy lo haremos con el 2011, y en una de ésas, Dios Mediante, con el 2012.
Todos sabemos que hay muchas formas de despedir al año viejo, pero quizá la más conocida y emblemática acá en nuestro medio, es la quema de aquel monigote de cartón, papel, trapo y aserrín, al que ponemos nuestras ropas más viejas, o las de algún pariente filántropo.
¿Quién no vistió alguna vez de viuda, payaso, o calavera? …¿Quién no se confundió entre el gentío formando parte de una mascarada que intentaba borrar, con fósforo y gasolina, circunstancias negativas que formaron parte del año que estaba por concluir?.
Cada fin de diciembre se ha repetido y se sigue repitiendo el ritual: armamos el mamarracho, lo saturamos de torpedo y pólvora para que no se vaya en silencio; lo exhibimos ante la faz pública, como deseando avergonzarlo, para que sirva de escarmiento; y finalmente, llegada la hora cero, le retiramos alguna prenda de vestir que consideramos que aún podemos seguirla luciendo en el próximo año, para proceder a apalearlo, incinerarlo, y saltarlo. Mientras tanto nos abrazamos, hacemos promesas de enmienda, danzamos al estilo apache alrededor del fuego ; y, sobre las últimas cenizas, brindamos porque el año que arriba, traiga a nuestras vidas el anhelado cambio.
Los pedidos son múltiples, pero básicamente se centran en lo que señalaba otra vieja canción secular: “tres cosas hay en la vida / salud, dinero y amor / el que tenga esas tres cosas / que le dé gracias a Dios”.
Sin embargo, muchas veces, acabado el ritual, superada la mala noche, retirado el antifaz de nuestro rostro, terminábamos reconociendo que el tan esperado cambio de año, no había sido más que una simple ilusión , una pompa de jabón, un pasar la hoja del calendario, pues corazón adentro, para bien o para mal, todo seguía igual.
En pocas horas más terminará este 2011. Qué tal entonces si esta vez , simbólicamente lanzamos a las brasas lo pernicioso: fracasos, heridas, disgustos, rencillas, orgullo, odio, venganza, vanidad, intolerancia, depresión, vicios, murmuración , avaricia… o sea, todo ese lastre que por años ha entorpecido nuestro caminar hacia la orilla de la superación.
Pero para que ello sea efectivo, más allá de confiar en nuestras propias fuerzas humanas; apoyémonos en el Señor; tracemos nuestros planes pero contando con Él, abriendo los sentidos para reconocer cual es su propósito para nuestra vida. Recordemos la porción de la Sagrada Escritura que dice: “Los planes son del hombre; la palabra final la tiene el Señor. Al hombre le parece bueno todo lo que hace, pero el Señor es quien juzga las intenciones”. (Proverbios 16: 1, 2)
Caso contrario, de nada sirve desear feliz Año Nuevo, ni recibirlo con ropa interior amarilla, con los calzones puestos al revés, con uvas, lentejas, maletas, y calcetines forrados de billetes, si no permitimos a Dios que en las partes desérticas de nuestro corazón, plante la semilla del auténtico cambio, de ése morir al viejo hombre para transformarnos -por su misericordia- en nuevas criaturas. (Fuente: William Brayanes)