Hechos para correr

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EL EVANGELIO EN MARCHA

Hechos para correr

FILIPENSES 3:12‑14

Por: Rev. Julio Ruiz, Pastor de Iglesia Bautista Hispana Columbia, Falls Church, Virginia

 

INTRODUCCIÓN: El caballo más rápido del mundo se llamó “secretariat”, de quien se hizo una película con su mismo nombre. Secretariat nació el 30 de marzo de 1970, y en 1973 ganó la triple corona norteamericana, imponiendo record de pista en el Kentucky Derby 1:59 2/5, y en el Belmont Stakes 2:24. Secretariat era un enorme alazán apodado, “Big Red”. Se dice que desde que nació se paró y prácticamente comenzó a correr. Nadie había visto algo parecido. Se convirtió en un caballo supremamente veloz. A la edad de dos años ya se había ganado muchos premios. Cuando este caballo corría se quedaba atrás, dejando cierta distancia. Pero una vez que la carrera comenzaba, Secretariat arrancaba, pasaba a los demás caballos y le sacaba varios cuerpos de de ventaja. Aquel caballo era especial no solo por su velocidad, sino por la forma como interactuaba con la gente. Ahora bien, lo más interesante en la vida de aquel caballo fue cuando se le desgarró un tobillo. El jinete que lo montaba debería sacarlo a caminar muy despacio por temor a la pata rota. Pero mientras eso sucedía, lo que el caballo quería era correr. Cuando la dueña  notó que su animal estaba frenado, gritó al jinete para que lo soltara. De repente el caballo comenzó correr como nunca lo había hecho: Mucho más rápido y mucho más veloz. El asunto es que ese caballo fue creado para correr y correr rápido. Los caballos no fueron hechos para ser “caballos de paso” sino de caballos de carrera. Ahora bien, ¿qué tiene en común el caballo con el creyente? Bueno, que aunque no somos animales, también fuimos diseñados para correr hacia la meta. El Señor no nos ha salvado para dejarnos donde estamos. No nos salvó para estar trotando. No fuimos hechos para ser “creyentes de paso”. ¿Está listo para correr? La carrera no se ha acabado. Eso es lo que Pablo nos dice en el pasaje que tenemos para hoy. Note que aunque había recorrido el camino, dice: “Yo mismo no pretendo haberlo alcanzado…”.  Él había corrido mucho y en el cenit de su vida todavía está corriendo. Mis amados, en la Biblia aparece  una y otra vez la figura del creyente como en una carrera (Ga. 5:7; 1 Cor. 9:24-27; He. 12:1-2). Así que la carrera cristiana debe terminar en la meta. ¿Qué debemos saber para alcanzarla?

 

I.LO PRIMERO QUE DEBEMOS SABER ES QUE TODAVÍA NO HEMOS LLEGADO A LA META v. 12

 

1. “No que lo haya alcanzado ya…”. En los recientes juegos olímpicos el total de participantes fueron 10.500 de 204 países. De eso, solo 79 ganaron medallas, incluidas las de oro, plata y bronce. Esos resultados nos han indicado que no todos los competidores logran la meta; no todos logran medallas. Y las frustraciones para los que no lograron una medalla de oro, sino una de plata, fue algo evidente (léase, por ejemplo, Brasil con México). Es muy probable que Pablo tenía en mente los juegos olímpicos para ilustrar su propia carrera cristiana. (1 Cor. 9:24). La forma cómo habla de las competencias y competidores nos hace suponer esto. Así que él pudo ver a muchos compitiendo, pero notó que solo uno era coronado. La corona era el resultado de la entrega disciplinada del participante. La buena noticia del “maratón de la fe” es que todos podemos ganar. Obviamente que el premio no es la salvación, pues eso es un don de Dios. El premio son los galardones reservados. Pablo sabía que eso le esperaba, pero todavía no lo había alcanzado. Esto significa que hay que seguir avanzado. No hay razones para detenerse.

