EL EVANGELIO EN MARCHA
Cuida tu corazón del falso perdón
Por: Catherine Scheraldi de Núñez*
“Antes bien, amad a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad no esperando nada a cambio, y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo; porque Él es bondadoso para con los ingratos y perversos”, (Lucas 6:35).
El perdón genuino es mucho más profundo que la ausencia del perdón. No es un parche superficial para mejorar una relación, sino que es cuando el corazón hace un giro de 180 grados en lo que piensa sobre el ofensor. Muchas veces creemos que hemos perdonado cuando en realidad la única cosa que hemos hecho es cubrir nuestro resentimiento.
El perdón es reconocer que el Creador del mundo nos ha elegido, nos ha adoptado, murió por nuestros pecados pagando la deuda que no éramos capaces de pagar; y luego nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo (Efesios 1). Nosotros en respuesta daremos nuestra vida para agradecerle a Él, haciendo lo que Él quiere que hagamos. Al reconocer la profundidad de este amor que perdona, nos apremia obedecerle y demostrar el perdón que hemos recibido para con otros (2 Corintios 5:14-15).
Aunque reconocemos que no podemos perder nuestra salvación (Juan 10:29), también sabemos que aquellos que no son salvos siguen muchas de las enseñanzas de Jesús. Muchas personas creen que son salvos cuando realmente no lo son. Leamos lo que Cristo dijo en Mateo 7:22-23 “Muchos me dirán en aquel día: ‘Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?‘ Y entonces les declararé: ‘Jamás os conocí; APARTAOS DE MÍ, LOS QUE PRACTICÁIS LA INIQUIDAD‘”.
Si tenemos un espíritu implacable que no está dispuesto a perdonar, tenemos que reflexionar seriamente si en verdad somos salvos. El Espíritu Santo, quien mora en nosotros, nos convence de pecado, y si no sentimos o no tenemos convicción cuando rehusamos seguir sus enseñanzas, hay una gran posibilidad de que no seamos una de sus ovejas, ya que Marcos 11:26 nos dice que: “Si vosotros no perdonáis, tampoco vuestro Padre que está en los cielos perdonará vuestras transgresiones”.
VENCER AL ESPIRITU MALIGNO
Si realmente somos salvos y rehusamos perdonar a nuestros ofensores, estamos abriendo una oportunidad para que Satanás pueda zarandear nuestras mentes y nuestras vidas hasta que nos arrepintamos, y podamos vencer este espíritu maligno de no perdonar. Sin embargo, si continuamos con un espíritu no perdonador, esto puede ser evidencia de que no somos salvos y es el mismo Señor quien nos entregará a Satanás para torturarnos en el infierno. En Mateo 18:23-34 leemos cómo Jesús comparó el reino de los cielos con una parábola sobre un rey que perdonó a su siervo una cantidad de dinero que era imposible pagar, y luego este mismo no perdonó a su consiervo de una deuda más pequeña.
En los versículos 32-35 vemos la reacción del señor hacia él: “siervo malvado, te perdoné toda aquella deuda porque me suplicaste. ¿No deberías tú también haberte compadecido de tu consiervo, así como yo me compadecí de ti? Y enfurecido su señor, lo entregó a los verdugos hasta que pagara todo lo que le debía. Así también mi Padre celestial hará con vosotros, si no perdonáis de corazón cada uno a su hermano”. Si eres creyente y te rehúsas a perdonar, la separación que ocurre con Dios abrirá la puerta para que Satanás te zarandee, pero, eventualmente el Espíritu Santo te convencerá de obedecer, aunque terminarás pagando las consecuencias.
LA CONVICCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO
Sin embargo, un espíritu no perdonador y la ausencia de la convicción del Espíritu Santo es evidencia de la ausencia de conversión, confirmando así lo que Filipenses 2:12-14 nos dice: “Así que, amados míos… ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor; porque Dios es quien obra en vosotros tanto el querer como el hacer, para su beneplácito”. Aun cuando no tenemos el deseo de perdonar, nuestra obediencia prueba que confiamos en un Dios justo y perfecto (1 P. 2:23).
