EL EVANGELIO EN MARCHA
(ISAÍAS 35:3, 4; 1 TESALONICENSES 5:11)
Por: Rev. Julio Ruiz, Pastor de Iglesia Bautista Hispana Columbia, Falls Church, Virginia
INTRODUCCIÓN. Se cuenta que una vez el diablo se retiraba de los negocios y vendía sus herramientas al mejor postor. En la noche de la venta, estaban todas las herramientas dispuestas en forma que llamaran la atención, y por cierto eran un lote siniestro: odio, celos, envidia, malicia, engaño… además de todos los implementos del mal. Pero un tanto apartado del resto, había un instrumento de forma inofensiva, muy gastado, como si hubiese sido usado muchísimas veces y cuyo precio, sin embargo, era el más alto de todos. Alguien le preguntó al diablo cual era el nombre de la herramienta. “Desaliento” fue la respuesta. “¿Por qué su precio es tan alto?” le preguntaron. Porque ese instrumento -respondió el diablo- me es más útil que cualquier otro; puedo entrar en la conciencia de un ser humano cuando todos los demás me fallan, y una vez adentro, por medio del desaliento, puedo hacer de esa persona lo que se me antoja. Está muy gastado porque lo uso casi con todo el mundo, y como muy pocas personas saben que me pertenece, puedo abusar de él, pero el precio de desaliento era tan, pero tan alto que aún sigue siendo propiedad del diablo. Vivimos en un mundo donde todas las cosas que pasan tienen el propósito de desanimarnos, frustrarnos y derrumbarnos con mucha frecuencia. Mucha gente vive con el ánimo por el piso. Las causas para el desánimo abundan: Enfermedades, mal tiempo, un esposo o una esposa que amargan tanto la vida, hijos rebeldes, conflictos en la pareja, problemas en el trabajo, el no lograr las metas, falta de verdaderos estímulos… Y frente a ese cuadro, ¿cuál sería la esperanza para el mundo si la iglesia también está desanimada? Es por esto que frente a un mundo desalentado, la exhortación es: “animaos los unos a los otros”. Porque nada contagia más que una iglesia animada. ¿Qué nos revela este imperativo bíblico?
I.UN LLAMADO PARA CAMBIAR EL CANSANCIO ESPIRITUAL
1. Lo que otros ven en mí. Cada creyente debiera responder con honestidad a preguntas, tales como: ¿Qué clase de persona me considera mi familia, mis amigos y compañeros de trabajo? ¿Soy una persona negativa y criticona o por el contrario, inspiro confianza, esperanza y ánimo a otros? ¿Cómo reacciona la gente cuando me ve? ¿Produce mi rostro alegría que contagia a otros hasta el punto que me buscan? ¿Se sienten contentos de verme o tendrían reservas para acercarse a mí? ¿Inspira mi nombre confianza en los demás o los desanimo con mi actuación? Porque la verdad es que no fuimos salvados para vivir en el desaliento. El profeta de antaño nos exhortó de esta manera: “Fortaleced las manos cansadas, afirmad las rodillas endebles. Decid a los de corazón apocado: Esforzaos, no temáis…” Is. 35: 3, 4. Las palabras del profeta, así como las de Pablo, nos indican un estado espiritual que requería de una “inyección” de aliento. “Manos cansadas” y “rodillas endebles” es una descripción muy gráfica que revela pesadez, aburrimiento, incomodidad, molestia y hasta fastidio.
