Cómo combatir la ansiedad

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EL EVANGELIO EN MARCHA

Cómo combatir la ansiedad

Por: John Piper

 

  Echando toda vuestra ansiedad sobre Él, porque Él tiene cuidado de vosotros. (1 Pedro 5:7)

Salmos 56:3 dice: «El día en que temo, yo en ti confío».

  Notemos que no dice: «nunca tengo problemas de sentir temor». El temor nos golpea y la batalla empieza. La Biblia no supone que los verdaderos creyentes no tendrán ansiedad. Más bien, la Biblia nos enseña a luchar contra ella cuando nos golpea.

Por ejemplo, 1 Pedro 5:7 dice: «Echando toda vuestra ansiedad sobre Él, porque Él tiene cuidado de vosotros». No dice que nunca tendremos ansiedad; por el contrario, dice que, cuando la tengamos, la echemos sobre Dios. Cuando el lodo nos salpique en el parabrisas y perdamos de vista temporalmente el camino y empecemos a desviarnos en ansiedad, encendamos el limpiaparabrisas y usemos el líquido limpiador.

Así que esta es mi respuesta a aquellos que luchan día a día contra la ansiedad: eso es bastante normal. Al menos para mí lo es, y así lo fue desde mis años de adolescencia. La cuestión es la siguiente: ¿cómo luchar contra ella?

La respuesta a esa pregunta: luchamos contra la ansiedad al batallar contra la incredulidad y por la fe en la gracia futura. La manera en que peleamos esta «buena batalla» es meditando en las garantías que Dios nos da acerca de la gracia venidera y pidiendo ayuda a su Espíritu.

El limpiaparabrisas es la suma de las promesas de Dios que barren el lodo de la incredulidad, y el líquido limpiador es la ayuda del Espíritu Santo. La batalla para ser libres del pecado se pelea «mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad» (2 Tesalonicenses 2:13).

La obra del Espíritu y la Palabra de verdad: esos son los grandes edificadores de la fe. Sin la obra ablandadora del Espíritu Santo, los limpiaparabrisas de la Palabra tan solo arañarían por encima los enceguecedores terrones de la incredulidad.

Ambos son necesarios el Espíritu y la Palabra. Leemos las promesas de Dios y oramos pidiendo la ayuda de su Espíritu. Y a medida que el parabrisas se limpia para permitirnos ver el bien que Dios tiene planeado para nosotros (Jeremías 29:11), nuestra fe se fortalece y el camino que la ansiedad ha torcido se endereza.

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No soporta que nosotros elijamos a otro

 

Dios celoso (Nahum 1:2): ¡Oh creyente!, tu Dios es muy celoso de tu amor. ¿Te escogió Dios? Bien, Él no puede soportar que tú escojas a otro. ¿Te compró Él con su propia sangre? Entonces, Él no puede tolerar que tú pienses que te perteneces o que perteneces al mundo. Él te amó de tal manera que no se quedó en el cielo sin ti.

El Señor preferiría morir antes que dejarte perecer; por tanto, no puede tolerar que nadie esté entre Él y el amor de tu corazón. Dios es muy celoso de tu confianza. Él no permitirá que tú confíes en un brazo de carne. No puede tolerar que caves cisternas rotas cuando está a tu alcance el superabundante manantial.

Cuando te apoyas en Él, se alegra; pero si dependes de otro, si confías en tu propia sabiduría, o en la sabiduría de un amigo, o –lo que es peor– si confías en alguna obra tuya, entonces se ofende y te castigará para atraerte a sí mismo. Dios es también muy celoso de nuestra compañía. No debería haber nadie con quien conversar tanto como con Jesús. Estar solo con Él es verdadero amor.

Pero conversar con el mundo, hallar suficiente solaz en las comodidades carnales, preferir la compañía de nuestros hermanos antes que la comunión íntima con Él, es motivo de dolor para nuestro celoso Señor.