Para mí el vivir es Cristo

0
858

EL EVANGELIO EN MARCHA

Para mí el vivir es Cristo

(FILIPENSES 1:21)

 

Por: Rev. Julio Ruiz, Pastor de Iglesia Bautista Hispana Columbia, Falls Church, Virginia

 

INTRODUCCIÓN: Este conocidísimo texto nos emplaza con una obligada pregunta: ¿Cuál es la razón por la que vivimos? Lo que Pablo dijo parece simple, pero tiene un mundo de reflexión. Porque es obvio que si Cristo no es mi “vivir”, otras cosas tienen que serlo. La vida de Pablo antes de encontrarse con Cristo estaba llena del más alto fariseísmo que se haya conocido. Estaba llena del más estricto apego a la ley. Era, en efecto, irreprensible en guardarla. Si la salvación hubiese sido por la ley, Pablo sería el primer salvado. Pero además, en cuanto a celo, era un acérrimo perseguidor de la iglesia. Nadie lo igualaba en la defensa de sus creencias. Por lo tanto, antes de conocer a Cristo, Pablo podía decir: “Para mí el vivir es la ley”. Sin embargo, a los filipenses, dijo lo siguiente: “Pero cuantas cosas eran para mi ganancias, las he estimado como pérdidas por amor de Cristo” (3:7). Es interesante que después que Pablo se convirtió a Cristo toda su  vida se llenó de él, hasta el extremo de decir: “Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí. Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, ya sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos” (Rom. 14:7, 8). El hombre y la mujer que afirma la declaración de Pablo, debe estar consciente de lo que está diciendo. Bien pudiera haber otras cosas, aun siendo creyentes, por las que vivimos. Es cierto que para muchos el vivir es otra cosa pero si somos cristianos nuestra conclusión debiera ser la misma de Pablo: “Para mí el vivir es Cristo”. Veamos las implicaciones de esta declaración para nuestra vida.

 

I. SI PARA MÍ EL VIVIR ES CRISTO TIENE QUE HABER UNA MUERTE

1. Morir en el camino de Damasco. Mientras Pablo venía respirando amenazas de muerte contra todo lo que se llamara cristiano, tuvo su propia muerte. Si algún camino tendría que recordar por el resto de su vida, era el “camino de Damasco”. En ese lugar, en un medio día con un sol radiante, Saulo de Tarso murió. Duró tres días ciego para que se viera así mismo. No comió ni bebió para que su encuentro con el Señor fuera más real. Allí pasó de ser el que ordenaba a ser conducido. Allí fue derribado el hombre a caballo para caminar, a partir de entonces, sólo para  el Señor. Así, pues, para que el creyente diga que para él el “vivir es Cristo”, tiene que haberse operado una muerte en su propio “camino de Damasco”. Cristo no puede ser mi vida si primero no muero. Si el grano de trigo no muere no puede dar fruto. Hay que morir para que Cristo viva.

 

2. Estar crucificado con Cristo. Del camino a Damasco Pablo pasó a la crucifixión. En otro de los muy conocidos textos, él dijo lo siguiente: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí…” (Gál. 2:20). Su célebre frase “ya no vivo yo” pone de manifiesto la forma cómo él concibió su nueva vida en Cristo. La crucifixión era la muerta más temida. No era cualquier tipo de muerte. Era espantosa y dolorosa. Así tenemos que la profundidad en su comunión con Cristo llevó a Pablo a crucificar todo lo que era, incluyendo su pasado farisaico y su carne con sus pasiones. Esta misma verdad la declaró a los corintios al hablar de golpear su propio cuerpo; así dijo: “Cada día muero”. Para Pablo estar crucificado con Cristo implicaba traer consigo esas marcas; así lo expresó a los Gálatas: “De aquí en adelante nadie me cause molestias, pues yo traigo en mi cuerpo las marcas de Cristo” (Gá. 6:17) La experiencia de Pablo sirve de directriz para nuestra vida espiritual. Vivir en Cristo es crucificar al viejo hombre con sus deseos y pasiones. Para esto debemos recordar que toda crucifixión es dolorosa.

 

II. SI PARA MÍ EL VIVIR ES CRISTO ÉL DEBE SER MI TEMA

1. Hablar bien de Cristo desde el primer momento. En el testimonio de Pablo se nos dice que cuando se convirtió, “en seguida predicaba a Cristo en las sinagogas, diciendo que éste era el Hijo de Dios” (Hch. 9:20). La gente no pudo quedar más perpleja con este cambio de parecer. El hombre que hasta hacía algunos días lo único que quería era ver exterminado todo ese movimiento que se originó con el “tal Jesús”, ahora lo está declarando, no sólo como el Mesías prometido, sino como el Hijo de Dios. Desde el momento de su rendición a Cristo se convirtió en uno de los más grandes paladines del evangelio. Su pasión por este mensaje lo llevó a decir: “Porque no me avergüenzo del evangelio, pues es poder de Dios para salvación…” (Rom. 1:16). En el contexto del pasaje donde dice “porque para mí el vivir es Cristo”, ha dicho: “¿Qué, pues? Que no obstante, de todas maneras, o por pretexto o por verdad, Cristo es anunciado; y en esto me gozo, y me gozaré aun” (Fil. 1:18). Para este hombre lo importante era que Jesucristo fuera anunciado. ¿Cuál es el tema de mi conversación? ¿Cuál es mi verdadera pasión?

