EL EVANGELIO EN MARCHA
La madre bienaventurada
(PROV. 31:28-31)
Por: Rev. Julio Ruiz, Pastor de Iglesia Bautista Hispana Columbia, Falls Church, Virginia
INTRODUCCIÓN: La desafiante interrogante: “Mujer virtuosa, ¿quién la hallará?” del presente pasaje (v.9), ha sido dada como un objetivo de búsqueda. Y si bien es cierto que la pregunta en cuestión pareciera dejarnos la sensación de lo difícil que es encontrar su paradero, sobre todo cuando se compara con las piedras preciosas, la verdad es que hay muchísimas madres que son adornadas con tan finas cualidades, que al final son halladas. Este pasaje hace justicia a esa mujer. No se dice lo mismo de los hombres, porque es un merecido honor al único ser que puede representar estos encumbrados elogios: la madre. Un muchacho entró con paso firme a la joyería y pidió que le mostraran el mejor anillo de compromiso que tuvieran. El joyero le presentó uno. Era una hermosa piedra solitaria que brillaba como un diminuto sol resplandeciente. El muchacho contempló el anillo y con una sonrisa lo aprobó, luego pidió el precio y se disponía a pagarlo cuando… ¿Se va usted a casar pronto? – Le preguntó el joyero. ¡No! – respondió el muchacho – Ni siquiera tengo novia. La muda sorpresa del joyero divirtió al comprador.- Es para mi mamá – dijo el muchacho. Cuando yo iba a nacer estuvo sola; alguien le aconsejó que me matara antes de que naciera, así se evitaría problemas. Pero ella se negó y me dio el don de la vida. Y tuvo muchos problemas… ¡muchos! -Fue padre y madre para mí, fue amiga y hermana, y fue mi maestra. Me hizo ser lo que soy. Ahora que puedo le compro este anillo de compromiso. Ella nunca tuvo uno. Se lo doy como promesa de que si ella hizo todo por mí, ahora yo haré todo por ella -.- Quizás después entregue otro anillo de compromiso. Pero será el segundo -. El joyero no dijo nada, solamente ordenó a su cajera que hiciera al muchacho el descuento que se hacía nada más a los clientes importantes. Amados hermanos, hay una mujer que merece “el primer anillo de compromiso de sus hijos”; ella se llama “madre”. Los que reconocen sus virtudes la llaman “bienaventurada”. Y quien más debe hacer esto sino un hijo. Veamos por qué este título.
- PORQUE UN HIJO ES UN AMOR INOLVIDABLE. Isaías 49:15
El verdadero amor nunca deja de ser. Hay “amores que se olvidan”, dice una canción romántica. Pero me temo que son aquellas ilusiones pasajeras, aquellos sentimientos que gobiernan el corazón temporalmente o aquellos que se construyeron sobre las bases del egoísmo y de una satisfacción personal. Sin embargo, hay amores que no se olvidan sino que permanecen para siempre, según nos recuerda 1 Corintios 13. Cuando el profeta Isaías quiso ilustrar a ese amor que no olvida, puso a Dios y a la madre como obligadas referencias. De esta manera preguntó: “¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti” (Isa. 49:15). Es cierto que algunas madres que han traído hijos al mundo no debieran llevar ese nombre porque, o se han olvidado de ellos, o los han matado antes que nazcan. Pero la verdad universal es que el amor de madre es tan inolvidable como el amor de Dios para con nosotros. Esta comparación es la más parecida. He sabido de padres que se olvidaron hace rato de sus hijos. Muchos de ellos sufren la indiferencia y la ausencia de ellos. Pero serán muy pocas las madres que dejarán a su hijo sufriendo.
- PORQUE UN HIJO ES UN RIESGO INEVITABLE (Ex. 2:3)
Un bebé flotando en el agua. La orden del Faraón había sido clara y perentoria. El había dicho: “Cuando asistáis a las hebreas en sus partos, y veáis el sexo, si es hijo, matadlo; y si es hija, entonces viva” (Ex. 1:18). Las parteras desobedecieron esa orden y finalmente el Faraón siendo “engañado” por ellas dio la orden que todos los niños varones fueran echados al río. Pero hubo una madre que corrió un riesgo, no sólo por no hacer lo que aquel malvado hombre pedía, sino porque colocó a su recién nacido en una arquilla donde otros riesgos no era menos que el anterior, pues el mismo río tenía sus peligros naturales, tales como su propia corriente o la presencia de algún cocodrilo. Esa mujer se conocerá como Jocabed, quien llegó a ser la madre del gran caudillo del pueblo de Israel, el “niño sacado de las aguas”, que es la traducción exacta del nombre Moisés. Esa madre nos enseña la gran lección del riesgo que vale la pena correr cuando se trata de salvar a un hijo. Nos habla del gran don de la fe que vive en el corazón de tantas madres. Nadie se ha arriesgado tanto por nosotros en este mundo como lo que han hecho nuestras madres. La madre hará cualquier cosa por el hijo que ama.
