Obama agradece apertura de gobierno y llama a la unidad

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John Boehner presidente de la Cámara de Representantes

GOBIERNO

“Si no les gusta el presidente, cámbienlo en las elecciones, pero no destruyan lo que tardó dos siglos en construirse”, dijo Obama.

 

John Boehner presidente de la Cámara de Representantes

Aunque él mismo dijo que “aquí no hay ganadores”, es claro que Barack Obama surge como el vencedor de una crisis que ha deteriorado la imagen internacional de Estados Unidos, violentado la convivencia nacional y causado considerables daños económicos, pero que también ha minado, al menos temporalmente, la influencia del conservadurismo extremista y ha allanado el terreno para la cooperación entre los sectores moderados de ambos partidos. El presidente ha aprovechado para llamar a la unidad y convocar a la ejecución de las reformas suspendidas por el enfrentamiento resuelto el miércoles 16 de octubre in extremis.

 

“Todo lo que tenemos que hacer”, dijo Obama en una comparecencia en la que agradeció a “los republicanos responsables” por su contribución a la solución temporal de la crisis presupuestaria, “es dejar de fijarnos en los lobbys, en los blogueros, en los predicadores de la radio, en los activistas profesionales que se benefician del conflicto, y concentrarnos en la tarea para la que la mayoría de los norteamericanos nos eligió, en hacer crecer la economía, en crear empleos, en fortalecer la clase media, en educar a nuestros hijos, en sentar las bases de una prosperidad que alcance a todos y en conseguir orden fiscal de largo plazo”.

 

Obama llamó a la unidad, y también a la razón, después de varias semanas en las que se han cruzado insultos casi irrepetibles para los medios de comunicación norteamericanos, se han exhibido banderas confederadas, ha quedado expuesto todo el odio, especialmente contra el presidente, que se ha ido acumulando por años. “Si no les gusta una política determinada o un presidente en particular”, dijo, “vayan y ganen unas elecciones, cámbienlo, pero no destruyan lo que nuestros predecesores tardaron dos siglos en construir”.

Existe, en efecto, una ventana de oportunidad para hacer cosas aplazadas, no ya durante esta crisis, sino durante muchos meses. El presidente, que ha conseguido sortear esta situación sin una sola concesión y ha demostrado una templanza inusual en Washington en estos tiempos, está investido de una nueva autoridad. Pero es una ventana estrecha y que puede volver a cerrarse en cualquier momento. El acuerdo que aprobaron el Senado y la Cámara de Representantes cuando faltaban menos de dos horas para la suspensión de pagos y después de 16 días de cierre administrativo extiende el presupuesto para seguir operando normalmente solo hasta el 15 de enero y amplía el techo de deuda hasta el 7 de febrero. Es decir, que a la vuelta del nuevo año podríamos volver a encontrarnos en una situación similar a la que acaba de ocurrir.

De hecho, al aceptar su derrota, el presidente de la Cámara de Representantes, John Boehner, anunció que “la batalla continúa”, y la nutrida porción del Partido Republicano que sigue las consignas del Tea Party, lejos de admitir cualquier error, culpó del fracaso a la cobardía de sus compañeros centristas. Aunque, finalmente, se superó la votación en la Cámara gracias a los votos demócratas, es importante anotar que 144 de los 234 miembros del grupo republicano se pronunciaron en contra, lo que permite visualizar la influencia del Tea Party.

En esas condiciones, el liderazgo republicano se verá obligado, al menos hasta las elecciones legislativas del año próximo, a ceder la iniciativa al Partido Demócrata y legislar junto a él, como ocurrió el miércoles, o aceptar el dictado, siempre radical y a veces irracional, del Tea Party. Esa una decisión difícil, porque nunca es sencillo para un partido admitir semejante debilidad.

