Mas Dios lo encaminó para bien

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EL EVANGELIO EN MARCHA

Mas Dios lo encaminó para bien

(Génesis 50:15-26) v. 20

Por: Rev. Julio Ruiz, Pastor

 

joseMENSAJES ACERCA DE JOSÉ

INTRODUCCIÓN: Estamos llegando ya a los últimos mensajes de esta singular serie acerca de José. La verdad es que esta historia no podía tener un mejor final. La manera cómo José aborda la dureza de sus hermanos solo puede ser comparada con Jesucristo, quien aun estando en la cruz trató a sus enemigos con bondad, diciendo: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Así, pues, la historia que comenzó con unos hermanos odiando, menospreciando y vendiendo a José, ahora vemos cómo el penúltimo hijo de Jacob termina otorgando un total perdón a aquellos que temen una represalia o venganza del hermano ofendido. La respuesta de José los calma, cuando le habla de lo que hoy conocemos como la voluntad permisiva de Dios, al decirles estas alentadoras palabras: “Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo” v. 20. Entre las cosas sorprendentes que nos revela este encuentro es ver a un José hablar con sus hermanos sin reclamos por las cosas pasadas, sin reproches por la injusticia cometida y sin rencor por lo que ellos hicieron cuando él apenas contaba con diecisiete años. José no presentó alguna lista de todas las ofensas hechas. No guardó odio en su corazón, aunque tenía sobradas razones para tenerlos. No tomó venganza de ellos, sino que dejó a Dios su causa, de quien se diría más adelante: “Mía es la venganza, yo pagaré dice el Señor”. Con semejante actitud José se convierte en una referencia obligada para todo creyente. Su vida sin falta hasta el final de sus días es una convocación para imitar su fe. Pero detrás de esta vida extraordinaria estaba Dios, quien no solo le guió hasta este momento de enfrentar a sus hermanos, sino que se revelaron las razones de por qué el Señor usó a sus propios hermanos para que al final Dios tornara todo para bien. Romanos 8:28 sigue vigencia. Hombres como José ya lo habían experimentado; y los que vivimos en esta generación seguimos viendo el cumplimiento de esta promesa. Sólo Dios puede transformar las malas intenciones de los hombres en cosas buenas. Veamos cómo lo hace.

 

  1. DIOS ENCAMINA TODO PARA BIEN A PESAR DE LA CONDUCTA DE LOS HOMBRES MALOS

 

  1. “Quizá nos aborrecerá José…” v. 15. La reacción de los hermanos de José es la típica de los chicos malos. Jacob, el padre que los unía ha muerto. Ahora los temores por la represalia se han desatado. Los pensamientos de los hombres que hacen el mal, cuando sus conciencias les acusa, no puede presagiar sino lo peor para sus vidas. Lo que ellos hicieron con su penúltimo hermano le daba sobradas razones para aborrecer su mala conducta. Ahora José se ha descubierto ante ellos y han quedado descubiertos ante José. Solo que mientras José luce transparente por su impecable conducta, ellos lucen reprochables y objetos de toda condena. Cuando están en presencia de su hermano, todavía tendrán que escuchar el lloro inconsolable del hermano que vendieron por veinte piezas de plata. Claro que el rostro de una conciencia culpable es lo que está ahora presente. Las palabras que ahora dicen son todas condenatorias: “… nos dará el pago de todo el mal que le hicimos”. La conciencia culpable por las cosas que se han hecho mal está siempre temerosa. Una de las consecuencias del pecado será siempre hacer sentir mal a sus víctimas, aun después de haber pasado tanto tiempo. Qué bueno que Dios si se olvida de ellos.

 

  1. “Te ruego que perdones ahora la maldad de tus hermanos…” v. 17ª. No sabemos si esta recomendación la inventaron los hijos de Jacob, por aquello de sus conciencias culpables, o en verdad fue una recomendación de su padre. Bueno, como quiera que haya sido ellos llegan con la petición mas importante en esos ansiosos momentos. Necesitaban con urgencia tener el perdón de su hermano. Así que la intervención del padre marcaria la diferencia en el perdón buscado, pues si alguien conocía bien la mala conducta de todos ellos era Jacob. Desde que el hombre se reconoce como un pecador, lo que mas anhela su alma es que sus pecados sean perdonados. No se puede vivir en paz mientras la culpa del pecado permanezca activa en nuestros corazones. Los hermanos de José necesitaban pasar la fea pagina de las ofensas contra su hermano. Y es que todo hombre, aun el peor de ellos, reclama en su ser interior la necesidad de ser perdonado.

 

  1. 3. “Henos aquí por siervos tuyos” v. 18. Los hombres que se postran y piden clemencia en este pasaje distan mucho de aquellos arrogantes y sin misericordia con los que José lidió en su juventud. Lo que se dijo de ellos en ese tiempo dibuja inequívocamente la conducta con la que actuaban: “Y viendo sus hermanos que su padre lo amaba más que a todos sus hermanos, le aborrecían, y no podían hablarle pacíficamente” (Gn. 37:4). Aborrecer a un hermano y hablarle siempre de una manera desproporcionada revela un carácter ausente de las mínimas virtudes con que las que debiera estar vestido un hijo de Dios. Pero la vida nos lleva a ciertas encrucijadas donde tenemos que doblegarnos y humillarnos. Cuando la maldad del corazón es puesta en evidencia, ya no se puede seguir manteniendo la misma conducta. Los hermanos de José ahora se ofrecen como sus siervos, como si de esta manera estuvieran pagando el mal hecho.

