EL EVANGELIO EN MARCHA
(LUCAS 15:20-24)
Por: Rev. Julio Ruiz, Pastor de Iglesia Bautista Hispana Columbia, Falls Church, Virginia
INTRODUCCIÓN: Cuando pensamos en el llamado “día del amor y la amistad”, nada mejor para describir lo que hace un amor verdadero por otra persona que la presente parábola. Con esto contradecimos el pensamiento de quien dijera: “Cuando conozco más a los hombres más amo a mi perro”. Nosotros más bien decimos: “Mientras más amo a mis hermanos, y más amigos tengo, más conozco a Dios”. En esta parábola descubrimos a un amor ofendido que se mantiene amando hasta el final. Hay amores que se terminan en la esquina. Amores que no pasan la prueba de alguna ofensa, de algún desaire, de algún menosprecio. Por lo general el amor humano es egoísta, calculador e interesado. Pero el amor de Dios desciende, perdona, olvida, abraza, levanta, cobija, recibe y honra al que no se merece honra. En esta parábola el que arranca todos los aplausos, reconocimientos, elogios, admiración y hasta una especie de reverencia, es el padre ofendido, no los hijos. Las actitudes de estos hijos debieran producir nuestro reproche y la necesidad de aplicar un merecido castigo por la deslealtad y la ofensa cometida. Porque ciertamente el amor de Dios es continuamente defraudado por las únicas criaturas que hizo a su “imagen y semejanza”. Así que aquí tenemos lo que llamaremos la extravagancia del amor divino. Mientras uno espera un reproche severo, un castigo ejemplar por parte del padre ofendido, más bien se encuentra con una asombrosa reacción de amor, de perdón y de regocijo. La forma cómo este padre recibe al hijo extraviado es una buena ilustración que debe ser tomada en cuenta porque el amor real pareciera sustituirse por el egoísmo y el amor propio. Conozcamos las características de la nobleza de un auténtico amor.
I. LA NOBLEZA DE UN AMOR VERDADERO OFRECE MUCHOS BESOS EN LUGAR DE UN GRAN CASTIGO v. 20
1. “Y cuando aún estaba lejos”. Aquí comenzamos a descubrir la grandeza del amor divino. Dios no espera que el pecador llegue tan cerca para comenzar a actuar. Desde el momento que éste toma la iniciativa, y dice: “me levantaré e iré…”, ya Dios ha hecho lo mismo. Cuando el pecador toma el camino para buscar el perdón, Dios ha caminado la mayor parte en su búsqueda. Él no es como esos dioses hechos por los hombres a quienes los penitentes le hacen largas procesiones, algunas hasta hiriéndose su cuerpo, para obtener el perdón de sus faltas. Los dioses humanos no pueden ver de lejos. Porque ellos tienen ojos más no ven; oídos más no oyen; y pies más no caminan. El amor verdadero desciende primero. Toma la iniciativa para ir al encuentro de la persona amada, acortándole el camino. Nadie se cansará cuando busca al Señor. Él es hallado cuando usted le busca.
2. “Lo vio su padre”. La verdad es que no sabemos si el hijo pródigo vio al padre, pero sí sabemos que el padre vio a él. Se ha dicho que los ojos de misericordia son más rápidos que los ojos del arrepentimiento. Es grande saber que él ve a los pecadores antes que estos le vean a él. ¿Pero qué vio el padre en el hijo? Vio lo que él fue, vio el mundo de donde venía, vio la ropa que cargaba; por seguro vio sus manos y sus pies. Pero sobre todo, vio lo que había sido, lo que era ahora y lo que podía llegar a ser. Dios tiene una incomparable mirada que ningún ser humano podría comprenderla. El amor ve más allá de cómo ande o viva la gente. No le importa cuán fea sea tu vida. El amor nos ve tal cual somos.
3. “Fue movido a misericordia”. Esto fue el impacto que se produjo en el corazón del padre al ver al hijo en tan mísera condición. El ser humano es dado a tener compasión por algunas cosas, pero solo Dios es “movido a misericordia” por el que viene a él. Esta es una manera particular sobre cómo Dios aplica su nobleza hacia aquel que ha ofendido su amor. Con mucha razón la Biblia dice que Dios es “lento para la ira y grande en misericordia”. A todos nos sorprende que el padre, quien debería estar enojado o resentido con el hijo, esté lleno de misericordia. Y es que esto es lo que necesita cada persona, especialmente los que se levantan en busca del perdón. El amor y la amistad real están envueltos en misericordia.
4. “Corrió”. Charles Spurgeon, en uno de sus tantos sermones sobre esta parábola, y refiriéndose específicamente a esta expresión, dice: “Lentos son los pasos del arrepentimiento, pero veloces son los pasos del perdón”. Y es que si Dios se tarda para aplicar su ira, cuando tiene que aplicar su perdón “corre”, con el fin de hacerle el camino menos pesado al penitente arrepentido.
5. “Le besó”. Esta llega a ser la prueba más alta de la nobleza del amor. Las mejores traducciones del texto griego dicen que le “besó mucho”. En una relación natural cualquier beso sería para lograr su fin. Pero aquí notamos besos llenos de amor y de perdón. Tenemos que reconocer que Dios no besaría a alguien sin sentirlo en su corazón. Dios nunca daría el beso de hipocresía como lo hizo Judas. Cuando el pecador retorna en arrepentimiento hacia Dios, experimentará no los latigazos que merecen sus ofensas, sino los besos de amor que vienen del Padre amado. El amor real no guarda rencor, sino perdón.