 

2. Fuimos salvos para llegar a la meta. Pablo nos da el ejemplo de cómo debe vivirse la vida cristiana. Es reconocer que aunque se hayan acumulado méritos, hay que seguir avanzado. Él sabía que todavía no era perfecto, pero en su deseo de perfección anhela alcanzar aquello que ya Cristo había alcanzado para él. El apóstol reconoce que además de la salvación, Dios  ha preparado los galardones del cielo. En otra parte, él mismo ha dicho: Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo á mí, sino también á todos los que aman su venida” (2 Tim. 4:8). Pero esa meta no estaba concluida. El creyente no alcanzó la salvación, eso es un acto de gracia; ahora lucha hacia la meta, para ver si logra la “medalla” al final de su carrera. Si consideramos, pues, que fuimos salvos para correr, no nos descuidemos. Hay que finalizar la carrera. El Señor nos aguarda al cruzarla la raya.

 

II.LO SEGUNDO QUE DEBEMOS HACER ES OLVIDARNOS DEL CAMINO ANDADO  v. 13

 

1. “Olvidando lo que queda atrás”. Pablo ha comenzado este capítulo hablando de las razones por las que lo haría confiar en la carne. Lo inalcanzable de su currículo le hace ser el hombre más dotado en conocimiento; el que más ha podido guardar la ley, siendo irreprensible ante aquellos a quienes servía. Sin embargo, en su mismo escrito ha dicho: Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo” v. 7. Contar como pérdida lo que para otros es ganancia, es reconocer la superioridad de lo nuevo que se ha alcanzado. Pablo perdió toda su fama, pero ganó a Cristo. ¿Cuáles son las cosas que usted tiene por ganancia? ¿Estaría usted dispuesto a considerar como pérdida lo que más ama ahora por el Señor?

2. Lo perdonado ya está perdonado (Heb. 8:12). Esta es la parte donde más trabaja el enemigo. Su función es recordarnos lo que hemos hecho y de esa manera nos mantiene de regreso atrás. Por supuesto que debe haber remordimiento y tristeza por los pecados hasta que sean perdonados, pero ya perdonados deben olvidarse. Este es un asunto muy serio. Hay hermanos que viven todavía con un complejo de culpa por lo que hicieron. Aunque Dios les perdonó, no quieren perdonarse a sí mismo. La promesa para todos nosotros es  que la sangre de Cristo, su Hijo, nos limpia de todo pecado.

III.LO TERCERO QUE DEBEMOS HACER ES FIJAR LOS OJOS EN EL AUTOR DE LA META v. 13b             

1. “…y extendiéndome a lo que está delante”. La carrera del creyente no es a la deriva o a la ventura como la describe Pablo (1 Cor. 9:26). Más bien su vida debiera estar gobernada por una meta. ¿Y cuál es la meta del creyente? Pues es Cristo mismo. Él es nuestro blanco al cual le apuntamos en nuestra carrera. El término “extendiéndome” tiene la idea de sacar el pecho en la competencia. Es todo lo contrario a detenerse y abandonar la carrera. Se sabe que algunas carreras se han ganado por la mínima diferencia de haber extendido el pecho al cruzar la marca. En esta carrera, nosotros ponemos los ojos en Jesús. ¿Por qué decimos esto? Porque si ponemos los ojos en los hombres, para buscar su aprobación y gloria, o si tememos su desaprobación, no llegaremos a la meta. Será imposible. No conviene estar distraídos ni por el aplauso ni por la crítica de los hombres. En los maratones olímpicos, los atletas no se distraen con el público. Bien pudieran recibir agua para refrescarse mientras corren, pero se mantienen extendiéndose a lo que está delante. Sus ojos están puestos en la meta. El creyente a veces hace al revés. Le pone más atención al público. Se distrae poniendo sus ojos en los hombres, más que en el Señor. Al final se encuentra como yendo a la ventura en su carrera. Hemos de recordar que fuimos salvos para correr, y el destino final de esa carrera es Jesucristo. De esa visión nada nos debiera mover porque él es el “autor y consumador de nuestra salvación”. ¿Hacia dónde se extiende usted?

