EL EVANGELIO EN MARCHA
Sembrando Futuro
PATERNIDAD (parte II)
Por: Pastor Juan Arispe
Gálatas 4:6 “Y debido a que somos sus hijos, Dios envió al espíritu de su Hijo a nuestro corazón, el cual nos impulsa a exclamar “Abba Padre”
Todos tuvimos diferentes tipos de papás. Está el papá callado, que trata de hablarle, hace cualquier cosa para que le ponga atención, y nada. Quizás tuviste un papá así, e inventabas que metías goles en el colegio para que él te pusiera un poco de atención. O tal vez, su papá fue bullicioso, juguetón, que se tiraba con usted en la cama y era muy afectivo. Quizás tuvo un papá que cero besos o abrazos; o el papá que siempre vivía trabajando; no sé si tuvo el papá ideal, pero generalmente, el papá ideal era el de un amigo.
Hoy nuestra sociedad está repleta de gente que tuvo un papá que no supo dar lo que necesitaba dar para que su hijo creciera. No sé si Dios le dio un papá bueno o no, pero lo cierto es que todos hemos recibido el espíritu del hijo que nos hace clamar “Abba, Padre”. ¿Sabe por qué hablo de esto? Porque quiero enseñarle otro principio: “Use su desgracia o lo que le pudo salir mal en la vida, para construir su ministerio de padre”.
De su obra aprendimos que las imágenes torcidas de Dios tendrán influencia importante en las vidas de la gente que sufre en tres maneras principales. En primer lugar, su concepto de Dios afecta y determina la dirección de su crecimiento espiritual. Por ejemplo, la persona que piensa que Dios es indiferente y alejado emocionalmente tendrá poca iniciativa para conectarse con Dios más allá de un nivel intelectual.
Como dijo un hombre a quien tratábamos de aconsejar “¿Por qué procurar una relación con alguien que parece estar tan desinteresado?” Los que perciben a Dios de este modo, frecuentemente, no tienen la energía, la motivación, y la pasión para buscar a Dios. Son los que se sientan en la iglesia y mantienen una orientación de espectadores en su relación con Dios y con la obra de la iglesia. En algunos aspectos viven una vida vicaria, de la fe de otros y expresan confusión acerca de cómo unas personas pueden estar tan cerca de Dios.
En segundo lugar, a la persona con este punto de vista se le dificulta de gran manera motivarse por asuntos espirituales. Si la persona ve a Dios como indiferente y lejano, entonces hay poca motivación para participar en un grupo pequeño de estudio bíblico, en un seminario de adoración, o en un grupo de oración. Quizás una imagen torcida de Dios sea uno de los factores casuales que puedan explicar la falta de oración en la mayoría de las iglesias evangélicas de Norte América.
En nuestra experiencia, las reuniones de oración son las que tienen menos concurrencia en la iglesia. Se supone que existe una relación entre la persona que hace oración y Dios, y que la relación se basa en la fe a la confianza. Para muchos de los que están en la iglesia los domingos éste no es el caso. Muchos tienen conocimiento de Dios y aceptan la teología intelectualmente, pero no han tenido una experiencia con Dios a un nivel que expresa una relación alta.
En tercer lugar, la imagen de Dios que tiene la persona y su relación con El, tiene un impacto en su propio yo. La persona que piensa que Dios es indiferente y sin emoción, frecuentemente, se ve a sí mismo con poco valor y mérito. Alguien con quien trabajamos se expresó de esta manera: “Dios no se fijó en mí cuando estaba repartiendo talentos naturales y dones espirituales. Ni siquiera me vio”.
Después de años de asistir a una iglesia, nunca experimentó el gozo y el ánimo en su vida cristiana que emana de dar a otros en el nombre de Jesús. Ella no ofrecía nada porque su punto de vista de Dios la hacía pensar que no tenía nada que ofrecer. Se consideraba una hija de Dios -una hija abandonada e ignorada, no una hija amada-.
Su opinión de su valor y mérito ante Dios estaba tan torcida que no podía aceptar que tenía habilidades extraordinarias en un área de su vida que le hubieran permitido prosperar en una carrera. Su imagen propia se relacionaba con la percepción que ella tenía que Dios no la amaba. Las decisiones de su vida se basaban en estos torcimientos y resultaron en el mal uso de sus habilidades que Dios le dio.
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