Jesús y su búsqueda de gozo

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EL EVANGELIO EN MARCHA

Jesús y su búsqueda de gozo

Por: John Piper

  Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, quien por el gozo puesto delante de Él soportó la cruz, menospreciando la vergüenza, y se ha sentado a la diestra del trono de Dios. (Hebreos 12:2).

¿Será que el ejemplo de Jesús contradice el principio del hedonismo cristiano? Ese principio consiste en que el amor es el camino al gozo y que uno debiera elegirlo por esa misma razón, no vaya a ser que nos encontremos obedeciendo al Todopoderoso de mala gana, o que nos irrite el privilegio de ser un canal de la gracia, o que estemos menospreciando la recompensa prometida.

Hebreos 12:2 demuestra de un modo bastante claro que Jesús no contradice este principio. La mayor obra de amor de todos los tiempos fue posible porque Jesús iba en pos de un gozo mayor de lo que podamos imaginar, es decir, el gozo de ser exaltado a la diestra de Dios en medio de la asamblea de un pueblo redimido: «por el gozo puesto delante de Él soportó la cruz».

Al decir esto, el escritor tiene la intención de poner a Jesús como otro ejemplo, junto con los santos mencionados en Hebreos 11: aquellos que estaban tan entusiasmados y confiados en el gozo que Dios les ofrecía, que rechazaron los «placeres temporales del pecado» (11:25) y que eligieron ser maltratados con tal de estar alineados con la voluntad de Dios.

Por lo tanto, no es contrario a la Biblia afirmar que lo que sostuvo a Cristo en las horas oscuras en Getsemaní fue la esperanza del gozo que hallaría más allá de la cruz. Esto no cambia la realidad y la grandeza de su amor por nosotros, porque el gozo en el que su esperanza estaba puesta era el gozo de llevar muchos hijos a la gloria (Hebreos 2:10).

Su gozo radica en nuestra redención, que redunda en la gloria de Dios. La posibilidad de abandonar la cruz y, por lo tanto, abandonarnos a nosotros y renunciar a cumplir la voluntad del Padre, presentaba un panorama tan horroroso a la mente de Cristo que él rechazó esta posibilidad y abrazó la muerte.

¿Quién acusará a los escogidos de Dios si El los justifica?

Justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús (Romanos 3:26). Justificados por la fe tenemos paz para con Dios. La conciencia no acusa más. El juicio se decide ahora en favor del pecador. La memoria recuerda con profundo dolor los pecados pasados, pero no teme ningún castigo, pues Cristo ha pagado la deuda de su pueblo hasta la última jota y el último tilde, y ha recibido la aprobación divina.

A menos que Dios sea tan injusto como para demandar un pago doble por una deuda, ninguna alma, por la cual Cristo murió como sustituto, puede jamás ser echada al infierno. Creer que Dios es justo parece ser uno de los fundamentos de nuestra naturaleza iluminada. Sabemos que esto debe ser así. Al principio nos causaba terror pensar en esto. Pero, ¡qué maravilla, que esta misma creencia de que Dios es justo, llegara a ser más tarde, el pilar en que se apoyaría nuestra confianza y nuestra paz! Si Dios es justo, yo, pecador sin sustituto, debo ser castigado.

Pero Jesús ocupa mi lugar y es castigado por mí. Y ahora, si Dios es justo, yo, que soy un pecador que está en Cristo, no puedo perecer. Dios cambia de actitud frente a un alma, cuyo sustituto es Jesús; y no hay ninguna posibilidad de que esa alma sufra la pena de la ley. Así que, habiendo Jesús tomado el lugar del creyente, habiendo sufrido todo lo que el pecador debía haber sufrido a causa de su pecado, el creyente puede exclamar triunfalmente: «¿Quién acusará a los escogidos de Dios?».

No lo hará Dios, pues Él es el que nos justifica; tampoco lo hará Cristo, pues Él es el que murió, «más aún el que también resucitó». No tengo esta esperanza porque no sea pecador, sino porque soy un pecador por quien Cristo murió. No creo que yo sea un santo, pero creo que, aunque soy impío, Él es mi justicia. Mi fe no descansa en lo que soy, sino en lo que Cristo es, en lo que Él ha hecho, y en lo que está haciendo ahora por mí.