II. LA NOBLEZA DE UN AMOR VERDADERO RESTAURA AL MOMENTO EN LUGAR DE CONDENAR PARA SIEMPRE v. 22
1. “Sacad el mejor vestido y vestidle”. Una de las primeras cosas que vio el padre en el hijo perdido fue las evidencias muy marcadas de lo que hace el pecado. No le gustó la apariencia en la que encontró a su hijo. No era esa la ropa que él se ponía cuando estaba en el seno de la casa. Note que el padre dice que le pongan no cualquier vestido, sino el “mejor vestido”. El padre se aseguró que trajeran lo mejor para su hijo. ¡Esto es conmovedor! Mayor amor que este no puede ser conocido. Los vestidos del pecador son harapientos, sucios y apestosos. Dios no puede tolerar a nadie con esa vestimenta en su presencia. Lo primero que Dios hace es vestir al pecador. Él le pone el vestido de su justicia y de su santidad.
2. “Poned un anillo en su dedo”. Aquel joven quiso ser un jornalero, pero el padre le reconoce como su hijo. Ninguno de los jornaleros o esclavos que trabajaban en su casa llevaban el anillo. Eso era dado en especial reconocimiento al hijo de la familia. En el desperdicio de sus bienes él había perdido estos derechos y privilegios, pero ahora es restaurado completamente a la vida en la familia. Los cristianos hoy no llevamos un anillo que nos distingue como hijos de Dios, pero si llevamos el “sello del Espíritu Santo”, y él mismo llega a ser nuestras “arras” para aquella herencia adquirida (Ef. 1:13, 14). Tal distinción nos fue otorgada al momento cuando nos levantamos y dijimos también “padre he pecado contra el cielo y contra ti”.
3. “Calzado en sus pies”. Los únicos que andaban descalzos para ese tiempo eran los esclavos. Obviamente ese joven vivió, por su propia desobediencia, de esta manera. Sus pies caminaron en medio de aquella “provincia apartada” donde “desperdició sus bienes”. Sus pies tocaron la inmundicia cuando tuvo que apacentar los cerdos. Sus pies estaban heridos, sucios y a lo mejor sangrantes por el largo camino cuando tomó la decisión de volver arrepentido. Estos pies descalzos representan los pies del pecador. Así anda el hombre descarriado. Cual “hijo pródigo”, sus pies tocan lo inmundo, y el “polvo del pecado” se ha pecado a su piel que necesita ser lavado y ponerse el calzado que el Padre ofrece.
III. LA NOBLEZA DE UN AMOR VERDADERO PONE UNA FIESTA EN LUGAR DE UN FUNERAL v.24
1. “Mi hijo muerto era más ha revivido”. Por qué hago mención de esto. En la parábola, el padre habla de un hijo “muerto”, pero que ahora ha “revivido’; de alguien que se “había perdido”, pero ahora ha sido “hallado” (vv. 24, 32). Bien pudo aquel padre haber pensado, dada la situación del caso, en un funeral donde se recordara al hijo que murió fuera de casa. Pudo haber invitado a sus amigos para que lo acompañaran en ese dolor, pero se mantuvo con la esperanza del regreso. Confió que alguna tarde volvería a ver al hijo que un día dejó su casa para irse el mundo, donde lo perdió todo. Así que él esperó hasta lo último el regreso del hijo perdido. Esto nos lleva a decir que nuestro Dios no patrocina funerales, porque él no es “Dios de muertos, sino de vivos”. Bien pudieras tú estar muerto en tus delitos y pecados, pero la gracia de Dios quiere alcanzarte. Y eso es lo que justamente hace el Señor. La vida del hijo pródigo nos ilustra un estado de perdición. No puede vivir feliz el hombre que le da la espalda a Dios. No puede haber paz en aquellos que han tomado su propio estilo para vivir. El pecado tiene la función de matar al hombre. Así lo ha hecho desde el mismo huerto del Edén. Pero Cristo vino para darnos vida y vida abundante.
2. “Se había perdido, más es hallado”. Es extraordinario pensar que en la nobleza de este amor que el padre aplicó al hijo desobediente fue la de ofrecer una gran fiesta en su nombre. Para tales fines dispuso del “becerro más gordo” v.23. Con esto no solo apreciamos un gran regocijo; a lo mejor una gran celebración con todos los vecinos, sino un sentido de satisfacción que se encuentra solo en la fiesta que el Padre ofrece. Tengo que pensar que cada vez que un alma se convierte a Cristo hay aplausos celestiales. Cada vez que alguien se rinde al Señor se abren nuevas hojas y nuevos números en el “Libro de la vida”. De esta manera actúa ese amor ofendido del Padre amante. Lo más grande es que tú también puedas ser hallado. Levántate como el hijo de la parábola. Dios quiere recibirte y abrazarte.
CONCLUSIÓN: El resumen de la nobleza de este amor nos lleva a estas consideraciones finales. Por un lado nos damos cuenta que el amor hacia otros, incluyendo nuestros amigos, no es merecido. Ninguno de estos dos hijos merecía el amor del padre, pero él se los dio. Por otro lado, el amor visto acá no es posesivo. Aunque el padre quiso retener al hijo, le dejó que se fuera. No tiene la intensión de absorber al que ama, pues eso no sería amor. Por otro lado, este amor es creativo. Tome en cuenta que el padre recibió al hijo sin condición y exactamente como andaba. Ni más ni menos. La nobleza del amor verdadero desciende para ir al encuentro del que no merece ser amado. Esta es una nota distintiva del amor y la amistad. El amor de un creyente se levanta sobre la dimensión de lo alto, ancho, largo y profundo. Hay un amor que es nacido de corazón, ese es el amor que debemos tener por otros. Jesús dijo que el verdadero amor es el que pone su vida por los amigos (Jn. 15:13)
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