 

2. Hablar bien de Cristo hasta el final. Cuando Pablo estaba ya para morir, sabiendo que en cualquier momento aparecería el verdugo con la espada para cortar su cabeza, escribió a su discípulo Timoteo lo que se conoce como un verdadero epílogo, al decirnos: “Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe…” (2 Tim. 4:6, 7). Pablo no se descarrió desde que conoció a Cristo. No se tomó algunas “vacaciones espirituales”. No dejó de hablar de Cristo aun hasta la muerte. ¿Sabe usted a quién fue la última persona al que Pablo le testificó? Al soldado que cumplió la orden del César. Así como exclamó aquel soldado que crucificó a Cristo: “¡Verdaderamente este era el Hijo de Dios!”, el que iba a matarle tuvo que ver una cara llena de gozo, y por ende también decir: “¡Verdaderamente este era un hombre de Dios!”. Hermanos, si Cristo vive en mí, él debe ser el tema de mi conversación hasta el final. Que hablemos de él hasta el final.

 

III. SI PARA MÍ EL VIVIR ES CRISTO ÉL DEBE SER EL MODELO A SEGUIR 

1. Siendo imitadores de Dios como hijos amados. Esta exigencia la escribió Pablo a los Efesios (Ef. 5:1). Pablo, con el olfato propio de alguien que sabe la tendencia humana, exhorta a sus hermanos a ser imitadores de Dios para formar un auténtico carácter cristiano. El mundo con su afán de seguir sus modas y modelos nos llama continuamente a conformarnos a sus propios caprichos. La seducción del pecado con sus múltiples tentaciones nos llama a imitar sus gustos y placeres. Satanás, vistiéndose como “ángel de luz”, nos invita a seguir sus irreverentes palabras para no escuchar lo que Dios ha dicho por lo que él desea que hagamos. Y es aquí donde libramos nuestra batalla por querer agradar a Dios y poner a un lado todas las ofertas que presentan un mundo de satisfacción temporal, por la satisfacción eterna. Si Cristo vive en mí, él debe ser mi modelo a seguir. No tenemos que imitar al artista de la ocasión. Los modelos que nuestra juventud ha seguido se están desmoronando. Pero nuestro amado Cristo sigue siendo el modelo del hombre nuevo. Todos los modelos se caen, pero Jesucristo es el mismo de siempre.

 

2.  Hasta que Cristo sea formado en nosotros. Para la formación de los hermanos de Gálatas, Pablo sintió una especie de “dolores de parto” (Gál. 4:19). El trabajo con ellos fue arduo, sin descanso. Pero al final tuvo la satisfacción de saber que Cristo pudo ser formado en sus vidas. La meta del discipulado es llevar al creyente hasta la condición que Cristo sea formado en su vida. Estamos hablando de tener un auténtico carácter cristiano. En este sentido, el reto que nos está planteado es que podamos decir como también dijo Pablo: “Sed imitadores de mí, como yo lo soy de Cristo”. La palabra “formado” también pudiera traducirse como “revelado”. La idea es que Cristo se forme en nosotros hasta ir sustituyendo todo ese hombre viejo, que según el mismo apóstol, “está viciado conforme a los deseos engañosos”. Si Cristo no se forma en nosotros, nuestro carácter no será Cristo céntrico sino egocéntrico. Dejemos que el fruto del Espíritu sea un fiel reflejo de su presencia. No importa que vida puedas tener, si Cristo se forma en ti, tendrás un nuevo carácter. ¿Cuál es tu modelo? ¿Vive Cristo en ti?

 

IV. SI PARA MÍ EL VIVIR ES CRISTO ÉL DEBE SER MI GALARDÓN AL FINAL

1. El morir es ganancia. Solo para quien el “vivir es Cristo”, el morir será una ganancia. Escuchamos a la gente decir que la muerte de alguien fue una gran pérdida. Esto puede ser así si hablamos de lo indispensable que era la persona a su familia, al negocio o a la sociedad. De modo que en este sentido la muerte no es una ganancia. Por otro lado, para quienes la muerte es un presagio para ser enfrentado, no puede resultar una ganancia. Pablo no vio la muerte como un destino incierto; como ir a algún lugar donde no se tiene un punto de llegada. Contrario a esto, él sabía que la muerte era como una “partida”. Él llegó a ver la vida y la muerte como dos asuntos extraordinarios. Si algo le motivaba quedarse era para ayudar a sus hermanos. Pero reconoció que estar con Cristo era muchísimo mejor. Así concibió Pablo la muerte. Era la partida para estar con Aquel que se le apareció en el camino de Damasco en todo su esplendor y gloria. Si alguien vive para Cristo, la muerte no es sino el puente para entrar en el  gozo del Señor.

 

2. Hay una corona para el final de la carrera. Nadie podrá ser coronado sino llega a la meta. Muchos quieren una corona sin haber luchado legítimamente. El creyente será premiado de acuerdo a como haya vivido. Las coronas son el resultado de un  gran esfuerzo. Note que después que Pablo afirmó haber pelado la “buena batalla” y haber “guardado la fe”, terminó hablando de lo que le esperaba una vez que llegara a la presencia del Señor; así se expresó: “Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (2 Timoteo 4:6-8).

 

CONCLUSIÓN: “Para mí el vivir es Cristo” fue dicho por un hombre que tuvo todas las credenciales y la autoridad  después de su conversión. Su vida estuvo llena de Cristo, por lo tanto nadie podía recriminarle el haber dejado su fe. Nunca se avergonzó de él, y hasta tuvo el coraje de pedir que nadie le molestara por cuanto él traía consigo las “marcas de Cristo” sobre su cuerpo. Feliz el creyente que pueda decir que en todo lo que hace, piensa, ve, oye, escribe, trabaja… su vivir es Cristo. ¿Podemos decir sin reservas “para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia?”.

 

Si desea consejería o hablar con el Pastor Julio Ruiz, puede llamarle a los

 Tels.  (571) 271-6590 (cel); (703) 250-0118 (casa) y (703) 534-5700 ext. 240