El amor que debe ser odiado

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EL EVANGELIO EN MARCHA

El amor que debe ser odiado

(1 JUAN 2:15-17)

Por: Pastor Julio Ruiz

 

20150102 Turning AwayINTRODUCCIÓN: El presente título pareciera ser una contradicción, pero el apóstol Juan nos introduce en un tema donde no da lugar para amar lo que Dios odia; para apegarse a un sistema que cada vez se enrumba hacia una destrucción final. Pero, ¿cuál es ese mundo que no debe ser amado? ¿No nos dicen las Escrituras que Dios todo lo hizo hermoso en su tiempo? ¿No se deleita acaso nuestra mirada cuando vemos un hermoso amanecer o atardecer? ¿No pasa lo mismo cuando vemos las flores, los árboles, los animales y las variantes estaciones del año? Es obvio, pues, que Juan no habla del mundo creado por Dios sino del mundo creado por el diablo. De ese mundo él se auto nombró como “príncipe”, pues siempre quiso gobernar. Es ese mundo al que no debemos amar sino odiar. El cristiano nació para amar, pero ahora está delante de él lo que debe odiar. “No améis al mundo” es uno de los mandamientos del Nuevo Testamento. Está en la misma categoría de esos mandamientos negativos como: No adulterarás o no matarás. Y la verdad es que esto tiene mucho sentido pues si aguardamos un mundo donde va a imperar la justicia y la santidad, entonces debemos alejarnos de ese mundo de maldad. Un hombre le preguntó hace tiempo al Señor Moody lo siguiente: “Ahora que me he convertido, ¿tendré́ que dejar el mundo?”. El Señor Moody le contestó: – De ninguna manera, usted no tiene que dejar el mundo. Pero si su testimonio cristiano es bien claro, el mundo lo va a dejar a usted y muy pronto”. Mis hermanos esta es la verdad con la que Juan nos confronta hoy. Hay un amor que no debemos darle la bienvenida. Hay un amor que debe ser odiado, si me permiten esa manera de ver el texto. Así que vamos a considerar las razones por las que un creyente no debe amar al mundo.

 

  1. AL AMAR AL MUNDO QUEDAMOS FUERA DEL AMOR DEL PADRE

 

  1. “No améis al mundo…” v. 15a. Es probable que cuando Juan escribe a sus hermanos ya no había mucha persecución y eso podía abrir la puerta volver a regresar a donde habían salido. Cuando Juan exhortaba a sus hermanos, gran número de falsos maestros estaban enseñando doctrinas y prácticas muy distintas a las dejadas por los apóstoles a las iglesias del Señor. Juan no dudada que aquellos amadores de sí mismos estarían insinuando al pueblo redimido alguna tendencia para que ellos regresaran otra vez a Egipto. Así que el presente mandamiento está muy vigente. Hay una tendencia en el corazón de querer siempre regresar al mundo. El creyente lucha con muchas cosas que le distraen y lo alejan de Dios, de modo que es necesario volver una y otra vez a este mandamiento bíblico. Los israelitas salieron de Egipto, lo que sería su mundo de pecado y de idolatría, pero una vez puestos en libertad añoraban regresar cuando les faltaba la comida o la bebida. Jesús conocía esto por eso dijo “no os ruego que los quites del mundo sino que los guardes del mal”.

 

  1. “… y las cosas que están en el mundo…” v. 15b. Ya hemos dicho que Juan no está ordenando que odiemos al mundo creado por Dios. Salomón nos ha dicho que Dios lo hizo todo hermoso en su tiempo (Ecl. 3:11). Entonces “las cosas que están en el mundo” es una clara referencia al sistema espiritual invisible de maldad que es dominado por Satanás. Ese mundo invisible de maldad se le va a presentar al creyente todos los días para que desvíe su atención y lo ame. Satanás domina el arte de camuflaje y de la vestimenta. Bien sabe el enemigo que debe presentar al creyente su objetivo más deseado, el mejor atractivo para que él ame al mundo y las cosas que están en el.

 

  1. “… el amor del Padre no está en él” v. 15c. La declaración de este texto no da lugar a términos medios. No hay otro color entre blanco y negro, como gris por ejemplo, en el asunto de amar a Dios. No se puede amar a Dios y al mundo a la vez. Cada ser humano o bien es un cristiano genuino cuya vida es un apego es un amor profundo a Dios, o un no creyente que está en rebelión permanente porque su más grande amor se lo ha dedicado al mundo. Por lo que está a la vista, este texto es extremadamente serio. Una persona en quien no more el amor del Padre tiene que ser la persona más desdichada en la tierra. Solo imagínese por un momento lo que es no tener el amor del padre, la madre y hermanos. Pues si esto es triste, imagínese no tener el amor de Dios. El asunto es que Dios no comparte su amor con nadie. Si en mi corazón me he enamorado del mundo, y he hecho de él mi gran amor, debo saber que no puedo contar con el amor de Dios. Jesucristo lo dijo de una manera categórica al referirse que no podemos servir a dos señores. El amor del Padre no es compartido con nadie.

