EL EVANGELIO EN MARCHA
Seis significados de estar en Cristo
Por: John Piper
Dios nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos. (2 Timoteo 1:9).
Estar «en Cristo Jesús» es una realidad extraordinaria. El significado de estar en Cristo nos deja sin aliento. Unidos a Cristo. Atados a Cristo. Si estamos «en Cristo», veamos lo que esto significa para nosotros:
1.En Cristo Jesús recibimos gracia antes de que el mundo fuera creado, como lo expresa 2 Timoteo 1:9: la gracia «nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos».
2.En Cristo Jesús fuimos escogidos por Dios antes de la creación, como lo dice Efesios 1:4: «[Dios] nos escogió en Él [Cristo] antes de la fundación del mundo».
3.En Cristo Jesús somos amados por Dios con un amor inseparable. Romanos 8:38-39 dice: «Estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro».
4.En Cristo Jesús fuimos redimidos y todos nuestros pecados fueron perdonados, como muestra Efesios 1:7: «En Él [Cristo] tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados».
5.En Cristo Jesús fuimos justificados delante de Dios y la justicia de Dios en Cristo nos fue conferida. Así lo expresa 2 Corintios 5:21: «Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él».
6.En Cristo Jesús fuimos convertidos en una nueva creación y en un hijo de Dios, como dice 2 Corintios 5:17: «De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas». Lo mismo expresa Gálatas 3:26: «Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús».
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Lo más dulce del amor de Dios
Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia y se dio a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado por el lavamiento del agua con la palabra. (Efesios 5:25-26).
Si lo único que esperamos es recibir el amor incondicional de Dios, nuestra esperanza es fabulosa, pero muy pequeña. El amor incondicional de Dios no es la experiencia más dulce de su amor. La experiencia más dulce es cuando su amor nos dice: «Te he hecho tan parecido a mi Hijo que me deleito en verte y estar contigo. Eres un placer para mí, por lo mucho que irradias mi gloria».
Esta última experiencia depende de que seamos transformados en la clase de persona cuyas emociones, elecciones y acciones agradan a Dios. El amor incondicional de Dios es la fuente y el fundamento de la transformación humana que hace posible la dulzura del amor condicional. Si Dios no nos amara de un modo incondicional, él no penetraría nuestra vida poco atractiva para darnos fe, unirnos a Cristo, darnos su Espíritu y hacernos gradualmente cada vez más parecidos a Cristo.
Pero cuando nos elige incondicionalmente y envía a Cristo a morir por nosotros y nos regenera, él pone en marcha un imparable proceso de transformación que nos convierte en seres gloriosos. Nos confiere un esplendor que coincide con lo que más le agrada a él.
Eso es lo que vemos en Efesios 5:25-26: «Cristo amó a la iglesia y se dio a sí mismo por ella [el amor incondicional], para santificarla… a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia en toda su gloria [esplendor]» la condición en la que él se deleita.