A la altura de Dios

0
598

EL EVANGELIO EN MARCHA

A la altura de Dios

Por: Enrique Monterroza

 

PAG 18Pensar en lo que Dios ha hecho por nosotros durante toda nuestra vida, en lo que sin que lo merezcamos nos ha dado, en toda la misericordia derramada sobre nosotros, en su abundante gracia y en las miles de nuevas oportunidades que nos ha dado me ha llevado a pensar que yo necesito estar a la altura de un hijo de Dios.

Y es que a veces nos conformamos con vivir una vida pasiva en el sentido de que sabemos que hay cosas que están a nuestro alcance mejorar, sin embargo no tratamos de mejorarlas.

Ayer mientras tenía un momento de comunión con Dios pensaba en todo esto y de pronto de mi boca comenzaron a salir frases que decían: “Señor quiero estar a la altura” y es que no es poca cosa ser llamado por Dios, tanto tú como yo hemos sido llamados por Él y si Él nos escogió para ser sus hijos debemos comportarnos a la altura que Dios se merece.

Ahora te pregunto y al mismo tiempo me pregunto: ¿Estamos a la altura de un verdadero hijo de Dios?, ¿Nuestras acciones, nuestros pensamientos, nuestro vocabulario están dando testimonio de una vida convertida o nacida de nuevo?

Y no solo en testimonio, porque posiblemente tu testimonio sea intachable, pero, ¿Cómo está tu deseo de servir al Señor?, ¿Cómo está tu compromiso por llevar las buenas nuevas a otras personas que todavía no conocen del Señor?

David en un momento de su vida se dio cuenta que no estaba a la altura de un hijo de Dios, había caído en pecado, había deshonrado a Dios pensando que nadie se enteraría, estaba viviendo una vida equivocada y a sabiendas de ello no había hasta ese momento hecho nada por salir de ese mal tramo de su vida, fue allí donde escribió los siguientes salmos:

 

“Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia;
Conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones.
Lávame más y más de mi maldad,
Y límpiame de mi pecado.
Porque yo reconozco mis rebeliones,
Y mi pecado está siempre delante de mí.
Contra ti, contra ti solo he pecado,
Y he hecho lo malo delante de tus ojos;
Para que seas reconocido justo en tu palabra,
Y tenido por puro en tu juicio.
He aquí, en maldad he sido formado,
Y en pecado me concibió mi madre.
He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo,
Y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría.
Purifícame con hisopo, y seré limpio;
Lávame, y seré más blanco que la nieve.
Hazme oír gozo y alegría,
Y se recrearán los huesos que has abatido.
Esconde tu rostro de mis pecados,
Y borra todas mis maldades.
Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio,
Y renueva un espíritu recto dentro de mí.”

Salmos 51:1-10 (Reina Valera 1960)

 

Este salmo contiene el versículo que en lo personal es mi preferido: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, Y renueva un espíritu recto dentro de mí.” Salmos 51:10. ¿Por qué es mi preferido?, porque el salmista reconocía su necesidad de Dios, su necesidad de estar limpio delante de Él, su necesidad de tener un espíritu recto, en pocas palabras la enorme necesidad de ESTAR A LA ALTURA.

Yo quiero estar a la altura, para ello necesito comenzar a reconocer mis errores pero al mismo tiempo tener la determinación de evitarlos o de solucionarlos. Y es que la mayoría de nosotros nos quedamos solo con la parte de detectarlos y reconocerlos, pero por alguna extraña razón no tenemos la determinación de aplicarnos para estar a la altura.

¿Quieres estar a la altura de un hijo de Dios?, ¿Quieres que tu Padre se sienta orgulloso de tu andar?, entonces es hora de aplicarnos, es hora de buscar el rostro del Señor, porque solo en su presencia podemos encontrar consuelo y renovación. No hay otras claves o consejos que puedan ayudar a un hijo de Dios que ir delante del Señor y mantener una comunión real y verdadera con Él.