Pero, con toda la prudencia del caso, las condiciones hoy son más favorables que ayer para la consecución de acuerdos. La clase política ha sentido el impacto de su desprestigio, el país entero es consciente del riesgo al que ha estado expuesto y del perjuicio para su liderazgo mundial. Obama pretende aprovechar este momento, según declaró, para sacar adelante antes de fin de año tres grandes iniciativas: un presupuesto, la reforma migratoria y una ley agraria.

El presupuesto es, sin duda, lo más urgente para evitar nuevas perturbaciones al comienzo de 2014, pero es también lo más complicado. Conciliar puntos de vista actualmente tan divergentes sobre la política de impuestos –que el Tea Party obligó a los republicanos a jurar que no se aumentarían jamás- y de gasto público se ve como una labor titánica.

No va a ser más fácil la reforma migratoria. Está aprobada desde la primavera en el Senado, pero falta el escollo de siempre, la Cámara. Cuenta con el apoyo de republicanos moderados, que creen que rechazarla sería, después del tiro en el pie del cierre administrativo, un disparo en la sien que arruinaría las opciones electorales del partido durante décadas.

Pero no es ese el cálculo del Tea Party, cuyo objetivo principal es el de impedir la legalización de más de 11 millones de inmigrantes indocumentados, en su mayoría de origen mexicano e hispano, a los que atribuye el peligro de desvirtuar el carácter nacional norteamericano. En este asunto, los republicanos radicales cuentan con el apoyo de varios demócratas que compiten en distritos conservadores y que escuchan la voz de sus electores, no la de Obama.

Por eso es fundamental el plazo establecido por el presidente. Si todo esto no se hace antes de fin de año, mucho más difícil será el año próximo, cuando las urgencias electorales –las legislativas son en noviembre- serán aún más acuciantes.

Más lenta tendrá que ser la recuperación del prestigio internacional. “Probablemente”, dijo Obama, “nada habrá hecho más daño a nuestra credibilidad en el mundo que el espectáculo que hemos visto estas últimas semanas: ha envalentonado a nuestros enemigos y ha deprimido a nuestros amigos”.

 

EE UU pierde más de 24.000 millones de dólares en 16 días de crisis

El parón administrativo de 16 días sufrido por la primera economía del mundo ha tenido un coste, no solo de desgaste político y de sumatorio al ya hartazgo general que sufre el ciudadano respecto al poder de Washington. Este coste se establece en moneda corriente y asciende a más de 24.000 millones de dólares, según la agencia financiera de valoraciones Standard & Poor´s. La consecuencia inmediata del cierre del Gobierno (el famoso shutdown) supondrá un recorte de 0,6 puntos porcentuales en la previsión del PIB del cuarto trimestre de este año, según prevé la agencia antes citada. Standard & Poor ´s rebaja su estimación de crecimiento del Producto Interior Bruto de un 3% a cerca de un 2%. Otras agencias son más optimistas y ese 0,6% se rebaja a un 0,3.

Pero los primeros síntomas de alivio de vuelta a la normalidad (turistas gastando sus dólares en un recuerdo de la Casa Blanca; paga semanal en el banco; incluso congresistas embarcando en vuelos rumbo a sus hogares hasta el martes que viene tras haber desbloqueado la crisis) pueden ser solo un respiro temporal ya que los ciudadanos, los consumidores y los inversores pueden temer que el guión se repita en unas semanas o meses, por lo que decidirán guardar sus chequeras ante el temor a una nueva crisis. Para Standard & Poor´s, que Washington no haya sido capaz de llegar a un acuerdo de largo plazo es sin duda una mala noticia que no tendrá mejores consecuencias.

El daño causado por la política de gobernar a golpe de crisis a la que parece haberse acostumbrado el Capitolio va más allá de los cerca de un millón de empleados que en un primer momento se vieron forzados a permanecer en sus hogares y los museos y monumentos cerrados de Washington. El cierre de la Administración llega después de que la Reserva Federal informara de un modesto crecimiento de la economía del país en septiembre y provoca una caída en la confianza del consumidor similar a la sufrida tras el colapso de Lehman Brothers en 2008. (Con datos de El País y CNN)