EL EVANGELIO EN MARCHA
El desierto de la libertad
(SALMO 78:12-53)
Por: Rev. Julio Ruiz, Pastor
INTRODUCCIÓN: ¿Se ha preguntado cómo es eso de vivir en la esclavitud con abundancia y luego ser libre para vivir en escasez? ¿Le parece lógico eso? Israel tenía una provisión de lo esencial. Su queja no era de la comida o agua, sino del castigo al que eran sometidos. Así que tenían abundancia de comida y agua, por lo tanto, y a pesar de estar esclavos pensaron que allí vivían mejor. Pero en medio de la supuesta “comodidad” ellos sabían que las cosas no estaban del todo bien. Había un clamor que se escuchaba por todas parte, y ya Dios lo había escuchado (Ex. 3). El grito de libertad retumbaba. Cuando ellos cruzaron el mar rojo, ese grito unido a su gozo se hizo presente. Pero ¿qué pasó después de aquella euforia con los aplausos del pueblo libre? ¿Entraron a la tierra prometida de una vez? ¡No! La verdad es que de las playas del Mar Rojo fueron al corazón mismo del desierto. ¡Qué desilusión para algunos! Esperar más de cuatrocientos años para ser libres y luego echar a toda una nación al desierto. Qué clase de libertad sería esa. Mis hermanos, el desierto no tiene ningún atractivo. Imagínese toda la escena. Israel estaba acostumbrado a los grandes edificios egipcios, al bullicio de la ciudad, a su comercio, a ver gente venir de todas partes. Ellos estaban familiarizados con una vida social a la que sus hijos se acostumbraron. Si bien es cierto que vivían en Egipto como una nación separada, ellos tuvieron la cultura de esa gran nación. La tierra de Egipto, y sobre todo la de Gocén donde se supone que llegaron sus primeros padres, era exuberante para el cultivo, la agricultura y la ganadería. Pero ahora están en un lugar sombrío, sin vida y caliente. ¿Por qué pasar por esta experiencia en la vida cristiana? ¿Por qué ir al desierto primero? Bueno, de eso se trata el mensaje de hoy. Veamos ahora como la tipología del Peregrinar en el Desierto nos revela el maravilloso esquema de redención que se deja ver completamente en las doctrinas del Nuevo Testamento. Veamos la obra de Dios en el desierto de la libertad.
- EN EL DESIERTO DE LA LIBERTAD DIOS PERMITE LAS PRUEBAS QUE DEFINEN EL CARÁCTER
- La dura vida del desierto (Dt. 8:2). Mis amados hermanos hay un principio que corre por todas las Escrituras y es que jamás habrá una tierra prometida si primero no hay un desierto que nos lleve a ella. Esta verdad nos lleva a definir lo que significa el desierto para un hijo de Dios. El desierto es un instrumento que Dios usa para purificar el alma y el espíritu. Es lo que más adelante se definió como la fe probada. Fue Pedro quien habló de poseer una fe mucho más preciosa que el oro que al ser probada es hallada en alabanza, gloria y honor (1 Pe. 1:7). La vida dura del desierto nos prepara para la vida próspera de Canaán. No se sorprenda si está en su desierto, Dios le puso libre allí porque lo está preparando para cosas más grandes. Israel se ilusionó con la tierra que “fluye leche y miel”. Pero cuando pensó que podían llegar allá inmediatamente, duraron cuarenta años el desierto ¡qué tremenda desilusión tuvieron! Pero así es la vida cristiana. Observe esto, Cristo duró cuarenta días en el desierto tipificando los cuarenta años de aquella prueba, pero de allí salió para conquistar el mundo. Para eso sirve el desierto.
- El hombre nuevo del desierto (Is. 35:1, 2). Pero el desierto no siempre es sinónimo de lo seco, de la soledad o de algo sin vida. La profecía de Isaías habla de la vida que surge del desierto donde el gozo, el florecer y el canto aparecerán para contrarrestar aquella vida dura dejada atrás. El desierto formará siempre a un hombre nuevo. El Israel verdadero no nació en Egipto sino que surgió del desierto. No fue del Mar Rojo sino el cruce del Jordán lo que selló la primera etapa de su historia. Sin embargo, el recuerdo para ellos quedó grabado para siempre y su nueva vida surgió del desierto. Considere que toda la generación que salió de Egipto murió en el Éxodo, incluyendo a Moisés y Aarón. La tierra prometida fue conquistada por Josué; Josué es un tipo de Cristo. Él fue el único que triunfó en el desierto y llevó a Israel a su libertad. Cristo superando toda prueba, consumada en su muerte, ha abierto las puertas a la auténtica tierra prometida. Juan el Bautista surgió del desierto y allanó el camino del libertador. Así como el desierto dio un nuevo Israel conquistando la tierra prometida, así también el creyente surge del desierto con Cristo para conquistar la verdadera tierra prometida (Hch. 14:22).
- EN EL DESIERTO DE LA LIBERTAD DIOS ESCUCHA LAS QUEJAS DE LA INGRATITUD
- La queja de la inconformidad (Nm. 21:5). De todos los seres que Dios creó hubo dos que nacieron con la capacidad de pensar y razonar: los ángeles y el hombre. Pero irónicamente ellos fueron los que no estuvieron conformes con lo que eran y lo que tenían. Uno de aquellos ángeles quiso ser igual a Dios y el hombre quiso saber lo mismo que Dios sabía. Desde entonces el hombre ha sido una larga letanía de quejas y reproches. Esta fue la experiencia de los israelitas en el desierto pues desafiaron a Dios con sus quejas. Comían un maná maravilloso caído del cielo y se quejaban de que siempre tenía el mismo sabor, y de que era un pan sin cuerpo. Ellos querían algo para agarrar como una presa de carne, por ejemplo. Así que decir que estaban fastidiados con el pan del cielo era una gran afrenta. Ninguna queja es buena, pero hacerlo contra Dios tiene consecuencias graves.
