ALGO MÁS QUE PALABRAS
Que nadie nos robe la vida
Por: Víctor Corcoba Herrero/ Escritor (corcoba@telefonica.net)
Me opongo a dejarme robar la vida. Ella es mi sueño, mi esperanza, mi razón de ser, la comprensión de lo que soy, la autenticidad misma de un caminante con deseos de abrazar horizontes armónicos. Es una lástima, por tanto, que en todo el mundo proliferen los mercaderes de espíritus. Reivindico la poesía como aliento ante tantos acosos y ahogos existenciales. Todo se condensa en el verso y la palabra, adquiere sentido e imprime orientación. Es lo que pienso, porque uno reflexiona sobre sí mismo, y sobre la realidad que lo circunda.
Sinceramente creo que la situación es la que es y que es la única verdad. No son estadísticas, son corazones andantes. Multitud de víctimas son engañadas y sometidas a sumisión con la falsa promesa de un trabajo decente. Un montón de niños y de jóvenes se les impide recibir una educación y se les frustra de un porvenir que les pertenece. No hay familia, escuela, organización, ejército, gobierno, que esté libre del problema de la explotación y el abuso sexual. Las redes delictivas castigan fuerte y se aprovechan de los estados de derecho débiles y de la falta de cooperación internacional. La humanidad, en su conjunto, ante estos desventurados hechos que crecen en cualquier esquina del planeta, debería tomar conciencia de actuar de común acuerdo en nombre de la justicia y de la dignidad para todos.
Para desgracia nuestra todo lo estamos disgregando, con el creciente peligro que representa un individualismo delirante que desvirtúa los vínculos familiares, las estructuras sociales en su vida afectiva y familiar, la falta de colaboración de unos para con otros. No ver más allá de nuestros propios intereses es también una manera de fenecer. Necesitamos poner, naturalmente, más vida en nuestras vidas, más coraje, más nervio a la hora de alegrarse con los demás, de conciliar posturas, de reconciliar lenguajes. El dominante egoísmo nos impide compartir nada, cuando en realidad vivir es donarse, comprender, entender y atender a quien nos pide ayuda. Qué lejos ha quedado para algunos moradores aquello de la buena vecindad, en la que todos nos socorríamos mutuamente en las pequeñas cosas cotidianas.
La vida es de cada uno de nosotros y hemos de protegerla como tal. Me preocupa, en consecuencia, el incremento de casos condenados a la pena capital. Vivir y dejar vivir es lo único verdaderamente importante y trascendente en nuestro transitar. Resulta intolerable, asimismo, esas abundantes riadas de menosprecios y violaciones de humanas energías, sobre todo si son débiles y marginadas. Uno tiene derecho, por dignidad propia, a ser dueño de sí mismo; y, la sociedad, en todo caso, ha de obligarse a hacer más llevadera la existencia a todos, sin excepción alguna. Causa verdadera tristeza, que la trata de personas sea el tercer negocio ilícito más rentable para el crimen organizado, después del tráfico de estupefacientes y el tráfico de armas, según la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODOC). Esto debería hacernos recapacitar para poner fin a este gravísimo delito, cuando menos acelerando un desarrollo mínimo vital para todos.
Tampoco ninguna vida merece ser corrompida por ideologías extremistas. Los sembradores del terror son auténticos criminales. Desean quitarnos la vida a cualquier precio. Sus hazañas nacen del odio. Son destructores de existencias. Hay que contrarrestar esta estúpida atracción. Las venganzas no son buenas para nadie. “Antes de empezar un viaje de venganza cava dos tumbas”, decía en su tiempo el inolvidable filósofo chino, Confucio. Es un callejón sin salida. Ello entrañe, tal vez, una apuesta más decidida por difundir los valores de la vida, que al fin y al cabo está repleta de aspiraciones, el principal caminar unidos. De ahí, la necesidad de protección de los derechos humanos y el estado de derecho, que debe velar por toda vida, por insignificante que nos parezca. Nuestra existencia nos pertenece porque sí. Así de claro y así de hondo, de tal suerte que camine por el camino que uno quiera tomar; o sea, con el dominio absoluto de sí mismo y el intacto respeto a la vida de su semejante.