El hombre del casco de oro

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EL EVANGELIO EN MARCHA

Por: Moisés Evangelista

pag 17‘El hombre con el casco de oro’ es uno de los cuadros más famosos y amados de Rembrandt. Desde muy joven, he admirado esa obra maestra del extraordinario pintor holandés. Esta pintura nos muestra un viejo soldado, de rostro noble y melancólico, vestido con su uniforme de militar, con un hermoso casco dorado.

En el cuadro, el viejo militar mira firmemente hacia un punto indefinido, pensativo, con una expresión melancólica en los ojos. A pesar de los años, el rostro todavía refleja la firmeza y hombría de la juventud; quizás, también, la suave tristeza que viene de haber visto y vivido demasiado.

La mandíbula y la boca del viejo soldado, la inclinación de su cabeza, proyectan vigor y coraje. La vejez no parece haber reducido en nada la fortaleza y virilidad de la juventud.

Es evidente que este hombre ha vivido bien. Ha conservado su fuerza. No ha desperdiciado su hombría o su vitalidad en placeres destructivos o actos deshonestos. Evidentemente, los soldados que él dirigió en la guerra tuvieron la bendición de estar cubiertos por el liderazgo de un hombre excepcional, que siempre se preocupó por su bienestar, y que nunca puso su vida en riesgo innecesariamente. Para este hombre, el premio de una vida bien vivida resulta ser, precisamente, una vejez llena de vitalidad y paz interior.

El apóstol Pablo era ese tipo de líder, siempre en guardia contra sí mismo, siempre alerta contra cualquier trampa sutil que pudiera hacerlo tropezar y perder su corona. Para él, la vida cristiana es una larga carrera. Importa más cómo la terminamos que cómo la comenzamos. Su firme propósito era terminar la carrera con honra, correrla legítimamente. En I Corintios 9:24 pregunta, “¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio?” La conclusión, para él, es inescapable: “Corred de tal manera que lo obtengáis”.

La gloria de una vida bien vivida, un ministerio bien acabado, no nos están garantizados. Hay una forma de “correr” si queremos que esto llegue a ser una realidad para nosotros. ¡Hay que pagar el precio! Hay que orar mucho, sangrar mucho, dejarse quebrantar y podar por el Señor. Hay que pedir mucho perdón, reconocer muchas faltas, humillarse demasiado. Se requieren muchos ayunos y desvelos, muchos naufragios del yo y del orgullo, muchas luchas con el ángel en medio de la noche. Involucra una vida de abstinencias y placeres rehusados. Pablo lo pone de esta manera:

25 Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. 26 Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire. 27 sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado.

El espectro de un fracaso definitivo al final de su carrera mantenía sobrio a Pablo. Día tras día, volvía a abrazar las disciplinas del corredor atlético. En su caso, esas disciplinas involucraban la oración, el escudriñar las Escrituras, el ayuno, el examen continuo de sí mismo, el rechazo activo del mundo, la renuncia a buscar la gloria personal o la aprobación de los hombres, el reconocimiento activo de sus fallas personales, y una continua dependencia del Señor.

Su discurso de despedida en Mileto a los ancianos de la iglesia de Éfeso, registrado en Hechos 20:17-35, muestra que Pablo logró alcanzar su objetivo. Sus palabras a sus compañeros de batalla proyectan la dignidad, la elegancia y autoridad del soldado que se retira con honor, que ha cumplido su misión, y que nunca le dio la espalda al enemigo. En otro hermoso y conmovedor pasaje (II Tim 4: 5-8), anima a Timoteo, su hijo espiritual, a correr su propia carrera ministerial con legitimidad y a terminarla con honra:

5 Pero tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio. 6 Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. 7 He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. 8 Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida.

La vida y el servicio cristianos están minados de trampas espirituales. Las gloriosas alturas del comienzo pueden ceder a los valles y abismos de la mediocridad más adelante. Si no nos cuidamos y examinamos continuamente, fácilmente podemos extraviarnos y perder el derrotero.

A un glorioso y digno final sólo se llega por medio de múltiples decisiones morales hechas cada día, y un voto de fidelidad continuamente renovado frente a la tentación continua de dejar caer los brazos y ceder a las ofertas engañosas del tentador de nuestras almas.

Algunos principios que nos pueden ayudar a vivir una vida victoriosa, siempre ascendente: Mantener cuentas cortas con Dios, reconociendo y confesando nuestros pecados lo más pronto posible.

Honestidad y transparencia con Dios y nuestros semejantes. Humildad preventiva, y reconocimiento continuo de que sólo por la gracia de Dios nos podemos acercar a Él y servirle.

Misericordia para con los demás, lo cual nos asegura la gracia y el perdón de Dios cuando lo ofendemos.

Dependencia del poder de Dios para vivir vidas santas, en vez de depender de nuestra propia fuerza o justicia.

Búsqueda continua de unción fresca, en vez de depender de las experiencias sublimes del pasado para las luchas de hoy.

Principios como estos nos mantendrán vigorosos espiritualmente, y nos llevarán de victoria en victoria en nuestro caminar con Cristo.

Pelea siempre por ser un mejor cristiano, lucha no te rindas tan fácil, pelea, tu eres un soldado de combate pelea. Recuerda que tienes un capitán y venció en la cruz, no estás solo , tienes un capitán en jefe excelente. Que Dios te bendiga.