EL EVANGELIO EN MARCHA
Tomando de balde, del agua de la vida
Por: John Piper
El que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás (Juan 4:14). El creyente en Jesús halla en su Señor lo suficiente para satisfacerse ahora, y para satisfacerse eternamente. El creyente no es un hombre cuyos días le son fastidiosos por falta de aliciente, pues halla en su religión tal fuente de gozo y de satisfacción, que se siente contento y feliz. Ponlo en un calabozo, y él hallará buena compañía; colócalo en un desierto estéril, y él comerá pan del cielo; prívalo de amistades, y él hallará al «amigo que es más conjunto que el hermano».
Sécale la calabacera, y él hallará sombra debajo de la Roca de los siglos; mínale el fundamento de sus esperanzas terrenales, y su corazón permanecerá firme, confiando en el Señor. Hasta que entre Jesús, el corazón sigue tan insaciable como el sepulcro; pero, después, es una copa que rebosa. En Cristo hay tal plenitud, que Él solo es el todo del creyente. El verdadero santo está tan enteramente satisfecho con la omnisuficiencia de Jesús, que ya no tiene más sed, salvo aquella sed que ansía tragos más profundos de la fuente viva.
Creyente, esta clase de sed es la que tú sentirás. No es una sed de ansiedad, sino de afectuoso deseo. Te resultará agradable el desear con ansias goces más profundos del amor de Jesús. Dijo alguien en cierta ocasión: «He hundido frecuentemente mi balde en el pozo, pero ahora mi sed de Jesús ha llegado a ser tan insaciable, que ansío poner el pozo mismo en mis labios y seguir bebiendo».
Creyente, ¿es éste ahora el sentir de tu corazón? ¿Sientes que todos tus deseos están satisfechos en Jesús, y que ahora no tienes ninguna necesidad, salvo la de conocer más de Él y tener con Él más íntima comunión? Ven, entonces, frecuentemente, al manantial, y toma del agua de la vida de balde. Jesús nunca pensará que tomas demasiado, sino te recibirá con gozo, diciendo: «Bebed, sí, bebed abundantemente, mis bien amados».
Gozo sin restricciones
Yo les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer, para que el amor con que me amaste esté con ellos y yo en ellos. (Juan 17:26). Imaginen que son capaces de disfrutar de lo más placentero, con energía y pasión, sin restricciones y para siempre. Esa no es nuestra experiencia hoy día. Hay tres obstáculos que se interponen entre nosotros y nuestra satisfacción completa en este mundo.
El primero es que no hay nada que tenga un valor intrínseco tan grande que pueda cumplir los anhelos más profundos de nuestro corazón. El segundo es que carecemos de las fuerzas para gozar de los mejores tesoros a su máxima expresión.
El tercer obstáculo para nuestra satisfacción completa es que nuestros deleites aquí tienen un final. Nada permanece. Pero si las palabras de Jesús en Juan 17:26 se vuelven realidad, entonces todo esto cambiará. Si el deleite de Dios en el Hijo se vuelve nuestro deleite, entonces el objeto de nuestro deleite, Jesús, será de un valor intrínseco inagotable para nosotros. Jamás se tornará aburrido, ni decepcionante, ni frustrante.
No es posible concebir un tesoro más grande que el mismo Hijo de Dios. Más aún, nuestra capacidad de gustar de tal tesoro inagotable no se verá limitada por nuestras debilidades humanas. Nos regocijaremos en el Hijo de Dios por medio del deleite mismo de su Padre.
El deleite de Dios en su Hijo estará en nosotros y será nuestro deleite. Y nunca llegará a su fin, porque ni el Padre ni el Hijo tienen fin. El amor del uno por el otro se convertirá en nuestro amor por ellos y, por lo tanto, nuestro amor por ellos jamás se acabará.