2. Evitemos la parálisis espiritual. En las palabras del profeta hay una especie de “cansancio espiritual”. Es como si el gozo del Espíritu se fue de vacaciones. Es no sentir ninguna motivación ni razón para vivir en victoria la vida cristiana. ¿Cuál es la característica de un creyente desanimado? El creyente desanimado tiene un espíritu de queja, un espíritu de crítica y nada le parece bien en el seno de la iglesia. Es el que cree que la iglesia siempre tiene que atenderlo, siempre tiene que mimarlo, siempre tiene que visitarlo, siempre tiene que llamarlo y siempre tiene que cuidarlo. Pero nunca piensa que él pudiera animar, consolar y levantar a otros. A este tipo de creyente se nos pide que le digamos “esforzaos, no temáis”. Esto hay que hacerlo, porque una persona que inspira ánimo, tiene la capacidad o el don de alentarnos y edificarnos cuando está con nosotros; puede transmitirnos esperanza, confianza; motivarnos a seguir adelante y a seguir luchando aun cuando la lucha sea dura y las dificultades abunden.
3. “Regocijaos en el Señor siempre”. El estado de desánimo no tiene por qué ser una actitud continua de nuestras vidas. Es verdad que a veces hay situaciones que crean desaliento, pero en cada creyente habita la presencia poderosa del Espíritu Santo para darle un rumbo nuevo a su situación. Necesitamos redescubrir la importancia de las palabras “regocijaos en el Señor”, pues ellas tienen el propósito de inyectarle a la vida el extra que nos permite seguir adelante a pesar de las pruebas cotidianas. Me gusta lo que dijo Pablo acerca del Espíritu que nos ha sido dado: “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y dominio propio” (2 Tim. 1:7) Es evidente que nos cansamos físicamente, y hay muchas razones diarias para ello. Pero un creyente no puede dar cabida al “cansancio espiritual”. De allí que el imperativo bíblico es: “animaos los unos a los otros”. ¿Está usted cansando de la vida espiritual? ¿Le aburren las cosas del Señor o siente ánimo cuando piensa esto? ¿Qué le mantiene paralizado como creyente?
II. ES UN LLAMADO A IMITAR LO QUE FUE UNA REALIDAD DEL PASADO
1. La iglesia del primer siglo vivía bajo este estado. Un buen estado de ánimo es señal de una iglesia saludable. De la iglesia de Jerusalén se decía que: “Todos los que habían creído estaban juntos… perseveraban unánimes cada día en el templo… alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo… Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma… Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección de nuestro Señor Jesús, y abundante gracia era sobre todos ellos” (Hch. 2:44, 46, 47; 4:32, 33) De la iglesia de Antioquia se nos dice que tenía “la gracia de Dios” (Hch. 11:23). Tal era el ánimo de esa iglesia que cuando Bernabé llegó a ella, se dio cuenta que en tal iglesia habían hermanos que contagiaban a otros. Tal era el entusiasmo existente que el mismo Espíritu Santo apartó desde allí a misioneros como Pablo y Bernabé para el primer y gran viaje misionero. ¿Qué decir de la iglesia de los macedonios? Por el testimonio de Pablo conocemos que eran las iglesias más pobres que hayan existido. Sin embargo, había tal ánimo en la congregación que esos hermanos sorprendieron al apóstol en su deseo de dar para los santos, aunque ellos vivían en “extrema pobreza”.
2. El ánimo es una característica de una iglesia creciente. No se conoce de una iglesia que esté creciendo rápidamente donde los miembros estén desanimados. Estas iglesias se asemejan a la final de una copa mundial de fútbol. Allí los competidores y los espectadores están totalmente entusiasmados. No hay tal cosa como una cara de derrota, o un espíritu de desánimo. Allí todos se sienten ganadores. La condición de ánimo es necesaria en una iglesia. Con ello, cada visitante se sentirá motivado, contagiado y pronto estará involucrado. El entusiasmo de una iglesia prepara el terreno para que la predicación de la palabra “no vuelva vacía”. Un creyente animado le dice al mundo que vale la pena seguir a Cristo. Le dice a los demás que aunque los problemas no desaparecen cuando nos hacemos cristianos, nosotros contamos con alguien que es más poderoso que las circunstancias que vivimos, como lo es nuestro Señor, y ello nos hace ser más que vencedores.