Y a través de la obediencia, el Señor cambiará nuestros deseos mientras Él nos demuestra su amor y poder en el plan que tiene para nosotros, en la circunstancia donde nos encontremos (Jn. 14:21).
El Señor nos ha dicho en 1 Samuel 15:22 que “el obedecer es mejor que un sacrificio” porque al obedecer, y aun más cuando es contra nuestra voluntad, es un sacrificio. Cuando perdonamos estamos presentándonos como sacrificio vivo y santo que es agradable a Dios (Ro. 12:1) y Él considera nuestras obras sacrificiales como “fragante aroma, sacrificio aceptable, agradable a Dios” (Fil. 4:18).
Al Señor le agrada cuando perdonamos porque dice la Escritura: “Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados; y andad en amor, así como también Cristo os amó y se dio a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios, como fragante aroma” (Ef. 5:1-2).
Cuando Cristo nos perdonó en la cruz, Dios padre aceptó su sacrifico como un aroma fragante. No solamente lo aceptó, sino que lo recibió como un perfume de mucho valor que permea el ambiente; y cuando nosotros perdonamos a otros, Dios Padre se agrada igual. Como la mujer pecadora que, sin importar lo que la gente pensara de ella, se humilló y ungió los pies de Cristo. De la misma forma debe ser nuestra actitud con Él. Nuestras buenas obras deben permear el ambiente para recordar a aquellos a nuestro alrededor que servimos a un Dios vivo.
Nuestro deber es andar en el Espíritu: “Digo, pues: Andad por el Espíritu, y no cumpliréis el deseo de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne, pues éstos se oponen el uno al otro, de manera que no podéis hacer lo que deseáis” (Gá. 5:16-17). La falta de perdón es un deseo de la carne y Romanos 8:6-8 es bien claro cuando dice: “Porque la mente puesta en la carne es muerte, pero la mente puesta en el Espíritu es vida y paz; ya que la mente puesta en la carne es enemiga de Dios, porque no se sujeta a la ley de Dios, pues ni siquiera puede hacerlo, y los que están en la carne no pueden agradar a Dios”.
La habilidad de perdonar bíblicamente viene del mismo Señor según Efesios 2:10, “no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas.” Cada circunstancia o situación que estamos viviendo fue puesta personalmente por Dios para enseñarnos: 1.Lo que hay en nuestros corazones. 2.Nuestra disposición o no, de obedecerle. 3 Cuando vencemos nuestra carne y obedecemos nos demuestra “la sabiduría, autoridad y poder que Él tiene”.
Entonces, en resumen, Él nos regenera dándonos la disposición de querer obedecerle, Él preparó las buenas obras para que anduviéramos en ellas y luego nos da el deseo y la habilidad de hacerlas. Como es Dios quien está obrando de principio a fin, un espíritu implacable es evidencia de que Dios no está obrando en dicha persona.
Para que uno pueda dar el perdón bíblico a otros, primero es necesario recibir personalmente su perdón. Y cuando esto ocurre, nuestras buenas obras deben permear el ambiente como un perfume y aún más cuando se trata de nuestros enemigos, porque cualquiera puede hacer buenas obras hacia sus familiares, sus amistades y sus colegas. Incluso el mundo puede hacerle bien a un desconocido. Sin embargo, hacerle bien al enemigo es una obra del Señor la cual pone en evidencia que nuestro Dios ha resucitado y que Él sigue viviendo, reinando con autoridad y con poder, y que todo obra para la gloria de su nombre.
(*Catherine Scheraldi de Núñez es está encargada del ministerio de mujeres Ezer, de la Iglesia Bautista Internacional, puedes seguirla en twitter.)