2. “Mira que te mando que te esfuerces…” (Jos. 1:8). La vida que carece de esfuerzo propio no va muy lejos. Las carreras universitarias se logran con el esfuerzo. Los negocios prósperos son el resultado del esfuerzo. Las dietas se logran con el esfuerzo. A Josué se le aseguró la victoria en todo lo que tocaran sus pies, pero Dios requirió su esfuerzo. La flojera espiritual ofusca la visión para alcanzar la meta. La falta de esfuerzo paraliza la obra del Señor. Pablo, aunque anciano ya, estaba determinado en extenderse en su carrera. En el versículo 12 ya ha hablado acerca de su convicción en llegar hasta donde Cristo lo había alcanzado a él. Extenderse a lo que está delante es poner la mirada en las cosas de arriba “donde está Cristo sentado” (Col. 3:1‑4).

 

IV.LO ÚLTIMO QUE DEBEMOS HACER ES PROSEGUIR HASTA ALCANZAR  LA META v. 14

 

Esta es la parte más difícil, pues estamos una carrera llena de obstáculos cotidianos. Pero la vida cristiana consiste en la carrera que tenemos por delante (He. 12:1). No es una carrera de 100 metros planos, sino un maratón que dura toda la vida. Por la vía de la recomendación se nos exhorta que mientras corramos, nos despojemos de todo peso del pecado que nos asedia. Que la carrera la hagamos con paciencia, para que no nos agotemos al comienzo de ella. Pero sobre todo, se nos exhorta a poner nuestra mirada en la persona correcta para que obtengamos la victoria. La consigna para el creyente es “proseguir”. Los enemigos de la meta son el desánimo, las muchas ocupaciones y la falta de una consagración al Señor. La determinación de Pablo debe ser la nuestra: “¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis… Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1 Cor. 9:24-27). Que alcancemos la meta.

 

CONCLUSION: Un filósofo danés nos presenta una  historia acerca de algunos gansos salvajes. Él nos dice que los gansos iban y venían con las estaciones del año, como habían hecho sus antepasados ​​durante siglos. Un día, algunos de los gansos, en su viaje anual, aterrizaron en el corral de un granjero. El agricultor los adoptó y se encargó de darles suficiente comida. La vida era fácil y los gansos parecían haber encontrado un lugar cómodo para vivir por el resto de sus días. Pero al paso del tiempo aquella vida fácil tuvo su efecto. Los gansos engordaron y llegaron a ser flojos y perezosos, y el deseo de volver a subir en los lugares altos se había desvanecido. Sus alas no podían levantarles. Si bien podían oír las llamadas de sus hermanos, hermanas y amigos por encima de ellos, pero su condición de gordura, sólo les hacía mirar hacia arriba por casualidad. De vez en cuando, alguno de aquellos gansos viejos agitaba sus alas para reunirse con sus amigos y volver a subir donde el aire era puro, dulce, y libre para ellos. Un día, uno de ellos no resistió más y decidió agitar lo más fuerte que pudo sus alas, comenzó una carrera, despegó un poco de la tierra, pero por su propia gordura cayó de golpe al suelo. Solo le tocó ver a sus amigos graznar arriba de ellos, como si le llamaran para cruzar los cielos e ir hacia esa vida noble en las alturas, pero aquellos gansos les toca vivir picoteando el maíz de los agricultores. Ellos fueron hechos para volar, pero su apego a la vida terrenal les eliminó su potencial. Amados, nosotros fuimos salvos para correr. No dejemos que nuestros pies se acostumbren tanto a lo terrenal y sean tan pesados que descuidemos la meta del “premio del supremo llamamiento que es en Cristo Jesús”. Todavía no hemos logrado la meta, necesitamos alcanzarla.

 

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