EL EVANGELIO EN MARCHA
La pregunta decisiva
(ROMANOS 10:8-15)
“¿CÓMO, PUES, INVOCARÁN A AQUEL EN EL CUAL NO HAN CREÍDO?”
Por: Rev. Julio Ruiz, Pastor
INTRODUCCIÓN: ¿Desde cuándo no invoca el nombre del Señor? La invocación del nombre del Señor está asociada con la idea de adorarlo, respetarlo, reverenciarlo y reconocerlo para todo lo que hagamos. Por supuesto que la Biblia advierte una y otra vez sobre el cuidado de no tomar el nombre de Dios en vano. En el contexto de los diez mandamientos se nos deja claro que la santidad del nombre de Dios demanda que no sea tomado en vano. Esta advertencia claramente se dio cuando Israel cambió la gloria del nombre de Dios y comenzó a invocar a otro dios en la forma de un becerro, diciendo que esos dioses les llevarían a la tierra prometida. Invocar el nombre de Dios es definitivamente una práctica audible. La idea de invocar en la Biblia es clamar y la palabra griega significa invocar a una persona, llamarla por nombre. ¿Cómo surgió la práctica de invocar el nombre de Dios? Es posible que le sorprenda saber que Génesis 4:26 nos dice que la práctica de invocar el nombre del Señor comenzó hace mucho tiempo con Enos, nieto de Adán, la tercera generación de la humanidad. Así dice: “Y a Set también le nació un hijo, y llamó su nombre Enós. En aquel tiempo los hombres comenzaron a invocar el nombre de Jehová”. Pero, ¿por qué los hombres comenzaron a invocar el nombre de Dios? Curiosamente el nombre “Enos” significa hombre mortal y frágil. ¿Sería por esto que el hombre al darse cuenta que era frágil y sin Dios entendió la necesidad de invocar el nombre de Dios para que lo amparara? Bueno, como quiera que haya sido, invocar a Dios debe ser el asunto más importante en la vida del hombre porque de eso depende su destino eterno. Qué revela esta pregunta.
- ESTA PREGUNTA DEBE DESPERTAR EL MÁS GRANDE ANHELO DE UN ALMA SALVADA
- El anhelo del corazón v. 1 ¿Cuál es el anhelo de todo comerciante? Pues que la gente consuma lo que produce. ¿Cuál es el anhelo que tiene el mundo por los hombres? Que goce de todos sus ofertas temporales. ¿Cuál es el anhelo que tiene el deseo de la carne? Que el hombre disfrute de todos sus placeres seductores. ¿Cuál es el anhelo que tiene Satanás por el hombre? Que viva engañado hasta arrastrarlo a su morada eterna. ¿Hay en esto algún anhelo por la salvación? ¡Ninguno! Solo un hombre que ha sido tocado por el poder de Cristo tendrá un anhelo por la real salvación de otros. Eso fue lo que Pablo experimentó cuando comentó: “Hermanos, ciertamente el anhelo de mi corazón… es para salvación” v. 1. Damos por sentado que el único que tiene un fuerte anhelo por la salvación del hombre es Dios y el que ha sido salvo por él. Esta fue la experiencia de Pablo y debe ser la nuestra. Si nuestro corazón no anhela la salvación del perdido, necesita con urgencia ser despertado hacia esa compasión. Si no tenemos este anhelo muchos seguirán sin esperanza.
- La importancia de la oración v.1b. Pablo fue un hombre marcado por la pasión por su propia gente. La pasión que tenía, siendo uno de los más fuertes adversarios del evangelio en sus comienzos, fue cambiada por la pasión por Jesucristo. El Cristo que odiaba y rechazaba ahora es el Cristo al que le ha dedicado toda su vida. De esa manera la pasión que tenía por el Señor lo llevaba también a la pasión por el perdido. Él conocía del amor que tuvo Cristo por su pueblo Israel. Había oído cómo Cristo lloró por Jerusalén antes de entregar su vida por ellos y el mundo entero. Pablo sabía que Jesús era “amigo de pecadores y publicanos”. Y por la entrega de su Maestro, él también había determinado ofrendar su vida por todos, lo cual hizo hasta su muerte. De allí que su oración principal era para la salvación de su pueblo. Mis hermanos ningún ministerio de alcanzar al perdido prevalecerá sino no ponemos a ese hombre y a esa mujer sin Cristo delante del trono de su gracia salvadora. Nuestra oración debe dejar de ser “egoísta”, que piensa solo en sí misma, para pensar en aquellos que no conocen al salvador.
- ESTA PREGUNTA NOS PRESENTA LAS CONDICIONES PARA LA SALVACIÓN DEL PERDIDO
- La gente necesita invocar el nombre de Cristo v. 13. La gente de nuestro tiempo está invocando muchos poderes que le dan cierta “seguridad y prestigio”. Algunos van desde los poderes del universo, sobre todo aquellos como la astrología, la naturaleza, las llamadas meditaciones trascendentes… hasta la invocación de los poderes del mal. El hombre ha mantenido un culto para la invocación de algo. Pero la Biblia nos dice que lo único que el hombre debe invocar para ser salvo es el “nombre del Señor”. ¿Por qué? “Porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hch. 4:12). Los demás “nombres” no salvan.