 

  1. AL AMAR AL MUNDO DESCUBRIMOS NUESTROS MALOS DESEOS

 

  1. El mundo y los deseos de la carne v. 16ª. Juan reconoce que los creyentes iban a estar expuestos a los deseos de este mundo. ¿Cuáles son esos deseos? Hay deseos de sobresalir por encima de los demás. Vea esto en una escuela, en el trabajo, y, peor aun, en la iglesia. Lamentablemente la iglesia es la que más está expuesta al amor del mundo. Todo creyente está propenso al amor del mundo. Una sola mirada a sus ofertas tentadoras y ya comenzamos a enamorarnos de él y después a amarlo. Aquí es donde trabaja primero “los deseos de la carne”. Hay que decir de una vez que estos deseos de la carne van más allá de los pecados de la carne que casi siempre se asocian con los pecados sexuales. Aquí hay una referencia a las ambiciones mundanas y los objetivos egoístas. Los deseos de la carne lo único que hacen es medir las cosas bajo el barómetro de las cosas materiales. Los deseos de la carne contribuyen a la glotonería, a buscar siempre el lujo, a hacerse esclavo del placer, ser codiciosos y relajarse en lo moral. Quien esto hace no puede amar a Dios.

 

  1. El mundo y los deseos de los ojos v. 16b. Todos coincidimos que no hay cosa más grata al ser humano que contar con una vista sana. Siempre nos imaginamos de lo que se pierde una persona ciega cuando no puede distinguir los colores y la belleza de lo creado. Aunque para sorpresa de muchos, hay “ciegos” que llegan a ver mejor que los que tenemos buena vista. El asunto es que los ojos son las puertas que nos comunican con el mundo externo. Es lo que nos permite distinguir entre lo bello y lo feo, entre blanco y negro, entre lo grande y lo pequeño. Pero los ojos, según la visión del apóstol, también son causa de pecado, sobre todo cuando ellos despiertan en nosotros la codicia de las cosas prohibidas. El asunto es que Satanás usará siempre nuestros ojos como avenidas estratégicas para inducirnos a pecar. Mire lo que hizo con Eva al tomar del fruto prohibido. Mire lo que hizo Acán cuando tomó el lingote de oro y un manto babilónico. Mire lo que hizo con David al tomar la mujer prohibida. Aun más, mire lo que quiso hacer con Jesús al mostrarle los reinos del mundo. Los deseos de los ojos mirarán siempre lo codiciable, pero el resultado es muerte espiritual.

 

  1. El mundo y la vana gloria v. 16c. Hay una gloria que es hermosa, espiritual y eterna; estamos hablando de la gloria de Dios. El creyente nació para esa gloria y debe proclamar esa gloria. Pero la gloria personal, aquella donde hay hombres casados con el mundo, que la viven y la disfrutan, no puede ser de un creyente. “La vana gloria” es todo aquello que apela a la jactancia, arrogancia, orgullo o soberbia. Hay en esto una contemplación de los logros personales de los que el hombre vanidoso no escapa y en los cuales también los creyentes le siguen el juego a Satanás. Hay que saber que quien esto ama no podrá ser amado por Dios. La única gloria que el creyente debe amar es la gloria de Dios. Cuando amamos la gloria de Dios nos alejamos de la vana gloria del mundo.

 

III. AL AMAR AL MUNDO ESFRENTAMOS LA VOLUNTAD DE DIOS

 

  1. El mundo y sus deseos pasan v. 17. No podía ser de otra manera. Muy pronto el diablo con su reinado perderá su poder y su control, porque tiene fecha de duración. El pecado con su dominio dejará de existir. La perversidad de los poderes invisibles que controlan y dirigen la maldad pasarán. Los deseos de la carne y de los ojos pasarán. Así que una poderosa razón por la que el creyente no debe amar al mundo es porque el mundo pasará.

 

  1. La voluntad de Dios permanece v. 17b. La voluntad del hombre siempre será variable y sujeta a los cambios de ánimo de cada día. Hay una voluntad que no permanece porque está sujeta a mis sentimientos y a mis circunstancias. Así que el mundo te presenta un goce temporal, sin embargo la voluntad de Dios te presenta un goce permanente, aun en medio de las pruebas. Amar el mundo es hacer la voluntad de aquel que lo controla con sus ofertas y placeres. Pero hacer la voluntad de Dios es vivir bajo la dirección divina, la que más seguridad nos pueda dar.

 

CONCLUSIÓN: Si alguien enfrentó al mundo con su príncipe y sus deseos fue Jesús. Desde el mismo comienzo de su ministerio Satanás le presentó las tres ofertas que involucraba los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida. Satanás sabía que después de cuarenta días de ayuno Jesús tendría hambre así que lo primero que apela es a los deseos de la carne (Mt. 4:3, 4). Pero Jesús responde a esa tentación diciendo que no solo de pan vivirá el hombre (Dt. 8:3). La próxima tentación tendrá que ver con la vana gloria de la vida o el orgullo de la vida. Satanás sabe muy bien como explotar esto que le gusta tanto a los hombres, usar el poder para la grandeza propia (Sal. 91:11, 12). Por último apela al deseo de los ojos para que mirara los reinos del mundo y los tomara, pero con la condición que le adorara postrado delante de el. Al final Jesús reprendió a Satanás para que se fuera. Jesús sabe que hay un solo ser que debe ser adorado. “No améis a mundo”, es el mandamiento de hoy. Si amamos al mundo según estas tentaciones que el diablo presenta, el amor de Dios no puede estar en nosotros. En la medida que amamos a Dios ya no habrá oportunidad para que el amor del mundo ocupe su lugar. Dios no comparte su amor.

 

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