III. UN LLAMADO A VIVIR DE ESTA MANERA COMO UN ESTILO DE VIDA
Cuando la Biblia nos habla de “animaos los unos a los otros” no nos pone las condiciones que determinan un buen estado de ánimo. Pablo fue un campeón en este asunto de hablar del ánimo como parte esencial de una vida espiritual victoriosa. Creemos que después del Señor Jesucristo, nadie más habla tanto de animarnos y consolarnos en las pruebas, como lo hace él en sus diferentes cartas. Tuvo tantas razones para vivir desanimado, sin embargo, su espíritu jamás se doblegó frente a las circunstancias. Estando en Filipos, junto con Silas, la primera ciudad de la provincia de Macedonia, y habiendo obrado allí un exorcismo a una muchacha que tenía un espíritu de adivinación, fueron tomados por los magistrados quienes les rasgaron la ropa y ordenaron azotarles con vara. No conforme con esto, le llevaron a la cárcel y le pusieron en el calabazo de más adentro, asegurando sus pies con el cepo como si se tratara de dos grandes delincuentes. Pero estando allí, en lugar de quejarse por lo que estaban viviendo, dice la Escritura que a la media noche oraban y cantaban al Señor, de modo que todos los presos les oían (Hch. 16:16-25) Amados hermanos, esto es mantener un espíritu inquebrantable frente a todas las adversidades que nos conducen al desaliento. El estar animados, más que una elección que tomamos todos los días, es una orden a la que nos enfrentamos cada vez que despertamos.
1. La tribulación no le llevaba a la angustia. Pablo pasó por todas las “escuelas” de la tribulación. En su autobiografía habla de desvelos, hambre, peligros, naufragios, golpes, afrentas, enfermedades, traición, el “aguijón de su carne”, ayunos, etc. Sin embargo, ninguna de estas cosas le llevó a la angustia. El desánimo no es el enemigo que debiera derrotar a un cristiano.
2. Los apuros no le llevaban a la desesperación. Note como Pablo reconoce esa cadena de vicisitudes a la que estaba expuesto, pero que ninguna de ellas cumplió el objetivo de doblegarlo. La desesperación es la antítesis de la auténtica paz. Jesús durmió mientras el mar estaba embravecido. No podemos evitar los apuros, pero si podemos evitar la desesperación.
3. La persecución le recordaba que no estaba solo. Se equivocaban los enemigos del cristiano cuando pretenden arruinar su gozo, su paz y su esperanza. A nadie se le ha prometido una compañía tan inigualable que a un hijo de Dios. Una poderosa razón para que nuestro “ánimo sea cumplido” es la promesa que dice: “… he aquí yo estoy con vosotros todos los días…”.
4. Podía estar derribado pero jamás estaba destruido. Pablo era un hombre inquebrantable. El secreto de su constante triunfo no radicaba en su fuerza ni en sus conocimientos. Su grito de batalla era: “Todo lo puedo en Cristo que fortalece”. Un cristiano revestido con esta fortaleza no podrá ser alcanzado por el desaliento. Por lo tanto, ¡animaos unos a otros!
CONCLUSIÓN: ¿Cómo animarnos los unos a los otros? Por un lado debemos mantener un vivo interés por cada creyente. Nadie escapa a los momentos de necesidades, pruebas y aflicciones. Utilicemos el poder de la mirada. Cuántas cosas comunicamos con nuestra mirada; desde el rechazo, desaprobación, etc. hasta comunicar ánimo, aprobación y aceptación. ¿Qué tal un apretón de mano o un abrazo fraterno? Muchas veces esto desarma una actitud negativa. Usemos también las palabras adecuadas para infundir ánimo. Por supuesto, cuidando de no lastimar. Las palabras de un creyente sincero estarán sazonadas con sal, y las mismas serán también para la necesaria edificación. Y finalmente podemos animarnos los unos a los otros cuando vamos de las palabras a los hechos. Una acción concreta puede quitar una carga en un corazón agobiado y lleno de desaliento.
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