III. EN EL DESIERTO DE LA LIBERTAD DIOS PELEA NUESTRAS INESPERADAS BATALLAS
- Algunas batallas Dios no las pelea (Nm. 14:42-45). Así como lo oye. Lo fue ayer y lo es hoy. Dios jamás premiará la desobediencia. La rebelión contra él tiene una sola consecuencia: derrota en lo que se haga. Hay un asunto que debemos analizar como hijos de Dios y es pretender hacer la voluntad de Dios, haciendo la nuestra. Es desear que Dios nos bendiga en aquello donde ya Dios dijo que no. Es pretender ir a la batalla amparados en nuestras fuerzas y creyendo que Dios también nos acompañe. Todo esto se llama pretensión, arrogancia y orgullo. Este pasaje nos ilustra eso. Los israelitas habían visto el castigo ejemplar que Dios trajo a los diez espías que desanimaron al pueblo con el informe negativo de poder conquistar la tierra prometida. Pero un grupo de ellos creyendo que podían ir solos, y enfrentar a los amalecitas, fueron advertidos de una eventual derrota (vv. 42-45) lo cual en efecto sucedió. El mayor de los peligros cristianos es pretender enfrentar las batallas espirituales dependiendo de nuestras habilidades, conocimientos y fuerza. Jesús dijo que separados de él nada podemos hacer (Jn. 15:5).
- Dios no olvida lo que hacen tus enemigos (Dt. 25:18, 19). Israel no escapó a los enemigos antes y después del cruce del Mar Rojo. Entre esos enemigos aparecen Amalec y Moab. Irónicamente las naciones que permanecieron más cerca de Israel por algún parentesco fueron sus enemigos más crueles. ¿Nos parece familiar esto? En algunas ocasiones los más fuertes enemigos del creyente no son lejanos sino los que pueden estar cerca de él. Las batallas del desierto que enfrentó Israel revelan el combate que deben pelear los cristianos camino a la tierra prometida. En la tipología de esto podemos afirmar que hay enemigos exteriores e interiores que buscan reinar y gobernar nuestras vidas. En esto podemos observar que los enemigos más peligrosos no son tanto los que están por allí camuflajados para atacarnos repentinamente, sino los que yacen en nuestros corazones, sobre todo los que combaten entre la carne y el espíritu, como los “amalec y moab” que nos acompañan para derrotarnos siempre. Pero así como Dios le dijo a Israel que borraría la memoria de Amalec, lo hará también con todo nuestros enemigos.
- EN EL DESIERTO DE LA LIBERTAD LA PRESENCIA DIVINA ES UNA PROTECCIÓN CONSTANTE
- Así tenemos la bondad de su protección (Sal. 78:14). Una cosa quedó clara cuando Israel llegó al desierto de la libertad y eso fue que la promesa de la presencia de Dios no les dejó. Es cierto que en varias ocasiones estuvo amenazada por la rebelión de ellos, pero la siempre oportuna intervención de Moisés, como si fuera el intermediario entre Dios y los hombres, hizo posible que Dios jamás se apartara de ellos. Y es aquí donde surge la columna de fuego durante la noche y en la nube de día. Yo quiero pensar que aquella nube de su presencia servía para apaciguar el calor del día y para calentar las noches frías del desierto. Eso se llama bondad divina. Pero también aquella nube era el más claro símbolo de protección contra cualquier enemigo que osara atacarles. Mis amados he aquí una de las promesas más reconfortantes para el creyente. Dios jamás nos sacará a nuestro propio desierto sin asegurarnos que también será “nube” para aquellos días cuando el sol de las pruebas se haga más caliente y también cuando llegue el intenso frío para cobijarnos hasta que llegue la hermosa primavera. Así es su bondad.
- Así tenemos la provisión de su sustento (Sal. 78:16, 23-29). El peregrinar en el desierto enfatiza el amor de Dios y su preocupación por el bienestar de su pueblo. Dios aparece en el desierto como el pastor de Israel que lo guió como ovejas, y si bien es cierto que las condiciones fueron duras y adversas, les hizo estar en “lugares de delicados pastos”. Cuando tuvieron hambre les proveyó el maná y este nunca cesó sino hasta que llegaron a la tierra prometida (Js. 5:12). Y el maná siendo un tipo de Cristo (Jn. 6:31-59) se constituye en nuestro sustento diario hasta que lleguemos a nuestra tierra prometida. Pero además del hambre, el pueblo tuvo sed y fue la misma queja. Dios también proveyó para ellos agua (Sal. 76:15, 16). Israel calmó su sed con abundancia de agua porque Dios es siempre el Dios de la abundancia.
CONCLUSIÓN: Hemos hablado del “Desierto de la Libertad”. ¿Cuál es su desierto mi hermano? ¿Será alguno la soledad, una enfermedad, escasez, de impotencia, o de significado? ¿Qué tan grande son sus pruebas, son frecuentes sus quejas, son muchos sus enemigos, no ve las provisiones divinas? Mis hermanos, si Israel pasó cuarenta años en el desierto errantes de un lugar a otro, si Jesús pasó cuarenta días en el desierto de donde salió triunfante, debemos saber que si pasamos por allí no estaremos solos y al final del desierto hay una tierra prometida. Y mientras pasa su desierto recuerde que al final no será una prueba que no se pueda superar. El desierto también tiene su encanto (Is.35). Un día reinaremos con Cristo después de haber salido de nuestro desierto y entonces aquel será el tiempo para que toda soledad y escasez no exista más. El Señor lo llenará todo.
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