El sabor de la derrota

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OPINION

El sabor de la derrota

 

Por: José Manuel Ortiz Benítez

 

“El 33% de todos los votantes registrados en este precinto son de origen hispano, lo que lo convierte en el mayor bloque de votantes hispanos de todo el estado” tiene que venir a ayudar, Ana Sol Gutiérrez, diputada salvadoreña en el estado de Maryland, me había convencido a participar el martes 8 de noviembre de la fiesta electoral, formando parte de una mesa demócrata a pie de urna en uno de sus precintos favoritos, el 04-30 del Condado de Montgomery (Maryland), uno de los condados más prósperos de Estados Unidos.

“No me gusta cómo estás conduciendo tu campaña aquí fuera de las urnas” me escupió una señora blanca, en sus cincuenta, con cara de amargada, sobre las 7:30 am, antes de la hora pico de la votación.

Minutos más tarde, sobre las 8:00 am, apareció otro seguidor de Donald Trump, un hombre blanco en sus cuarenta, en chancletas y chaqueta gris. “No me gusta las cosas que estás diciendo aquí de mi partido” me dijo como perdonándome la vida, mientras merodeaba como animal herido en la zona de la mesa demócrata instalada a dos metros de distancia de la línea que prohíbe la publicidad partidaria.

“Get out of here. Go home” rugió el hombre después de tumbar al suelo con un manotazo el cartel azul de Hillary Clinton y Tim Kaine que estaba apuntalado con cinta adhesiva sobre la mesa.

Cuando la policía llegó a la mesa demócrata del precinto 04-30, el hombre en chancletas, ya se había ido. La patrulla estacionada al lado de la mesa demócrata, con dos agentes dentro, permaneció con la sirena encendida, durante hora y media, a las 9:30 am desapareció. No hubo más visitas de gente extraña esa mañana a la mesa demócrata.

Javier, voluntario demócrata de Ecuador, llegó a ayudar en la mesa, a las 10:00 am. Gretchen, del equipo del candidato Jamie Raskins, llegó a las 11:40 am, Kimberly, estudiante de enfermería, a las 2:00 pm, Nena y Nancy de El Salvador llegaron a las 3:00 pm.

A las 11:00 am, salió la primera lectura oficial sobre la participación del precinto. Total votos emitidos 427,294 demócratas y solo 58 republicanos. La ventaja inicial era de 4 a 1.

La mesa demócrata se congratulaba de la alta participación, tres veces mayor que la anterior, y de la enorme distancia que ponía Clinton sobre Trump. “Va a ser una gran arrastrada” resumimos todos en la mesa.

A las 4:00 pm salió la segunda lectura: total votos emitidos 794,595 demócratas y 102 republicanos. La ventaja de Clinton sobre Trump se abultaba a 6 sobre 1, en nuestro diminuto precinto.

Las caras de los votantes demócratas que se acercaban a la mesa derramaban la misma intensidad de optimismo, alegría y diversidad. “Vamos a ganar” gritaban a la mesa, alegres, contentos, seguros, en diferentes acentos.

Fue una fiesta cívica de todas las razas imaginables del mundo, chinos, indonesios, polacos, japoneses, armenios, australianos, africanos, daneses, latinoamericanos, una larga cola de gente de todos los colores y formas que adopta la raza humana.

Sobre las 5 pm, un hombre de descendencia irlandesa llegó y preguntó si había comida y bebida para celebrar en la mesa. “Ohh, yeah, estábamos pensando en eso” le respondimos desde el otro lado de la mesa.

El irlandés se fue y media hora más tarde reapareció delante de la mesa con una canasta llena de comida y bebidas. “Ustedes se lo merecen” repitió por segunda vez, sonriente lleno de confianza y seguridad en el gane de Hillary Clinton.

Entrados más allá de la media noche, con en el conteo demócrata atascado y la irrupción de puntos rojos extendiéndose aún más por todo el mapa de EE.UU. el candidato republicano Donald Trump subió al pódium y dijo a sus seguidores incrédulo “Acabo de recibir una llamada de la Secretaria Clinton, nos felicita a todos nosotros, por nuestra victoria”.

En ese instante, el mundo entró en shock. Nadie se esperaba esto, el ogro convertido oficialmente en presidente electo de EE.UU.

Clinton no tuvo ánimos ni para dirigirse a sus seguidores esa noche. Entró en depresión.  “Siento que no hayamos ganado las elecciones” dijo el día siguiente, con mucha pena y decepción.

“Esto es difícil y lo será durante mucho tiempo” dijo la candidata, ya derribada con una lanza clavada en el pecho entre las patas del caballo que todos pensábamos la llevaría directo a la victoria.

Clinton absorbió el fracaso como solo ella lo puede hacer: sufriendo una vez más, “He tenido algunos éxitos y fracasos en la vida, algunos realmente dolorosos”. Perdimos la elección. Ahora toca vencer la derrota. (José Manuel Ortiz Benítez es columnista salvadoreño en la ciudad de Washington, DC.)

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