EL EVANGELIO EN MARCHA
Por: Jim Cymbala |
He descubierto que aproximadamente el noventa por ciento del tiempo, los problemas que me describe la gente no son sus verdaderos problemas. Por lo tanto, el desafío que se presenta en toda predicación y toda consejería es llegar al fondo del asunto espiritual. Un esposo dice:
– Ella no me comprende. Es fácil responder: – Sí, qué lástima. Lo siento por usted.
Pero tal vez lo que ocurre en realidad, es que él se comporta como un bruto.
Con gracia, pero con firmeza, es necesario que hablemos la verdad en amor.
Una pareja joven y atractiva, a los que llamaré Mariela y Sergio, se presentaron para oración al finalizar una reunión de domingo. Ambos estaban vestidos en forma elegante, él con un traje caro y una corbata de seda, ella con un vestido a la moda. Pude darme cuenta por sus ojos humedecidos que a ella algo la había tocado durante la reunión. En cambio, él parecía mantenerse un paso atrás, sin mirarme a los ojos.
-¿Podría usted orar por nosotros? –preguntó ella. –Cómo no – le respondí –. ¿Sobre qué quieren que ore? – Que Dios bendiga nuestra relación –respondió.
Esa frase puede significar cualquier cosa, especialmente aquí en la ciudad de Nueva York. Me sentí movido a formularles algunas preguntas más. – Pues, antes de orar, les pido que me aporten algunos datos más, si puede ser. ¿Cuánto tiempo hace que se conocen? – Un par de años.
La pregunta siguiente no era muy cortés, pero sentí que el Espíritu me daba un empujoncito. De modo que sin la más leve modificación del nivel ni de la inflexión de mi voz, pregunté:
– ¿Viven juntos? La sorpresa fue instantánea. Ella parpadeó; él levantó de golpe la cabeza. Nos quedamos allí por un segundo como congelados, mirando fijamente el uno al otro. Finalmente ella contestó: – Pues, eeehh… sí, vivimos juntos.
Asentí con la cabeza, y luego dije: – Pues verán, eso me pone en cierto aprieto. Ustedes quieren que pida a Dios que bendiga algo sobre lo cual Él ya ha expresado su opinión. Ya ha dicho con claridad en La Biblia que el vivir juntos sin estar casados está mal. Así que me parece que sería un desperdicio del tiempo de todos pedir su ayuda en esta situación, ¿verdad?
Sólo me miraban fijamente. Seguí avanzando.
– ¿Por qué no hacemos una cosa? Volvamos a encarrilarnos en el plan de Dios. Sergio, ¿qué te parece si encuentras otro lugar donde vivir por el momento? Dices que quieres lo mejor de Dios para tu relación. Pues bien, este es el paso número uno. Esto abrirá la puerta para muchas otras cosas buenas.
Me di cuenta que a Sergio no le entusiasmaba la idea. – ¿Tienes familiares o amigos en la ciudad donde pudieras pasar la noche? No, no se lo ocurría ninguno. – Escucha, nosotros te encontraremos un lugar para quedarte – le dije –. Si Dios es verdad y de veras quieres su ayuda en tu vida, entonces vé por el camino de Él. De otro modo, ¡haz lo que quieras! Por supuesto que a la larga te destruirá; no puedes modificar las consecuencias de Dios de la misma manera que no puede cambiarse la ley de la gravedad.
Sergio murmuró otra excusa. Llamé a uno de los asistentes laicos y pedí que le proporcionara a Sergio una cama para dormir esa noche. Sergio y Mariela todavía no estaban seguros.
– ¿Y si nos quedamos donde estamos pero no dormimos juntos? Eso sería aceptable, ¿verdad?
Entonces les respondí: – Si ambos profesan ser cristianos, deben evitar la obvia tentación física. Además, cuando salgan de su apartamento por las mañanas, ¿cuál será la suposición lógica de sus vecinos? Hagan esto bien en su totalidad, ¿están de acuerdo? Finalmente aceptaron el plan.
Debo decirles que algunas parejas en la misma situación no lo han aceptado. Han dicho cosas como: “Lo pensaremos”, y luego se han ido. Pero al menos yo podía descansar a la noche sabiendo que les había dicho la verdad delante de Dios.
También he recibido cartas de seguimiento de mujeres que decían: – ¿Sabe una cosa? No me gustó lo que nos dijo ese día a mi novio y a mí. Usted nos mostró lo que nos hacía falta escuchar de La Biblia, pero no quisimos aceptarlo. En fin, pensé que debía hacerle saber que con el tiempo, me dejó, tal como dijo usted. Yo solo era un pedazo de carne, nada más. Ahora estoy nuevamente sola, y desearía haberlo escuchado.