- La gente necesita creer en el nombre de Cristo v. 11. La estrategia del enemigo sigue siendo la misma: presentar cualquier cosa en la que se pueda creer con el fin de apartar a los incautos de la verdadera fe. Así que no es extraño que la gente siga creyendo en los astros, la Nueva Era, todo tipo de religiones orientales, en el mantra, en las cartas, en los brujos, y en los nuevos “mesías” encarnados en la vida, incluso, de muchos gobernantes de nuestros países. Pero la Biblia nos convoca a poner la fe en el único Dios, nuestro Señor Jesucristo, para ser salvos. ¿Por qué en Jesucristo y no en otro? Porque él mismo ha declarado ser: “El camino, y la verdad, y la vida” (Jn. 14:6). Dios no ha dejado otra manera con la que se pueda venir a él. Estamos perdidos sin él. Además el texto nos afirma desde el Antiguo Testamento esta seguridad. Nadie que crea en él será avergonzado (Sal. 25:3). En todo caso la persona que será avergonzada es la que no cree en él y lo rechaza. Es mejor creer en él ahora y no estar delante del juicio del gran trono blanco escuchando la sentencia eterna. Hay un solo nombre que deber invocado.
- La gente necesita confesar el nombre del Cristo v. 9. Este es el asunto de mayor relevancia en “la palabra de fe que predicamos”. Este texto tiene algo muy revelador. Aun cuando es cierto que primero hay que creer en el corazón, es con la boca que se confiesa para salvación. Uno puede sentir algo, creerlo, pero hasta que no lo dice y lo afirma nadie lo podrá saber. Es la experiencia que se tiene cuando uno se enamora. Bien pudiera ser que esa chica le robe el corazón a uno; y hasta sueña y anhela a esa persona, pero no es sino cuando se rompe con el miedo y el temor al rechazo, confesándole nuestro amor, que uno llega a escuchar de la otra parte: “Si te acepto”. La confesión es declarar con nuestros labios el amor que tengo por mi Señor. Fue la confesión más antigua y la que se exponía a una muerte segura, pues el único “Señor” que se reconocía para esos tiempos era el emperador romano. La garantía que tenemos todos los que confesamos aquí a Cristo es que un día él también nos confesará delante de su Padre. Pero si no lo hacemos, entonces él nos negará delante de su Padre.
III. ESTA PREGUNTA NOS REVELA LA URGENCIA DE RESPONDER A LAS DEMANDAS DE SALVACIÓN
- La pregunta de quien todavía no han creído v. 14ª. La gente está invocando toda suerte de representaciones, pero están ignorando al Dios verdadero. Cuando Pablo visitó en Atenas a los filósofos epicúreos descubrió que ellos tenían una inscripción que decía: “AL DIOS NO CONOCIDO”. Y ellos adoraban otras cosas pensando que lo hacían a ese Dios; de esta manera Pablo aprovechó la ocasión para decirles que a ese “Dios no conocido” era el que él les traía a través del evangelio.
- La pregunta de quien todavía no han oído v. 14b. No podemos pretender que la gente crea sin que primero haya escuchado. Una de las oraciones que con frecuencia hacemos es: “Señor salva al perdido”. Pero el perdido no se salvará hasta que escuche con claridad cuál es el mensaje. En este mismo texto el apóstol dice: “Así que la fe es por el oír, y el oír, la palabra de Dios” v. 17. El asunto que despierta la fe en una persona es cuando oye una palabra de esperanza, de cambio, de amor y de aceptación. Nadie será tan malo para rehusar una palabra sazonada cuya meta es levantar, restaurar y dignificar en lugar de aquellas cuyo propósito sería de criticar, juzgar y condenar. Para creer hay que oír. Hay que despertar la comezón de oír. Una de las grandes barreras con la que se enfrenta la evangelización que urge ser quebrantada es que la gente finalmente escuche la palabra de Dios. Pero hay un pánico al pensar que no nos oirán cuando le hablemos, sin embargo la pregunta es ¿cómo escucharán sin haber oído? Yo quiero pensar de este texto que el Espíritu Santo ya ha preparado corazones para que oigan la palabra de Dios.
- La pregunta de quién responde a ir v.14c. “¿Y cómo oirán sin saber quien les predique?” es la pregunta que tiene que llegar muy dentro de cada creyente. ¿Nos podemos imaginar cuánta gente no ha sido todavía alcanzada por el evangelio? Pero aun más, ¿sabemos nosotros cuánta gente está muriendo sin haber oído de Cristo? La pasión más grande de un creyente tiene que ser por la salvación del perdido. ¿Quién le predica al hombre en su soledad, al joven desorientado, al adolescente deprimido y sin esperanza, a la mujer que vende su cuerpo para sostenerse, al que purga una condena por sus hechos, a la pareja que está a punto de separarse, al profesional que no encuentra respuesta en lo que hace, al empresario a quien sus riquezas no le satisfacen? En fin, ¿quién irá a ellos?
CONCLUSIÓN: La “palabra de fe que predicamos” requiere de mensajeros. La última pregunta que hace es: “¿Y cómo predicarán sino fueren enviados?”. La orden ha sido dada: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones…”. Y el poder también ha sido dado: “Pero recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos…”. ¿Cómo son vistos todos aquellos que llevan las nuevas de la salvación? “Como está escrito: ¡Cuan hermoso son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!” v, 15.
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