 

  1. DIOS ENCAMINA TODO PARA BIEN A TRAVÉS DE LA CONDUCTA DE LOS HOMBRES BUENOS

 

  1. “Y José lloro mientras hablaban” v. 17c. Cuan diferente son los pensamientos y el carácter de un hombre bueno que está gobernado por el Espíritu de Dios. El tal tiene un corazón ausente de rencor y de odio. Por supuesto que en esa galería aparece la nobleza de José. No hay muchos hombres que pueden llorar cuando están en presencia de alguien que ha hecho lo malo, aunque escuchen la confesión del ofensor. La dureza con la que muchas veces se actúa desdice mucho de un corazón realmente cristiano. Pero vea como reacciona José frente aquel que le ha hecho daño. La confesión de sus hermanos conmueve sus entrañas y sin vergüenza alguna prorrumpe en llanto que no solo presagia un perdón completo sino que delante de ellos haría una de las más grandes revelaciones que se conozcan en las Escrituras. José calma la angustia de sus hermanos al decirles: “No temáis; ¿acaso estoy yo en lugar de Dios?”. En efecto, José sabe que el único que puede hacer justicia delante de ellos es Dios. Los hombres auténticamente cristianos dejan que sea Dios que juzgue la ofensa. Nadie puede ocupar el lugar del Espíritu Santo.

 

  1. Palabras de consuelo para corazones duros v. 21. Hay tres cosas que se ponen de manifiesto en este consolador texto. Lo primero que José dice a sus hermanos es que no tengan miedo. Ellos vieron el poderío de su hermano menor. Están consiente que ahora están en las manos de José y el podía hacer con ellos lo que quisiera. Nada produce mas estrés que el ser invadidos por los temores. Pero estos hombres en lugar de escuchar una palabra de reproche sienten que sus temores son disipados. José calmo su angustia. Esto debiera ser lo que busca un corazón que sabe que ha ofendido. Nada trae más paz y gozo que escuchar de parte de Dios decirnos “no temas”. El otro asunto que trajo tranquilidad a sus perturbadas vidas es oír a su hermano decir: “… yo os sustentare a vosotros y a vuestros hijos”. Para nadie es un secreto la angustia que trae una situación económica. El hambre ya estaba haciendo su estrago en las familias, pero la familia de Jacob puede estar segura. El penúltimo hijo de Jacob fue escogido por Dios para suplir todo lo a ellos les hizo falta, pues el estaba allí para sostenerle. El texto también nos dice que José les consoló. Solo un hombre de Dios llena de bienes a quien le ha hecho mal. Esto es maravilloso.

 

III. DIOS ENCAMINA TODO PARA BIEN PARA QUE AL FINAL SEPAMOS CUÁN SEGURAS SON TODAS SUS PROMESAS

 

  1. Largura de días y felicidad familiar vv. 22, 23. La vida de los patriarcas se consideraba feliz si había una prolongación en sus años y si podían ver las generaciones de sus hijos. José fue uno de ellos. Así, pues, después de una larga, productiva y feliz vida, el tiempo de José llegó a su final. Ninguno como él para ver el fiel cumplimiento de las promesas divinas. El texto nos dice que José habitó en Egipto con toda su familia. Ninguno de ellos pereció de hambre, ni murió a temprana edad. Toda aquella familia fue preservada, pues la promesa que Dios hizo a Abraham seguía su fiel cumplimiento.
  2. Yo voy a morir; mas Dios ciertamente os visitará v. 24. Este es el punto central de toda esta historia. Con la muerte de José no se acaba todo. José escuchó seguramente la promesa que Dios le dio a su padre acerca de la gran nación que saldría de sus lomos. Ahora es el gran momento de recordarle a sus demás hermanos cuán cierta seguía siendo esa promesa. Hasta ahora Dios ha encaminado todo para bien pues esta será la más notable promesa que ellos deberían recordar. Muchos años atrás se le dijo Abraham que saliera de su tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición (Gn. 12.1, 2). La visitación que Dios haría con su pueblo incluía cuatrocientos años de vida en Egipto, pero después de eso, y ya siendo una gran nación, saldrían a la tierra prometida a Abraham muchos años atrás. Dios no cambia en lo absoluto sus promesas. Esto es una de las garantías que más debiera dominar nuestra mente y corazón cuando pasamos esos momentos de incertidumbre.

CONCLUSIÓN. No todos los sueños se cumplen. Un hombre le contaba a su amigo lo que le había sucedido el día anterior. “Me desperté”, le dijo, “a las cinco de la mañana con el recuerdo fresco de un sueño en la mente. El sueño había sido muy sencillo: consistía en un enorme número 5, hecho de oro y diamantes. Me levanté de inmediato. Me tomé una ducha de cinco minutos, y me puse el quinto traje que encontré en el armario. Tomé el autobús número 5 para ir al hipódromo y aposté $555 al quinto caballo que corría en la quinta carrera. Con ansias, me quedé esperando el final de la carrera.” “¿Qué pasó?” le preguntó su amigo. “¿Ganó tu caballo?” “no”, le respondió el primero, “quedó en quinto lugar”. Bueno, así son los sueños de los hombres, pero los sueños de José sí se cumplieron, pues no estaban basados en las adivinaciones humanas, sino en el producto de los designios divinos. Amados, lo que nunca debiera ponerse en duda en la vida cristiana es saber que el Señor trabaja con la finalidad que todo resulte para bien de nosotros cuando no le encontramos sentido a las cosas. Por lo tanto no dejemos que se apaguen nuestros sueños hasta ver su feliz cumplimiento. Amén.

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