La situación de Sergio y Mariela resultó mejor. De inmediato él encontró otro lugar para vivir. Seguimos trabajando con ellos y les proporcionamos consejería. Dios abrió sus ojos a las realidades espirituales. Luego sucedió algo maravilloso. Un martes por la noche, cuando estaba terminando la reunión de oración, dije: – Antes de que todos se vayan, esta noche les tengo una sorpresa. Les ruego se pongan todos de pie.
La congregación se levantó… el organista empezó a tocar las majestuosas octavas de la “Marcha nupcial”. Se abrieron las puertas y la novia sonriente, vistiendo un sencillo traje corto y llevando flores, se adelantó. Los presentes comenzaron a aplaudir con entusiasmo. Sergio, que había estado sentado cerca de mí en la fila de adelante durante toda la reunión, se puso de pie para la ceremonia. Frente a mil quinientos testigos, fueron unidos en Cristo.
Varias veces durante la ceremonia, su llanto silencioso de gozo se volvió tan fuerte que podía escucharse a través de mi micrófono. A pesar de todo, lograron hacer sus votos. Después de la marcha de salida dije a los presentes.
– ¿Saben algo? Hace muy poco que esa pareja conoció al Señor. No di los detalles de su pasado, pero la mayoría de las personas podía adivinarlo. Conocían plenamente la gracia y el poder de Dios para enderezar lo torcido.
¿Complacer a quién? El personal de mi iglesia ha adoptado una postura firme incluso en los casos complicados, como cuando la pareja que está conviviendo tiene hijos. Pedirle al hombre que se vaya temporariamente, pero que siga pagando las cuentas, es difícil. Sin embargo, los que son sinceros en su arrepentimiento han aceptado las condiciones y las han respetado.
A menudo digo a las parejas que están conviviendo: – Tal vez se pregunten: ¿a qué apunta este pastor? ¿Qué es lo que intenta probar? Mi único objetivo es agradar a Dios. Como pueden ver, la iglesia ya está llena; no estamos desesperados por atraer nuevos miembros ni por sus contribuciones en la ofrenda. Pero sí estamos desesperados por agradar a Dios y no avergonzarnos cuando un día estemos de pie frente a él.
El apóstol Pablo expresó su convicción de esta manera en 1 Tesalonicenses 2:4: “Así hablamos; no como para agradar a los hombres, sino a Dios, que prueba nuestros corazones”. Dios no nos pidió a mi esposa y a mí que construyéramos una iglesia grande. Nos dijo que predicáramos el Evangelio y que amáramos a las personas en su nombre. Algunos oyentes rechazan la verdad, mientras que otros se abren. Así ha sucedido a lo largo de la historia, pero los resultados siempre son más dinámicos y gloriosos cuando obramos según la voluntad de Dios.
De la misma manera que se les advirtió a los israelitas que no se mezclaran con los dioses cananeos llamados Baal o Asera, debemos cuidarnos de un dios de nuestro tiempo llamado éxito. Más grande no equivale a mejor si se da a costa de desconocer la verdad o de contristar al Espíritu Santo.
El mensaje de la cruz siempre será necedad para algunos y piedra de tropiezo para otros. Pero si nuestra atención está centrada en la reacción del mercado, nos alejamos del poder del Evangelio. El temor de hablar acerca de la sangre de Cristo es una reacción exagerada. Peor aún, bordea en herejía el distorsionar y desinflar el poder de las buenas nuevas.
Llegará el día, dice Pablo, en que “la obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará” (1 Corintios 3:13). El oro, la plata y las piedras preciosas perdurarán, mientras que la madera, el heno y la hojarasca se harán humo.
Pablo no dice que se probará la cantidad. Nada dice sobre las cifras totales de asistencia. Todo se centrará en la calidad.
La construcción espiritual que usa madera, heno y hojarasca, se logra con facilidad: poco trabajo, poca búsqueda, nada de gemidos ni partos. Solo hay que armarlo con rapidez y tendrá un aspecto adecuado… durante un tiempo.
Pero si desea construir algo que permanezca al llegar el día del juicio final, el trabajo es mucho más costoso.
En aquel día no tendrá importancia lo que pensaron de usted sus colegas cristianos. No tendrá importancia lo que le aconsejaron los expertos en mercadotecnia. Usted y yo estaremos de pie frente a aquel cuyos ojos son “como llama de fuego”.
No lograremos ablandarlo contándole lo brillante que era nuestra estrategia. Nos enfrentaremos a su mirada abrasadora: Él solo preguntará si fuimos denodadamente fieles a su Palabra.