EL EVANGELIO EN MARCHA
Soledad total
Por: Francisco Aular (faular@hotmail.com)
Y a la hora novena Jesús clamó a gran voz, diciendo: Eloi, Eloi, ¿lama sabactani? que traducido es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? Marcos 15:34 (RV60)
¡Allí está JESÚS sufriendo injustamente en el rústico madero de la cruz! Allí, en ese monte Calvario está quien se vació a sí mismo, y vino a ser temporalmente siervo de todos, ¡habiendo sido el Príncipe de los cielos! Empezó por nacer en un pesebre, Aquel para el cual y por el cual todo lo que existe, visible e invisible se hizo para su honra y gloria. ¡Obró como Dios Encarnado dentro de las limitaciones de un cuerpo humano por 33 años! Por la íntima comunión con su Padre, no hizo nada en este mundo sin contar con su voluntad, de tal manera que mientras sus discípulos dormían, Él intercedía por ellos para que el diablo no los zarandeara como veletas al viento.
Nunca lo agarró la luz del sol sin estar de rodillas. La oración no era una actividad de su vida; era su vida. JESÚS, no lucha en la cruz, sino que Él vence en la lucha en Getsemaní el día anterior a su muerte, cuando oró en medio de ruegos indecibles: “Se la apareció un ángel del cielo para fortalecerle y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra” (Lucas 22:43,44).
Nosotros nunca podremos imaginar lo que era el tormento de la cruz. En el caso de nuestro Señor y Salvador, los tormentos más crueles, no fueron, tal vez, los físicos, sino los del espíritu, los del alma.
El gran teólogo español Francisco La Cueva, especialista tanto en griego como en hebreo, dice que una mejor traducción de esta Cuarta Palabra, sería: “¡Dios mío, Dios mío! ¿Para qué me desamparaste?”, si fuese, ¿por qué?, estaría demandando explicaciones, y Él había entendido en Getsemaní, al decir triunfante al Padre al final de su lucha: “Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42).
En la cruz, JESÚS no clama por razones, sino por el propósito final; no es un rebelde, sino el Salvador, por decirlo de alguna forma, el Pontífice, “el sumo sacerdote”, el Puente entre el ser humano pecador y Dios: “Por lo tanto, ya que tenemos un gran Sumo Sacerdote que entró en el cielo, Jesús el Hijo de Dios, aferrémonos a lo que creemos” (Hebreos 4:14; NTV).
¡Ya no necesitamos sacerdotes que intercedan por nosotros, sino que nosotros mismos podemos, individualmente, llegar al Padre!: “Así que acerquémonos con toda confianza al trono de la gracia de nuestro Dios. Allí recibiremos su misericordia y encontraremos la gracia que nos ayudará cuando más la necesitemos” (Hebreos 4:16; NTV).
¡En la Cuarta Palabra encontramos a JESÚS expresando sus méritos como nuestro Redentor! “Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne pero vivificado en espíritu” (1 Pedro 3:18; RV60).
El tomó nuestro lugar, ¡se hizo pecado por todos nosotros! Llevó en la cruz todo el peso del pecado y el castigo que nosotros merecemos, y, por lo tanto, el Padre Celestial no podía darle otro trato que el de pecador. Cercana la muerte física, cuando es más necesario sentir la paz, la felicidad y seguridad que da Dios, JESÚS no tiene la bendición de su comunión con el Padre, porque Dios escondió de Él su rostro, en medio de la oscuridad que produce el pecado del ser humano ante un Dios tres veces santo.
La sangre de Cristo era necesaria que fuese derramada para reconciliarnos con Dios: “Él mismo es el sacrificio que pagó por nuestros pecados, y no sólo los nuestros sino también los de todo el mundo” (1 Juan 2:2; NTV). “Y por medio de él, Dios reconcilió consigo todas las cosas. Hizo la paz con todo lo que existe en el cielo y en la tierra, por medio de la sangre de Cristo en la cruz” (Colosenses 1:20; NTV).
JESÚS fue desamparado circunstancialmente, y por unas horas, para hacer posible que Dios pudiera ampararnos a nosotros para siempre. ¡JESÚS compró para todos los que lo aceptan como Señor y Salvador un lugar en el cielo! Desde ese día, el trato de Dios con el pecador cambió, y ahora el ser humano, puede espiritualmente nacer de nuevo, y disfrutar de una nueva relación con Dios, en la cual lo hace hijo, y por ello, miembros de la familia de Dios: “Así que ahora ustedes, los gentiles, ya no son unos desconocidos ni extranjeros. Son ciudadanos junto con todo el pueblo santo de Dios. Son miembros de la familia de Dios” (Efesios 2:19; NTV).
El humano es un ser gregario y necesita la compañía de otros. La soledad es uno de los grandes sufrimientos y JESÚS tenía que experimentar la soledad total y el abandono del Padre. JESÚS sufrió una soledad total, para que nosotros no nos sintamos solos nunca más, así que, ¡teniéndolo a Él, lo tenemos todo! De hecho, mediante este acto tan cruel, de tanta angustia, la exclamación de JESÚS es también un grito de conquista y de triunfo.
Es un nuevo amanecer para todos los seres humanos. Aunque el mundo esté como está, a todos los redimidos por la sangre de JESÚS, nos espera un fabuloso mañana en la Nueva Jerusalén, donde moraremos para siempre con el SEÑOR JESÚS, porque debido a su humillación, ¡Dios hizo a JESÚS, SEÑOR!
Como lo dice un himno que se cantaba en las iglesias del primer siglo: Tengan la misma actitud que tuvo Cristo Jesús. Aunque era Dios, no consideró que el ser igual a Dios fuera algo a lo cual aferrarse. En cambio, renunció a sus privilegios divinos; adoptó la humilde posición de un esclavo y nació como un ser humano. Cuando apareció en forma de hombre, se humilló a sí mismo en obediencia a Dios y murió en una cruz como morían los criminales.
Por lo tanto, Dios lo elevó al lugar de máximo honor y le dio el nombre que está por encima de todos los demás nombres para que, ante el nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor para la gloria de Dios Padre (Filipenses 2:5-11; NTV). Esa fue la recompensa a JESÚS por haber obedecido al Padre, y entre aquella humillación por descender hasta nosotros, haber padecido por nosotros, una: Soledad total.
Oración: Amado Padre Celestial: Mi corazón se llena de gozo y mi alma se regocija en ti, gracias por darnos a JESÚS, ¡Qué grande es este Evangelio! Ayúdame a vivirlo y a predicarlo. En el nombre de tu Hijo amado, en quien tenemos redención de pecados. Amén
Perla de hoy: JESÚS, llevó en la cruz todas nuestras crisis, entre ellas, nuestra soledad total.