III. PORQUE UN HIJO ES UNA PETICIÓN INCOMPARABLE (1 Sam.1:6).
- Un hijo para ser devuelto (v. 11). La vida de Ana es otra de esas narraciones bíblicas en donde uno puede ver no sólo la intervención milagrosa divina, sino el dolor y la aflicción que viene al corazón de una mujer cuando por las causas naturales no ha podido tener un hijo. Es posible que para algunas parejas modernas el no tener un hijo, sea porque haya impedimentos físicos o porque hayan decidido no tenerlos, no se constituya en una ansiedad matrimonial. Pero eso no era el caso con una mujer judía. La esterilidad estaba consideraba como sinónimo de improductividad, una vergüenza social y hasta causa de divorcio si el esposo así lo determinara. Tan cierto era esto que Sara al saber que era imposible que le diera hijo a Abraham, le entregó a Agar su esclava, de modo que le diera un hijo para complacer a su esposo. O como el caso de Raquel, que decía: “Dame hijos o me muero”. ¿Para qué pedir un hijo? Vea lo que Ana dijo: “Jehová de los ejércitos, si te dignares mirar la aflicción de tu sierva, y te acordares de mí, y no te olvidares de tu sierva, sino que dieras a tu sierva un hijo varón, yo lo dedicaré a Jehová todos los días, y no pasará navaja sobre su cabeza” v. 11. ¿Para qué le ha pedido un hijo a Dios?
- ¿No te soy yo mejor que diez hijos?” (v. 8). El sacerdote Elí pensaba que Ana estaba borracha cuando solamente movía sus labios en oración agonizante porque quería un hijo. Ninguna asunto anheló más Ana que el tener un hijo. Su esposo Ercana un día la vio tan angustiada y afligida que se acercó y le dijo: “Ana, ¿por qué lloras? ¿Por qué no comes? ¿Y por qué está afligido tu corazón? ¿No te soy yo mejor que diez hijos?” v. 8. Es verdad que Ercana amaba profundamente a Ana pero ese amor jamás sustituía al que podría dar un hijo. Definitivamente no era mejor su amor que el de diez hijos. El amor de un hijo es incomparable.
- PORQUE UN HIJO PUEDE PRODUCIR UN DOLOR INENARRABLE (Jn. 19:25)
- Una madre al pie de la cruz (v. 25). Dentro de todas las mujeres que se quedaron para ver la muerte de Cristo en la cruz, estaba una que le conoció como ninguna otra, su madre María. Es cierto que había otras mujeres allí llorando con intenso dolor. Todas ellas sufrían al ver a su salvador agonizando por medio de quien habían encontrado el perdón de sus pecados, pero ninguna de ellas podía sufrir más que María la madre de Jesús. Ella le dio a luz. Ella le envolvió en pañales en aquel humilde pesebre. Ella lo amamantó y lo crió como un hijo normal. Aquel hijo era el fruto de un vientre bienaventurado, según también se le había profetizado. En la cruz estaba muriendo el salvador del mundo, pero allí estaba también muriendo su hijo. Ciertamente no podían compararse los dolores de Jesús con los de su madre al verle sufrir, pero la conmoción de ella frente a esa escena inenarrable no puede ocultarse. Allí está el corazón materno también desgarrado. María fue el instrumento que Dios escogió para que naciera su Hijo, por lo tanto aquel dolor tenía proporciones gigantes. A los pies de la cruz llora una madre porque su hijo está muriendo. Si usted ha sufrido por su hijo, nada podrá ser comparado con lo que sufrió María.
- “Mujer, he ahí tu hijo… hijo he ahí tu madre” (Jn. 19:27). Estas palabras salieron del hijo moribundo. Salieron de un hijo responsable por la seguridad de su propia madre. Esas palabras, acompañadas de un gran dolor, las escuchó María. Al estar allí, María les dice a las madres que un hijo pudiera convertirse en uno de los dolores más inenarrables. Su ejemplo de llevar esa “espada en el corazón” puede ser una fuente de ayuda para aquellas madres que llegan a perder a sus hijos frente a sufrimientos que muchas veces son incomprensibles y que algunas veces no son justificables. Para las madres que pierden a sus hijos después de una penosa enfermedad; para aquellas que reciben la noticia del asesinato de su hijo; para aquellas que pierden a sus hijos en algún accidente, en alguna guerra o en alguna causa justificable, el ejemplo de María les ayuda a entender por qué muchas veces un hijo puede constituirse en un dolor indescriptible. ¿No creen ustedes que frente a este heroísmo de las madres debiéramos levantarnos y alabarlas? ¿No merecen acaso nuestras madres el más grande y justo reconocimiento de sus hijos?
CONCLUSIÓN: Una historia cuenta del caso de un muchacho a quien se le declaró culpable de un asesinato. Fue sentenciado a muerte. La madre de él gastó todos sus bienes tratando de conseguir que le revocaran la sentencia. Todo fue en vano. Después de que el joven fue ejecutado, la madre pidió que le entregasen en el cadáver para enterrarlo en un lugar donde estaban enterrados otros miembros de la familia. Pero aun eso le fue negado. En el estado donde ocurrió esto, la ley establecía que los criminales debían ser enterrados en el cementerio en una sección separada de los demás. Por último, la madre rogó que al ella morir la enterraran al lado de su hijo en la sección de los criminales. (Tomado de 501 Ilustraciones Nuevas, pág. 146, 147). Madres, después de Dios ustedes son dignas de ser alabadas. Es por eso que hoy “se levantan sus hijos y la llaman bienaventurada; Y su marido también la alaba”. Porque “muchas mujeres hicieron el bien; mas tú sobrepasas a todas. Engañosa es la gracia, y vana la hermosura; La mujer que teme a Jehová, ésa será alabada” (Prov. 31:28-30). Levantémonos y honrémosles.
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